15/1/15

La chica de la película


¡Agostino! 
¡Vete al cine,están pasando Río Rojo!
¡No te la pierdas!
(Fabrizio, en Prima della rivoluzione
de Bertolucci.)


Los reyes me dejaron Las películas de mi vida de Truffaut, editado en 1976. Había comprado el libro en Valencia, donde hacía la mili. Debió ser por marzo o abril de 1977, si no recuerdo mal en la librería Dau al Set. Y allá se quedó, en alguno de los pisos que los amigos me dejaban para dormir fuera del cuartel. No volví a leerlo hasta casi veinte años después, me lo dejó Carlos Amil cuando me iba a pasar una semana en un playa cerca de Aveiro con Ángeles y nuestro hijo. Ahora que ha vuelto entiendo (o mejor, intuyo) la impresión que debió causarme la primera vez.


Empezando, desde luego, por ese título tan hermoso (en una cubierta con tan poca gracia). La memoria primordial de libros así alumbra esta escuela, que hoy cumple seis añitos y muy bien podría llamarse las películas de mi vida, o como le gustaba decir también a Bénard da Costa, mis películas de la vida. Eso sí, el libro viene nuevecito, casi intacto, como si se acabara de publicar, apenas empiezan a tostarse los cantos.Unas líneas de Truffaut leídas al vuelo:
Mis primeras doscientas películas las vi en estado de clandestinidad, gracias a los novillos que hacía en la escuela o entrando en el cine sin pagar -por la salida de emergencia o por la ventana de los servicios- o incluso aprovechándome por las noches de la ausencia de mis padres, con la necesidad entonces de volver a estar en mi cama, fingiendo que dormía, en el momento en que ellos regresaban.
Y recordé cuando me castigaron en el colegio por amor a Jean Seberg.
No era raro que viese la misma película cinco o seis veces en el mismo mes sin ser capaz luego de contar a derechas su argumento, porque, en un instante preciso, una música que subía de volumen, una persecución en la noche, el llanto de una actriz, me emborrachaban, me arrebataban y me arrastraban más allá de la película.   

 Ah, qué raptos tan familiares. Han pasado casi cuarenta años y me pregunto qué pensó aquel recluta (ya engolfado en el vicio del cine) cuando leyó:
El crítico debe meditar esta afirmación de Jean Renoir: Todo gran arte es abstracto. Debe prestar atención a las formas y comprender que algunos artistas, por ejemplo Dreyer o von Sternberg, no intentan que parezca verosímil.
Más que releer el libro busco entre líneas aquél que fui y que no sé si recuerdo bien, o si el que recuerdo (o lo que de él recuerdo) era yo. Y busco un texto sobre las mujeres en las películas, o mejor, donde Truffaut habla de la tristeza sin fin de las películas sin mujeres. Pero no lo encuentro. Porque no está en Las películas de mi vida. En realidad, esa frase la escribe en el diario de rodaje de Fahrenheit 451, impaciente por empezar las escenas con Julie Christie. Y en ¡Viva Lillian Gish!, uno de los textos reunidos en El placer de la mirada, escribe algo parecido: ¡Qué tristeza las películas sin mujeres! 


Y me acuerdo de Río rojo, el más fordiano de los westerns de Hawks. iluminado por Russell Harlan. (Pongamos por caso esa escena del entierro velada por la sombra movediza de una nube que habría firmado -filmado- de mil amores el mismo Ford.)  La película de la última sesión del Royal Theatre de Anarene.


Quizá en ninguna otra película se destila tanta añoranza por las mujeres. Por la chica de la película.


Al principio, John Wayne/Tom Dunson se despide de Coleen Gray/Fen (aunque en los créditos figura como Colleen Gray) en una escena tan bella como intensa.


Sabemos, sentimos, el inmenso error que está cometiendo Dunson.


Un amor así sólo sucede una vez en la vida (como le decía Clint Eastwood a Meryl Streep en Los puentes de Madison).


La presencia de Fen en Río rojo dura apenas dos minutos y medio, pero su ausencia pesa durante las más de dos horas que quedan.


Dos minutos y medio después Dunson sabe que la mujer de su vida ha muerto. Nunca se perdonará. Nunca la olvidará. Nosotros no es que no la olvidemos, es que no nos la quitamos de la cabeza: cuánto la echamos de menos. Tanto como Dunson, sobra decir. Pasa hora y media, y Río rojo sin mujeres. Treinta hombres conduciendo una manada de miles de reses durante miles de kilómetros. Hay que ver. Hora y media y Río rojo sin la chica de la película. Y es que Río rojo parece hecha para añorar a Fen. Para sentir su ausencia.Qué distinta sería la vida de Dunson con ella: qué distinto sería él. Río rojo deviene un duelo por Fen. Por la chica de la película. Hasta que aparece...


Bueno, no. Primero llega cabalgando Noah Beery Jr./Buster a voz en grito: ¡Mujeres! ¡Las he visto! Y unos minutos después...


Entonces sí, aparece Joanne Dru/Tess Millay. 


Y llega el flechazo con Montgomery Clift/Matt Garth, el hijo adoptivo de Dunson. Uno de esos flechazos hawkasianos: en un plis plas. Basta una mirada.


Y ahí está la chica de la película. Pero con la aparición de Tess no olvidamos a Fen. Qué va. Es como si resucitara a través de Tess. Más aún cuando la pulsera que Dunson le había regalado acaba en su muñeca.


(Cómo me gustaban de niño -y le gustaban a nuestro hijo- las películas por donde circulaba algo -una pulsera como ésta de Río Rojo o la de Pasión de los fuertes-, portadoras de la memoria de un pasado que nunca muere, que -como dejo dicho Faulkner- ni siquiera es pasado.)

 

Como si el fantasma de Fen se encarnara, al fin en paz, en esta Tess, a la que bastan media docena de escenas para apoderarse de Río rojo y poner a padre e hijo en su sitio.


Ah, qué sería de la escuela de los domingos sin la chica de la película.

2 comentarios:

  1. Seis años disfrutando y aprendiendo .
    La otra mirada del cine "la Escuela de los Domingos "
    Gracias por seguir .
    Un saludo para Ángeles

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  2. Qué gusto "verte" de nuevo. Un saludo para ti también y para todos los que disfrutamos del cine con Daniel y su escuela y sus chicas (y chicos) de película.

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