En la Navidad de 1938, un Borges ya cegato sufrió un accidente que lo tuvo durante horas entre la vida y la muerte, y durante semanas febril, presa de los delirios, padeciendo horrendas visiones. Convaleciente, escribió Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, su primer relato fantástico, que se abre con aquella primera frase inolvidable:
Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar.
En los idiomas del hemisferio austral de Tlön no hay sustantivos sino verbos impersonales. No hay palabra que se corresponda con luna, pero hay un verbo que podría traducirse como lunecer. En los idiomas del hemisferio boreal prevalecen los adjetivos, y en su literatura abundan los objetos compuestos de dos términos, uno de carácter visual y otro auditivo: el color del naciente y el remoto grito de un pájaro. Los hay de muchos: el sol y el agua contra el pecho del nadador, el vago rosa trémulo que se ve con los ojos cerrados, la sensación de quien se deja llevar por un río y también por el sueño.
Del cuento de Borges se acuerda Elif Batuman en Los poseídos. Aventuras con libros rusos y con las personas que los leen -presiento que no será la última vez que traiga este libro a la escuela-, cuando aprende que en el uzbeko antiguo había cien palabras para llorar:
---palabras para expresar cuando quieres llorar y no puedes, cuando algo te hace sollozar, cuando lloras tan fuerte como un trueno en las nubes, cuando lloras entre jadeos, cuando lloras por dentro o en secreto, cuando lloras sin cesar en voz alta, cuando lloras con un ataque de hipo y cuando lloras mientras dices ay, ay.
Parece ser que los esquimales distinguen -y nombran- treinta matices de blanco. Y no nos extraña, porque, por así decir, el blanco es su país y precisan un lenguaje para leerlo -o sea, interpretarlo- con precisión. Entonces, ¿qué sabemos de los uzbekos al enterarnos de que tenían cien palabras para llorar?
Lo único que sabe uno es que le vendría de perlas ese campo semántico de llorar en uzbeko antiguo para dar cuenta de la experiencia de llorar en el cine, aunque para desvelarla nada mejor que una conjunción -de ésas borgianas- entre el celuloide y el rostro:
Nunca se ha mostrado con tanta belleza sobre una pantalla el aquel de llorar en el cine como en Vivre sa vie. Y para destilar la experiencia de ver llorar a Anna Karina no bastarían las cien palabras para llorar en uzbeko.
Me han dado ganas de llorar a mí, de puro agradecimiento.
ResponderEliminarUn beso
Por cada palabra que exista para llorar inventemos nosotros otras cien para reír.
ResponderEliminarPero ha sido un muy bello llanto el que nos has traído con esta entrada.