19/10/14

El cine de los regalos fugaces


El mes pasado encontré en Tui una carpeta con fotocopias del catálogo dedicado a Godard por la Cinemateca Portuguesa en 1985, en concreto de un texto de Richard Roud titulado A crença no real (la creencia, o mejor, la fe en lo real): el texto del capítulo 4 de su libro Godard, publicado en 1967, que llevaba por título Realidad y Abstracción. Las fotocopias de ese texto y del programa de proyecciones -entre mayo y julio de 1985- con la filmografía anotada es todo lo que tengo de aquel catálogo, que tanto busqué y nunca encontré.


No recuerdo cuándo hice esas fotocopias, debió ser a principios de los 90 -quizá gracias a Carlos Oro (de vez en cuando aparecía con regalos así)-, y probablemente sólo son fotocopias de fotocopias -no tengo memoria de haber tenido el catálogo en las manos (no lo habría olvidado, estoy convencido)-, y ya las había dado por perdidas. Con esas páginas recuperadas vuelvo a ver Vivre sa vie (1962) -un filme dedicado a la serie B-, quizá la primera de las grandes películas de Godard; de esas películas suyas que son todo un cine: paisaje y retrato, documento y poema, ensayo y carta de amor. Una obra maestra iluminada por el gran Raoul Coutard. Cada día más bella. Cada vez que le ponemos los ojos encima.


En los sesenta Godard apuntó más de una vez aquello de que la imagen debe ser bella no por ser bella en (por) sí misma, sino por participar en lo que él llamaba el esplendor de la verdad. Ese esplendor que desprenden los filmes Bergman de Rossellini y que representaron la inspiración primordial de Godard en los años Karina.


Godard -en palabras de Richard Roud- está interesado en capturar el tiempo, el momento fugaz preservado en el ámbar, para toda la eternidad. Godard cree que para eso se inventó el cine. Dicho de otra forma: la captura del presente como función cardinal del cine. Para Roud, lo más importante de los filmes de Godard -recordemos, publica su libro sobre el cineasta en 1986- se cifra en la forma en que -valga (y vale) la redundancia- transforma el día a día del rodaje -el curso del tiempo- en una creación artística a través del poder de la abstracción.


En la encrucijada de la abstracción y la vida -en esa contradicción momentáneamente resuelta- deviene el crisol de la belleza de su cine.
Pues Godard está tan interesado en la abstracción -tanto visual como auditiva- como lo está en la mera aprehensión del momento (...) y son las tensiones creadas entre las exigencias de la realidad y las exigencias de la abstracción quienes originaron sus mejores filmes.

La profesión de fe en la vida (mejor que en lo real) le lleva a Godard a rodar con sonido directo los diálogos y los ruidos de Vivre sa vie, más aún, diálogos y ruidos grabados en la misma cinta, de tal forma que impedía cualquier montaje de sonido; en la postproducción sólo se le añadió la música.


En algunas escenas la mezcla de sonido se realizó en vivo, durante el rodaje, usando varios micrófonos para la grabación, pero en la primera escena del café (con el tiro de cámara en la nuca de Nana/Anna Karina) se empleó un solo micrófono para capturar tanto el diálogo como el ruido -la atmósfera- del local. De igual forma las músicas de las jukebox que suenan en el filme fueron grabadas en vivo, en un café o en una sala de billar.


Suzanne Schiffman, la script habitual de Godard en los sesenta, cuenta una anécdota reveladora de esa profesión de fe en la vida (que refleja su forma de entender el cine) durante el rodaje de Une femme mariée:
Godard siempre quiere conservar lo más posible de aquello que está filmando y, si surgen ruidos inesperados, los conserva. A menos que, evidentemente, lo inesperado provenga del equipo de rodaje y no del sonido de "la vida": el ruido de la cámara durante un travelling, por ejemplo. En Une femme mariée había un largo travelling en el aeropuerto de Orly, y se oía el desplazamiento de la cámara sobre los raíles. Toda la gente [del equipo] dijo: mejor, déjalo estar, total hay tantos ruidos extraños en los aeropuertos que nadie se va a dar cuenta, pensarán que es cualquier cosa [menos el travelling dichoso]. Pero nada de eso, Godard insistió en filmar el travelling otra vez.
Siempre me gustó algo que Godard dijo (pensó entre imágenes) por entonces:
Hay apenas un momento en que las cosas dejan de ser un mero espectáculo, un momento en que el hombre está perdido, y muestra que está perdido.
 Anna Karina y Godard en el rodaje de Vivre sa vie.

En una entrevista con Anna Karina publicada en el número de Cahiers dedicado a Godard en febrero de 1995, la musa del cineasta en los sesenta declaraba:
Aunque se equivoque, él siempre filma con el corazón.   
La profesión de fe de Godard en la vida (que procura capturar en forma de cine) le deparaba cachitos de cielo. En la escena de Vivre sa vie donde Nana se prostituye por primera vez el ruido inesperado de un camión (fuera de campo) afluye -que ni a propósito- en un crescendo dramático. Y Jean Collet, que siguió el rodaje de Vivre sa vie y escribió sobre su registro sonoro (en la Revue du Son), cuenta cómo en el rodaje de la escena final, justo en el momento de la muerte de Nana, en el silencio de las calles desiertas, suena inesperadamente la campana de un hospital cercano.


Como si de una ofrenda de la vida al cine de Godard se tratara.


La belleza de los regalos fugaces.

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