25/10/15

Ven y mira (Buster Keaton)


Fue la abuela quien le habló por primera vez a Charles Simic de Buster Keaton. Para ella también era el cómico más divertido del cine mudo. Le contó que nunca sonreía, que siempre estaba muy serio, y todo mientras se partían de risa en el cine. El niño trataba de imaginar aquella expresión de Buster Keaton ensayándola delante del espejo, hasta que no podía más y rompía a reír. Después de la 2ª guerra mundial todavía quedaba un cine en Belgrado donde proyectaban películas mudas y su abuela lo llevó a ver las de Chaplin, de Harold Lloyd o del bizco Ben Turpin, pero no vieron ninguna de Buster Keaton. Cada vez que aparecía en la pantalla un rostro desconocido, el niño le daba con el codo a la abuela y preguntaba si era él (casi habría que escribir Él). Cansada de que el nieto interrumpiera su apasionada y absorta contemplación, un día al volver del cine sacó de un armario un montón de revistas ilustradas, se preparó su taza de té y empezó a pasar aquellas páginas polvorientas. Simic aún recuerda algunas de aquellas fotografías: un mar de sombreros de copa en el entierro de algún rey o alguna reina, un hombre yaciendo en un charco de sangre en la calle, el rostro de una hermosa mujer -con un vestido de escote generoso- que lo miraba desde la mesa de un restaurante fino. Pero la abuela no consiguió encontrar una sola imagen de Buster Keaton. Simic tardó aún siete años en ver una de sus películas. Fue el año 1953. Entonces tenía catorce o quince años y vivía en París. Su abuela ya había muerto.


Cartel para El moderno Sherlock Holmes 




Cartel de Hap Hadley.
Cartel para El maquinista de La General
de Vladimir Fuka.

Cartel de 
Marinko Milosevski.

Cartel de Hans Hillmann.








Cartel para The Passionate Plumber 
(Edward Sedgwick, USA, 1932) 
de Carl Gustav Berglow.

A propósito de la mirada impasible de Keaton ante un aprieto brutal, Simic escribió:
Eso es la gran poesía. Una magnífica serenidad frente al rostro del caos. Lo suficientemente sabia como para fingirse tonta.
Para Simic, el Keaton de la pantalla era un estoico, inmune a la desgracia, como el hombre sabio al decir de aquellos antiguos filósofos:
Y como la mayoría de nosotros no somos sabios, al menos podemos reír. 

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