La ruta del tabaco quizá sea la película de John Ford menos apreciada -y hasta despreciada- aun por los más conspicuos estudiosos de su obra.
Como si Ford la hubiese dirigido borracho -escribe alguno- o una suerte de gemelo perverso lo hubiera poseído; hay quien la tilda de filme fallido, un penoso borrón en unos años preñados de obras maestras -El joven Lincoln, Las uvas de la ira, o Qué verde era mi valle-, y el mismo Tag Gallagher la despacha en seis líneas, aún admitiendo -como a disgusto- que no le faltan algunos momentos mágicos.
Hasta Nunnaly Johnson, el guionista de la película -adaptación de la novela homónima de Erskine Caldwell-, la desdeña tachándola de fiasco, porque Ford -son sus palabras- se dejó llevar por un aquel de comedia trasnochada... burda y torpe.
Claro que tampoco faltan quienes bien la quieren, sin ir más lejos nuestro añorado Bénard da Costa, que habló de su espantosa belleza plástica.
Cuánto me gusta ese adjetivo, su efecto antónimo con el español: espantosa, en portugués, significa maravillosa, admirable, fascinante.
Como hablar, pongamos por caso, de una espantosa Gene Tierney de veinte años, que aparece en La ruta del tabaco apenas un año después de su primer papel en el cine de la mano de Fritz Lang, en La venganza de Frank James.
Cómo va a extrañarnos el uso erótico de su imagen -como Ellie May- en los carteles de la película. (Quizá no estaría de más ver otra vez el cartel de más arriba: esa diagonal con la mirada que el viejo, por así decir, se trae entre manos.)
Ford le contó a Bogdanovich que lo había pasado muy bien rodando Tobacco Road. Y no nos extraña: La ruta del tabaco resulta una película muy divertida. Destila ese humor tan fordiano, que conjuga ternura y congoja, y su adobo de farsa (que nunca falta en sus películas, como no faltaba en las novelas de Dickens).
La mirada de Ford cobija a esos deshauciados con fraternidad pero sin asomo de paternalismo, con simpatía pero sin pizca de solemnidad, revelando esas telúricas ataduras que los religan a la tierra, como destilan las imágenes iluminadas por el gran Arthur C. Miller.
Basta contemplar la sublime secuencia que les dedica Ford a los Lester llegado el momento de abandonar el hogar, aunque ya sólo quede en pie una ruinosa sombra, apenas la ceniza de una remota edad de oro en el otoño de la memoria.
Unas imágenes que figuran entre las más bellas en la obra de Ford. Emblemas del mirar fordiano.
Pero además La ruta del tabaco nos regala los primeros planos inolvidables de Gene Tierney, cuando Ford le procura un espejo para Ellie May. Ese morro del coche nuevo donde descubre por primera vez su rostro a la luz de Arthur C. Miller.
Con todo, guardo como imagen primordial de esta película ese arado de madera que me devuelve a la infancia, cuando mi abuelo labró una leira con un arado igual, para enseñarme que aún seguía vivo, como en tiempos de su abuelo.
Tan vivo en la memoria como aquel arado en miniatura que coronaba el mástil de la bandera roja de la Casa del Pueblo de mi parroquia, y que mi madre conservó desde 1936 en la casa donde nací. Aún sigue allí.
Con Ford cometemos más torpezas que injusticias. TOBACCO ROAD es lo que es, una comedia en la trastienda de LAS UVAS DE LA IRA, pero contiene el mismo espíritu rebelde e insurgente de aquélla. Peor, sí, claro, se concede... ¿pero mal film? En absoluto. Táchenme de "fordiano", es un piropo; cárguese quien quiera esta película, pero se pierde una forma de hacer cine que, por ejemplo, ahora mismo es inviable.
ResponderEliminarMuy buen texto, de todos modos. Y un saludo.