Llevaba unos cuantos años detrás de las películas de Bill Douglas. Al fin conseguí ver la trilogía (autobiográfica) que componen los 45' de
My Childhood (1972), los 52' de
My Ain Folk (1973) y los 72' de
My Way Home (1978).
Fotograma de My Way Home.
Casi tres horas que pueden -casi deben- verse como una única película. Más aun, Bill Douglas veía su trilogía como una única secuencia que emanaba de un mismo arrebato emocional que destilaba un conjuro de la infancia. Un arrebato encarnado en el personaje de Jamie (en la piel de Stephen Archibald), desde los 12 años en
My Childhood hasta los 18 en la última parte de
My Way Home, un
alter ego del cineasta (como lo fue Antoine Doinel/Jean-Pierre Léaud para Truffaut).
Jamie/Stephen Archibald en My Ain Folk.
Estuvimos a punto de ver la trilogía de Bill Douglas en el
IndieLisboa de 2010, pero no pudimos viajar en esas fechas. Hace un año o así, con ocasión de la exposición de fotografías de
Chris Killip (que tanto me gustan) en el Reina Sofía, Javier H. Estrada evocó resonancias con las imágenes del cineasta escocés.
Una fotografía de Chris Killip.
Abajo, un fotograma de My Ain Folk de Bill Douglas.
Un fotograma de My Ain Folk.
Debajo, una fotografía de Chris Killip.
Y estos días
Boyhood (2014), la última película recién estrenada de Richard Linklater (qué ganas de ponerle los ojos encima), me la había vuelto a recordar. Años estos en los que el hilo de la memoria de Bill Douglas, que murió en 1991 a los 57 años y sólo pudo rodar otra película -
Comrades (1986), su único filme en color, que tengo pendiente- se tensaba cada tanto para recordarme ver su cine.
Fotograma de My Childhood.
En el curso de la trilogía de Bill Douglas vienen a la memoria -cómo no van a venir- la
de Apu -de Satyajit Ray- o la de la infancia de Gorki -de Mark Donskoi-. Y el cine de Dovjenko. Por lo visto, Bresson y Buñuel eran sus cineastas de cabecera. Y adoraba el cine mudo. Y se nota. Leí que el cineasta escocés no rodaba tomas de cobertura, cada plano era
el plano: esencial, radical, final. Y en cada plano se nota -resucita, se podría decir- el cine mudo. Cada toma respira con una rara intensidad, con plenitud, con entereza. Un caudal de resonancias que despiertan ecos en los adentros. La trilogía de Bill Douglas es cine sonoro, y aun exquisito cine sonoro, tan exquisito que cobija el silencio con todo miramiento. Un relato elíptico que renunciando a las conexiones causales (las de la dramaturgia al uso) prefiere los hilvanes poéticos (como en
El espíritu de la colmena).
Fotograma de My Ain Folk.
Tratándose de un cineasta que no encontró su sitio en la industria del cine británico -un verdadero
outsider-, es obligado señalar el apoyo del BFI (British Film Institute) y, más concretamente, de su director en los años setenta, Mamoun Hassan, el fervoroso valedor de Bill Douglas, sin el que -muy probablemente- la trilogía que celebramos aquí hoy no hubiera llegado a las pantallas. Entre los proyectos a considerar con los que Hassan se encontró había un guión titulado
Jamie :
Jamás había leído algo así. No había ninguna descripción de hechos que pudieran ser filmados, en cambio, había una serie de imágenes y sonidos que, con sencillez y concisión, transmitían sentimientos. Era narración visual. Era cine.
Aquel guión se convertirá en la matriz de
My Childhood. Cobijaba el invierno de la infancia del cineasta.
Fotograma de My Childhood.
Tiene razón Mamoun Hassan. Sencillez y concisión. Y un mirar en el curso del tiempo. No hay una historia. Sólo cine. Sólo poesía. Creo que fue Linsey Hanley -en una reseña sobre la trilogía en
New Statesman (en 2008)- quien contó que los guiones de Bill Douglas tenían pinta de textos en verso libre, y me recordó haber leído hace veinte años o más que los guiones de Carl Mayer (el guionista de
El último o
Amanecer de Murnau, nada menos) presentaba una forma parecida. La poesía del cine mudo.
Fotograma de My Childhood.
Acabo de escribir esto y, sin parecerme erróneo, quizá sería mejor decir: más que impresiones de cine mudo, la trilogía de Bill Douglas desprende vislumbres del cine de los orígenes, como si la memoria de la infancia sólo pudiera iluminarse con las luces y sombras del cine primordial, procurando con sus imágenes un amparo para la belleza de un cine perdido. Una memoria iluminada por un poeta.
Fotograma de My Ain Folk.
Un niño en el tiempo lleva por título la citada reseña de Linsey Hanley y cifra muy bien la trilogía de Bill Douglas. Puede verse como un exorcismo de la memoria de la infancia y -como apuntó José Enrique Monterde- sin que el bellísimo blanco y negro atenúe el desventurado itinerario.
Fotograma de My Ain Folk.
En
My Way Home, la abuela paterna le regala a Jamie -y le dedica- un ejemplar de
David Copperfield; el chaval lo lee en las escaleras de la casa de su infancia (donde vivió en
My Childhood con su abuela materna), pero en una escena posterior acabará destrozando el libro, porque él -para su desgracia- no es David Copperfield: tal es su desventura.
Fotograma de My Ain Folk.
Bill Douglas citaba a menudo estas líneas de Chéjov:
Escribo sobre la memoria, no directamente sobre la vida. El tema debe pasar por el cedazo de la memoria y de esa forma sólo lo que es esencial ha de quedar en esa suerte de filtro.
La trilogía de Douglas es cine decantado en la memoria de su infancia.
Fotograma de My Way Home.
En
Palace of Dreams: Making of a Filmaker, Bill Douglas escribió:
Desde que tengo memoria siempre me gustaron las películas. Cuando era niño pasaba tanto tiempo en el cine que si por mí fuera dormiría allí. Los cines fueron mi verdadero hogar. Era feliz cuando podía estar en uno. Fuera... Odiaba la realidad.
(...) Ver la siguiente película, cómo conseguir entrar en el cine, era mi única preocupación. Nunca tenía dinero para la entrada. Aun así encontraba la manera. Podía entrar en el Pabellón o The Flea Pit, como lo llamábamos, por dos frascos de mermelada, lavados o sin lavar. [Asi consigue Jamie una entrada para el cine en My Ain Folk.] A veces, cuando no podía encontrar ningún frasco, tenía que colarme por una puerta lateral. El acecho, escuchando los sonidos del espectáculo mágico en el interior, a la espera del momento propicio, que duraba una eternidad, resultaba una agonía.
Viendo la trilogía -compartiendo la experiencia de Jamie- entendemos hasta qué punto podía odiar la realidad y hasta qué punto esos dos frascos de mermelada cifraban la única fuga posible, un bálsamo para los desgarros de la vida (esa realidad) y casi el único consuelo y, entonces sí, las benditas lágrimas.
Las que vemos llorar en el cine a Tommy (Hughie Restorick), el primo (pero como si fuera un hermano) de Jamie, al comienzo de
My Ain Folk.
Fotograma de My Childhood.
Tommy y Jamie con la abuela materna.
Bill Douglas encontró a
sus Jamie y Tommy en una parada de bus en Newcraighall, un suburbio minero de Edimburgo, cuando se le acercaron dos chavales -Stephen Archibald y Hughie Restorick- a pedirle un cigarrillo. Cuando Bill Douglas preparaba la producción de
Comrades quiso contar una vez más con su
alter ego -su
Jamie-, pero Stephen Archibald estaba en la cárcel y moriría once años después por una sobredosis. Hughie Restorick se suicidó en 1990.
Fotograma de My Way Home.
En la última media hora de My Way Home asistimos al encuentro crucial de Jamie con Robert (Joseph Blatchley) durante el servicio militar en Egipto. Bill Douglas filma en el tramo final del último acto de su trilogía la memoria del origen de su amistad con Peter Jewell. Juntos y durante décadas llegarán a atesorar la mayor colección del mundo de linternas mágicas -unas 250- y cuantos objetos relacionados con el cine pudieron encontrar, una colección conservada en el Centro para la Historia del Cine y la Cultura Popular de la Universidad de Exeter.
Bill Douglas en el rodaje de Comrades.
Bill Douglas trasfigura en
Comrades el universo de las proyecciones pre-cinematográficas en un recurso expresivo y rinde tributo a la figura del linternista, el precursor de los cines ambulantes y de nuestros
proyeccionistas (operadores de cabina o, como le decían en muchos pueblos de Galicia,
maquinistas).
En la taquilla de Jamie -en el cuartel- vemos imágenes de Marilyn; en la pared, junto a la cama, Robert tiene retratos de escritores -Ezra Pound, por ejemplo- y de un cineasta como Dovjenko, y la mesilla atestada de libros, y lo vemos leer mientras Jamie no sabe qué hacer. Hasta que un día Jamie le pide un libro prestado; Robert, sírvete; y se lleva uno de Kafka. Al final de la trilogía, Jamie se ha convertido en un lector (lo vemos siempre con un libro) y hasta sonríe (aunque sea porque Robert se lo pide cuando lo retrata con pinta de Lawrence de Arabia)... Y en un momento tan fugaz como hermoso lo vemos apoyar la cabeza en el hombro de Robert contemplando los mosaicos de una mezquita... A la puerta de un cine un cartel de Niágara. Cuando vuelva, dice Jamie, quiero ser artista, y sobre el cartel de Niágara escuchamos: Puede que hasta director de cine.
Fotograma de My Way Home.
La trilogía se cierra con árboles en flor. Árboles que habíamos visto desnudos, ateridos de frío, en lo más crudo del invierno de aquella infancia de Jamie.
Fotograma de My Ain Folk.
Casi resulta una obviedad definir a Bill Douglas como un cineasta singular dentro del cine británico. Por mucho que uno busque correspondencias su obra apenas se puede emparentar quizá con la de Humphrey Jennings (con el que tanto se empapó de cine Malcolm Lowry), cuyos documentales para la GPO, la unidad creada por John Grierson durante la 2ª guerra mundial, se desprenden con suma facilidad del aquel propagandístico -del momento- y, en el curso del tiempo, aflora el aliento poético que mantiene sus películas más vivas que nunca.
Fotograma de My Ain Folk.
Erice habló más de una vez del cine -de
su cine- como una encrucijada de la memoria y el sueño. La trilogía de Bill Douglas transita ese ámbito cardinal.
Fotograma de My Childhood.
Una trilogía que merece figurar entre lo mejor que nos ha dado
el cine sobre la infancia. La he vuelto a ver hace unas horas. Esta vez con Ángeles. Un cine que nos ve. Ese cine donde
la cámara es la pantalla, como escribe -inscribe- Godard en sus
Histoire(s) du cinéma. Cine que encandila la memoria y vuelve -volverá- para abrigarnos en la intemperie de cualquier invierno: ¿Recuerdas cuando vimos la trilogía de la infancia de Bill Douglas..? ¿Qué vio en nosotros? ¿Qué (nos) vio?