Es como una epidemia que se extiende
hasta el infinito.
El 6 de septiembre de 1961,
Buñuel le escribe a su
sobrino Paco Rabal desde México DF:
Preparo una película en donde me voy a soltar el pelo. Tengo para ti cierto papel de coronel elegante.
Buñuel se soltó el pelo con
El ángel exterminador pero Paco Rabal no hizo el papel de c
oronel elegante, quizá no pudieron casar las fechas (lástima no escuchar con su voz aquello de
la patria son los ríos que van a dar a la mar...). Cinco días antes José Bergamín le había escrito a Buñuel desde Madrid:
De mi título, dispón como quieras (y si no fuera broma lo de los 300, ¡mejor!). De todos modos tenlo por tuyo. Me encantaría verlo ya anunciado.
Cartel de Eduardo Muñoz Bachs.
Lo de
mi título es
El ángel exterminador. Durante el rodaje de
Viridiana, la primavera anterior, Bergamín le había contado a Buñuel en el café Viena de Madrid, donde se reunía la peña, que tenía en mente una obra de teatro con ese título. Al cineasta le encantó y, según cuenta en
Mi último suspiro, le dijo:
Si yo veo eso en un cartel, entro inmediatamente en la sala. Los dos sabían de sobra que ese título salía del
Apocalipsis (Abadón, el ángel exterminador o el ángel del abismo) o del segundo
Libro de Samuel (
El ángel exterminador extendió su mano hacia Jerusalén, pero Yavé se arrepintió del mal y dijo al ángel exterminador: '¡Detente! ¡Retira tu mano!'). Finalmente Bergamín no escribió la obra de teatro y Buñuel aprovechó el título.
Lo de los 300 son los 300 dólares que Buñuel le había ofrecido pagarle por el préstamo; casi seguro que era una broma.
La historia de
El ángel exterminador venía de lejos. La idea se le había ocurrido a
Buñuel, allá por 1940, cuando trabajaba en la Filmoteca del MoMA de Nueva York bajo la protección de su directora Iris Barry, pionera de la crítica de cine y de la conservación del patrimonio cinematográfico;
una mujer a la que debo mucho, reconoce el cineasta en
Mi último suspiro.
Iris Barry le contó algunas anécdotas sobre cenas de la gran burguesía, como el cisne de hielo donde anidar el caviar o el traspiés del sirviente que los invitados atribuyen a una broma encantadora preparada por los anfitriones, lances que nutrieron la idea de Buñuel y más de veinte años después la propia película.
Cuenta Maurice Drouzy (en
Luis Buñuel architecte du rêve.) que ya en 1947 Buñuel le propuso la idea a una productora mejicana, pero no cuajó. Seis años después, escribió con Luis Alcoriza (su guionista en
Los olvidados,
Él o
El río y la muerte) una primera sinopsis y en 1957 una segunda versión que servirá de base al guión de la película. Aquella historia llevaba por título
Los náufragos de la calle Providencia, hasta que Buñuel encontró alguna resonancia en
El ángel exterminador del que le había hablado Bergamín.
En realidad, conscientemente o no,
El ángel exterminador viene siendo una prolongación y desarrollo de la fiesta burguesa de
L'age d'or (1930) y, como explicó su hijo Juan Luis (por más que el cineasta dijera en alguna entrevista que no tenía nada que ver), germina en una imagen obsesiva (
Soy un hombre de obsesiones, dijo Buñuel más de una vez):
La balsa de la Medusa, de Géricault, donde el pintor usó como modelos enfermos agonizantes y cadáveres en hospitales y morgues. Viene a cuento la historia que refleja el cuadro (sigo la descripción de
Agustín Sánchez Vidal en su libro sobre Buñuel): el 2 de julio de 1816 la fragata francesa
Medusa se dirigía a Senegal y encalló a cuarenta leguas de la costa africana; no había botes suficientes para los cuatrocientos pasajeros, así que aviaron una balsa que debía ser remolcada por los botes, pero quienes los ocupaban cortaron las amarras dejando la balsa a la deriva con ciento cincuenta supervivientes; sólo quedaban quince cuando un barco los recogió doce días después, habían vivido escenas atroces, hasta el canibalismo.
De hecho, Buñuel se autocensuró -según propia confesión- en
El ángel exterminador, debía haber dejado a los personajes encerrados hasta el canibalismo, aunque eso bien podemos imaginarlo cuando al final
no pueden salir de la iglesia tras el
Te Deum, y ya no son dos decenas sino dos centenas.
El 7 de diciembre de 1961 Buñuel le manda una carta desde el DF a Zachary Scott (el actor protagonista de
La joven que intentaba levantar el proyecto de
Bajo el volcán) poniéndole al tanto del retraso en el rodaje de
El ángel exterminador, que debía haber comenzado a mediados de noviembre, por un conflicto sindical entre los productores mejicanos y los técnicos. Calcula que, si todo se arregla, comenzaría a rodar en Churubusco el 15 de enero. El rodaje aún se retrasaría un par de semanas más; transcurre finalmente entre el 29 de enero y el 9 de marzo de 1962. La película costó, según el cineasta de Calanda, nueve millones de pesetas. El productor Gustavo Alatriste pudo financiarla gracias al éxito de
Viridiana, que había costado poco más de seis millones.
Buñuel envidiaba el
lujo del que podía disponer Visconti en una película como
Senso, por ejemplo, mientras que en
El ángel exterminador, tenían una única servilleta de encaje que les prestó la maquilladora y se la ponían a cada personaje que iban encuadrando en planos cercanos durante la cena. Con un escuálido presupuesto tuvo que arreglárselas Julio Alejandro, su guionista en
Abismos de pasión,
Nazarín,
Viridiana,
Simón del desierto y
Tristana, aquí en funciones de atrecista.
Luis Buñuel prepara la escena del sacrificio de la ovejita
en El ángel exterminador con Enrique Rambal y la ídem.
Abajo, un fotograma de la escena.
En
Mi último suspiro,
Buñuel confiesa que
El ángel exterminador es de las raras películas suyas que ha vuelto a ver y cada vez lamentaba el tiempo de rodaje tan ajustado. Y añade:
Lo que veo en ella es un grupo de personas que no pueden hacer lo que quieren hacer: salir de la habitación. Imposibilidad inexplicable de satisfacer un sencillo deseo. Esto ocurre a menudo en mis películas.
En
Le charme de la bourgeoisie, que puede verse como un desarrollo de aquélla por otros medios diez años después, los personajes quieren a toda costa cenar juntos y no lo consiguen.
No sólo eso, como apuntó João Bénard da Costa,
El ángel exterminador es una recapitulación genial de toda la obra de Buñuel, una
summa de sus personajes, situaciones y motivos. Por atenernos nada más que a la topografía de la historia -la idea de una localización acotada- recordemos el autobús en
Subida al cielo (1952), el tranvía en
La ilusión viaja en tranvía (1954), la isla en
Robinson Crusoe (1954) y en
La joven (1960) o la columna en
Simón del desierto (1965). Y salta a la vista, claro, el motivo de la mano muerta de
Un chien andalou (1929).
Un mes después de terminar el rodaje, Buñuel le escribe a Ricardo Muñoz Suay (productor ejecutivo de
Viridiana y factótum de Uninci, la productora española de la película):
Presento en Cannes un film mucho más libre que Viridiana. Se llama El ángel exterminador. El scénario [guión, en francés] y los diálogos son míos y está basado en el cinegrama que había escrito hace 5 años con Alcoriza titulado "Los náufragos de la calle Providencia". No sé si es buena o correcta pero es una obra sin precedentes. El film está compuesto de diez bobinas de las que ocho se desarrollan en una pequeña habitación de 7 por 7 metros con 21 personajes sin que ninguno pase el umbral nunca. Vas a pensar qué original aburrimiento. Es posible.
Una libertad (dentro del presupuesto, sobra decir) gracias a Gustavo Alatriste, un productor que Buñuel, ya desde
Viridiana, nunca se cansó de encomiar, como le contó a J. Francisco Aranda:
es el [productor]
que más libertad ha dado a un autor en toda la historia del cine; ni siquiera quiso leer el guión de
El ángel exterminador y gasta el dinero
dejándome hacer lo que quiera, es sensacional. Ni siquiera se ha molestado porque haya dado a su mujer un papel secundario.
Contemos la historia completa: fue la actriz Silvia Pinal quien le insistió a su marido, Gustavo Alatriste, para que le encargara una película con ella a Buñuel. Al parecer, el cineasta de Calanda se resistía porque sus películas no eran taquilleras y ella era una estrella del cine mejicano, pero consiguieron convencerle e hizo
Viridiana (1961) con Silvia Pinal como protagonista. En
El ángel exterminador, tratándose de una película -por fuerza- coral, resulta bastante estéril señalar protagonismos, pero aun así, su Leticia
la Walkiria es un personaje, como mínimo, importante (una variación de la también virginal Viridiana), y volverá a tener un papel principal con Buñuel en
Simón del desierto.
Silvia Pinal en Viridiana.
Silvia Pinal en El ángel exterminador.
Abajo en Simón del desierto, como el diablo.
Muchos años después, la actriz contó cómo el 1 de marzo el set se vio revolucionado con la visita de Marilyn Monroe. Por lo visto Buñuel dejó todo y se fue corriendo a saludarla. El de Calanda solía contar que no le hizo ningún caso. Su hijo Juan Luis lo tiene claro: era un mentiroso. Silvia Pinal recordaba que Marilyn se presentó en el set donde todas las mujeres estábamos desgreñadas, porque nos ponían miel mezclada con tierra para sentirnos incómodas, y de pronto llega aquella cosita preciosa, casi desnuda con su vestidito... Enseguida Buñuel y el director de fotografía Gabriel Figueroa las disponen para la foto con Marilyn, pero ninguna quería con aquellas pintas. Pero se la hicieron. No vi ninguna fotografía de Marilyn con Buñuel pero sí algunas con Gabriel Figueroa.
Para la publicidad de la película se usó la imagen del ángel con el látigo que vemos en la flagelación de san Jerónimo pintada por Valdés Leal en 1657, imagino que por sugerencia del propio Buñuel.
El 19 de julio de 1962,
Michel Piccoli, uno de los actores preferidos del cineasta de Calanda, acaba de ver
El ángel exterminador y le escribe desde París para decirle cuánto le ha gustado -
Es maravillosa. Es espléndida.- y a continuación una broma:
En efecto, hizo usted bien al repetir la escena de la llegada de los invitados. De lo contrario ¡¡¡la película hubiese sido demasiado corta!!!
En su momento se habló lo suyo de aquella escena repetida, un efecto más llamativo si cabe por producirse casi seguidas. No es la única, sólo que las demás no resultan tan notorias. Tampoco son, ni siquiera la de la llegada de los invitados, repeticiones sensu stricto, más bien habría que hablar de variaciones (por ejemplo, la angulación de la cámara en la escena mencionada). Variaciones que colapsan la lógica causal y refuerzan la idea de círculo vicioso inoculada en el curso de la película, eclipsando de paso la percepción del tiempo en cuanto los personajes quedan confinados. Un círculo más vicioso aun a la vista de la trivialidad de la trama.
Pero una trivialidad que se conjuga maravillosamente con la forma desplegada por
Buñuel para producir una feliz aleación de horror y humor (horror destilado con humor o viceversa). En su tremenda deriva,
El ángel exterminador deviene tremendamente divertida.
Cuanta banalidad, frase hecha, lugar común (
¿Qué sucede aquí? No sé cómo hemos podido llegar a esto. Pero todo tiene sus límites, comenta Edmundo/Enrique Rambal, el anfitrión, transcurridos veintipocos minutos de la película, cuando advierte que ninguno de sus invitados puede/quiere irse del salón donde acaban de pasar la noche), pespuntada con el arrebato, el fervor, el delirio de algunas línea incandescentes, a modo de hilarante pasamanería sobre un tejido preciso (y precioso) de
travellings y panorámicas siguiendo, ligando, hilvanando personajes, trances y rincones (gracias también a un espléndido trabajo del operador de cámara Manuel González).
Un verdadero primor en las formas para envolver con delicado cuidado a unos personajes que las van perdiendo.
Se ajan los afeites de la civilización y asoma la barbarie en el curso del confinamiento en la mansión de la Calle de la Providencia, 1109.
La verdad, no sé por qué se me ocurrió traer
El ángel exterminador a la
escuela.