12/7/20

El hada buena de Eisenstein


El domingo pasado, revisando una libreta de hace cuatro años, encontré algunas notas sobre El joven Lincoln (1939), acabábamos de verla en la magnífica edición de La Aventura. Lo diré pronto: nos encanta. Para Ángeles figura en su altar mayor fordiano, sólo por detrás de El hombre tranquilo y al lado de Pasión de los fuertes.


Cobija dos escenas que considero entre las más bellas que haya rodado John Ford. Una, el paseo del joven Lincoln/Henry Fonda con Ann Rutledge/Pauline Moore, ese travelling maravilloso con la cerca en primer término y el curso del río al fondo.


Un travelling que destila una historia de amor. Abe (ella lo llama así) le lleva el cesto con las flores del bosque que venía de recoger, cuando se lo topó leyendo bajo el árbol más espléndido que pueda imaginarse para leer a su amparo (eso sí, de chaval yo leía en sitios de la ribera del Miño, en la frontera con Portugal, que no tenían nada que envidiarle).


El motivo del árbol -de las ramas, de las hojas de los árboles- pespunta El joven Lincoln desde la lápida de los créditos iniciales hasta el último plano.


En realidad no vemos (Ford no nos muestra) que ella se lo encuentre; lo que vemos (lo que Ford nos muestra) es que Ann se le aparece a Abe. Es la voz de Ann quien llama a Abe. El verbo (a punto estuve de escribir Verbo) antes que la imagen. Y el verbo se hace carne.


Como bien apunta Tag Gallagher en su libro sobre Ford (donde El joven Lincoln inspira algunas de sus mejores páginas; la vio unas cincuenta veces durante otros tantos años) y también en el ensayo visual sobre la película (una pieza espléndida en los extras de la edición de La Aventura), Ford gusta de las apariciones milagrosas, recordemos la de Brownyn/Anna Lee en ¡Qué verde era mi valle! o la de Mary Kate/Maureen O'Hara en El hombre tranquilo.


Al final del paseo él le tiende el cesto de las flores. Ella lo recoge.


Y Ángeles comentó (lo anoté aquel día hace cuatro años): Acaba de pasar corriente por el cesto.  Unos segundos después, Anne sale de campo. Para siempre. 


Es la única escena de Abe y Ann, pero esa corriente iluminará al protagonista de por vida. (Aunque Bert Glennon iluminó el resto de la película, esta escena, rodada en escenarios naturales del río Sacramento, se la debemos a Arthur C. Miller.)


El joven Lincoln, animado tras el paseo con la chica, lanza una piedra al río. Con las ondas, una elipsis: témpanos de hielo flotan en el río.


Abe llega por el camino con unas flores para la tumba de Ann.


Y habla con ella, en una de esas figuras fordianas por excelencia, esas conversaciones de los vivos con los muertos (y, más a menudo, de los vivos con las muertas) como en Judge Priest o en She Wore a Yellow Ribbon. En el cine de Ford habita una comunidad de vivos y muertos en amorosa confidencia, la parroquia de los vivos en íntimo confabulario con la parroquia de los muertos, que decían nuestros clásicos gallegos. En la parroquia donde nací, el terreiro de la fiesta linda con el camposanto, así el día de la patrona, santa Mariña, vivos y muertos podían bailar al son de la orquesta Los Lorenzos de O Porriño (donde cantaba el padre de Ángeles) o la Trébol de Ferrol.


La otra escena tiene lugar en una terraza sobre el río. Abe acaba de bailar con Mary Todd/Marjorie Weaver. La chica lo ha invitado, mejor aun, obligado a salir (como antes lo sacó a bailar) para hablar o simplemente estar a solas.


Pero en cuanto Abe pone los ojos en el río, Mary lo tiene claro: se retira, lo mira, espera.


Aquel día de hace cuatro años (lo anoté también, cómo no), Ángeles comentó: Él se queda a solas con su muertita. Ann y el río. El río y Ann. El curso de la historia. Lincoln. 


(No sé si os lo dije, pero lo habréis imaginado: las películas de Ford son otra cosa viéndolas con Ángeles.) Viene a cuento, entonces, otra escena maravillosa en el porche de la casa de la familia Clay. Ford nos muestra a Lincoln sentado a los pies de la madre, Abigail/Alice Brady (fue su última película, se moría de cáncer mientras la rodaba). 


(Recordemos que nuestro hombre se ha ofrecido a Abigail para defender a sus hijos acusados de asesinato.) 


La familia Clay cobra visos de familia adoptiva para el joven Lincoln, que fantasea con esa idea: Abigail le recuerda a su propia madre; Sarah/Arleen Whelan le recuerda a su hermana y encuentra un trasunto de Ann en Carrie Sue/Dorris Bowdon (en los créditos figura Judith Dickens, la actriz asignada en un principio para el papel, a quien Dorris Bowdon sustituyó). Todas murieron, dice. Madre, hermana, Ann: las muertitas de Lincoln.


No olvidemos que en una de las primeras escenas de la película, los Clay no pueden pagarle con dinero unas telas y Abigail le ofrece a cambio un barril de libros viejos. ¡Libros!, un verdadero regalo para el joven Lincoln. Abigail (los libros) y Ann (el destino) devienen sus figuras tutelares.


El mes pasado se cumplieron 81 años del estreno de El joven Lincoln. A estas alturas quién duda de que se trata de una de las grandes películas de John Ford (bueno, habrá quienes duden y hasta quienes la detesten, hay gente para todo). De lo que no hay duda es de que se trata de una película fordiana a más no poder (creo que coincidirán hasta los que la detestan). Lo diré con menos palabras: una obra maestra de Ford. Pero cuando se rodó era una película de Darryl Zanuck. En la Fox todo el mundo trabajaba para Zanuck. Cualquier guionista o director lo sabía.


Y Zanuck le asignó el proyecto de El joven Lincoln a Ford. Con un guión (original) de Lamar Trotti, a quien Zanuck consideraba casi un experto en Lincoln. Un guión aprobado por Zanuck (que había empezado en el cine como guionista). Y cuando aprobaba un guión, ese guión iba (debía ir) a misa. Zanuck también era un gran montador y las películas de la Fox se montaban bajo su estrecha supervisión.


Ford tuvo que bregar con esas condiciones y, sobra decir, tuvo sus más y sus menos con Zanuck. Todo sea dicho: por sólo citar otras tres cumbres fordianas, Zanuck produjo también ¡Qué verde era mi valle!, Las uvas de la ira y Pasión de los fuertes. Y sabía de sobra cuánto le interesaba a Ford el personaje de Lincoln; fue el propio director quien convenció a Henry Fonda para que lo encarnara.


Lamar Trotti había firmado antes tres películas de Ford: con Dudley Nichols, los guiones Judge Priest y Steamboat Round the Bend, y con Sonya Levien, el de Drums Along the Mohawk. Y Ford, aunque no figurara acreditado, siempre se implicaba en la escritura de los guiones. En los proyectos de Zanuck le resultaba más difícil. Por eso resulta significativo (y aun, excepcional) que Ford sólo reivindicara expresamente su participación en un guión, el de El joven Lincoln. En la entrevista con Bogdanovich le cuenta que había leído mucho sobre Abraham Lincoln y trató de aportar la dimensión cómica del personaje en la película. Y, como remate, puntualiza:
Lamar Trotti era un buen escritor y la escribimos juntos.
(Uno diría que era un gran guionista; escribió, por sólo mencionar un western memorable de Willam A. Wellman, Cielo amarillo.)


Pauline  Moore, la actriz que encarna a Ann Rutledge, contó que cuando llegó el momento de rodar su (única) escena, Ford se le acercó y le preguntó si se sabía el papel (de hecho ya había interpretado la escena en una prueba de cámara).


Le pidió que se quitara la pintura de labios, se habían pasado con el maquillaje. Luego le cogió el guión y empezó a tachar líneas. La actriz tembló: a ese paso se quedaba sin papel. Al parecer Ford sólo cortó seis frases y unas cuantas palabras sueltas de una escena de tres páginas. No sé a Lamar Trotti, pero seguro que a Zanuck no le sentó nada bien.


En la entrevista con Bogdanovich, Ford no olvida los cortes que le dolieron (o sea, no perdona la mano de Zanuck en el montaje), sobre todo...
una escena preciosa en la que Lincoln entraba en la ciudad a lomos de una mula, pasaba junto a un teatro y se paraba a ver qué ponían...
La familia Booth ponía en escena Hamlet. Desde la entrada del teatro, un joven dandi contemplaba a aquel tipo estrafalario con chistera montado en una mula. Cruzaban una mirada. Aquel joven era John Wilkes Booth.
...se daba uno cuenta de que había una relación entre ellos. Lo cortaron y fue una pena.
Durante el rodaje, Zanuck le mandaba notas a Ford donde, a pesar de gustarle los copiones que veía a diario, se quejaba de la lentitud de las escenas. Casi treinta años después del estreno de la película, Zanuck parecía haber caído de la burra:
Finalmente he llegado a la conclusión de que Ford es el mejor director de la historia del cine. (...) Mirabas el decorado y quizá pensabas que hacía falta un primer plano, pero no era así. Era un gran, grandísimo artista visual. 
John Ford, Henry Fonda y miembros del equipo 
durante el rodaje de El joven Lincoln.

No cuesta nada ver en el Lincoln de Ford una cristalización del héroe fordiano, un personaje complejo (con sus luces y muchas sombras). Uno de esos tipos que, en palabras de Tag Gallagher, reúne a la familia (los Clay en este caso) y luego se marcha (como Ethan Edwards en Centauros del desierto). ¿Cómo pinta Ford al joven Lincoln? Como un cuentista, a la vez narrador y embaucador; elegante y desgalichado, humorista y visionario, manipulador y humanista... Un personaje que se corresponde muy bien con el viejo Lincoln (2012) de Spielberg, ese presidente que arma una trama de corrupción política con vistas a conseguir aprobar a 13ª enmienda de la Constitución para prohibir la esclavitud.


Aquel discurso del joven Lincoln para contener a la turba delante de la cárcel presagia la retórica del viejo Lincoln que, como señala Howard Zinn en La otra historia de los Estados Unidos, durante la campaña de 1858 proclamaba en Chicago que todos los hombres fueron creados iguales y dos meses más tarde en Charleston: no estoy, ni he estado nunca, a favor de equiparar social y políticamente a las razas blanca y negra. En definitiva, un tipo con agudo instinto político que supo conjugar los intereses capitalistas (del Norte) con el movimiento abolicionista, consiguiendo el fin de la esclavitud, dentro de un orden prescrito por la clase dominante (blanca), comprando los votos que le faltaban y mintiendo al Congreso cuando hizo falta. El Sur esclavista se rindió al Norte racista y cinco días después el actor John Wilkes Booth asesinó a Lincoln en el teatro Ford de Washington.


Eisenstein había planeado un libro sobre películas de John Ford. Los textos no pasaron de borradores, esbozos o notas. Uno de esos textos, escrito en 1945 (tres años antes de su muerte) a propósito de El joven Lincoln, se publicó por primera vez en el número 4 de la revista Iskusstvo Kino en 1960; su título, El señor Lincoln por el señor Ford (La Aventura tuvo el detalle de incluirlo en el libreto que acompaña la edición de la película). Ese texto debía haber sido el primer capítulo del libro. Tal como se publicó no pasa de ser un (valioso) borrador, notas pendientes de su forma definitiva Empezaba así:
Imaginemos que un hada buena y ociosa me dijese: "Como ahora no tengo nada mejor que hacer, ¿querrías que con un golpe de varita mágica te concediese un deseo, Serguéi Mihailovich? ¿Hay alguna película americana de la que te gustaría ser autor?" No solamente no dudaría en aceptar la oferta, sino que nombraría inmediatamente la película que desearía haber hecho. Sería El joven Lincoln dirigida por John Ford.

Eisenstein la había visto en vísperas de la 2ª guerra mundial. El texto se abrochaba con estas líneas:
Mi amor por esta película ni se ha enfriado ni se ha olvidado, al contrario, crece más fuerte hasta que llego a sentirla cada vez más y más cerca de mí.

No recuerdo bien si Eisenstein le hizo llegar el texto a Ford o si sólo por carta le contó cuánto admiraba El joven Lincoln, el caso es que Ford le agradeció sus palabras en una carta con un fotograma de la película. Me gustaría preguntarle a Naum Kleiman (en palabras de Serge Daney: conservador-portero-historiador-cocinero-okupa de la casa de Eisenstein) si se conserva ese fotograma de El joven Lincoln y, claro, de ser así, qué imagen de la película le regaló Ford.


Quién sabe si por obra de un hada buena. Uno sabe algo de hadas así.

1 comentario:

  1. Espléndido como siempre el artículo, Daniel. También a mí los diálogos con los muertos en Ford me encantan, como el de Wyatt Earp (de nuevo Henry Fonda) cuando coloca unas piedras en la tumba de su hermano menor en Pasión de los fuertes. Y ese gesto también lo tomará con los años Clint Eastwood en algunas de sus películas.

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