26/5/19

Otro montoncito


El pasado fin de semana callejeamos una Lisboa florecida de jacarandás en compañía de Carmen y Roberto.


Ya el viernes 17 de mayo, día de nuestro encuentro: ellos, desde Madrid; nosotros, desde nuestro finisterre, después de comer en el Primeiro de Maio, cerca de la plaza de Camões, caminamos Bairro Alto arriba hasta el Jardim do Príncipe Real y desde allí hasta la Cinemateca Portuguesa: un recorrido casi ritual de António Reis, después de impartir su clase en la Escola de Cinema do Conservatorio, a finales de los años 80, en compañía de alumnos como Pedro Costa, para llegar a la sesión de las 18.30 h.


En la Cinemateca Portuguesa, otro ritual, lo primero recoger la programación de mayo (con una imagen de Anna Karina en la portada) y la folha  de Manuel Cintra Ferreira dedicada a The Light that Failed (1939), de William A. Wellman, que se pasaba ese viernes.


Luego visitamos la exposición O Livro de Cinema. Viagem através das edições e da imagem gráfica da cinemateca, que incluía también folletos, catálogos y carteles desde los tiempos en que la Cinemateca se adjetivaba Nacional. Los que frecuentáis esta escuela sabéis de sobra mi devoción por los libros editados por la Cinemateca Portuguesa, cada uno -ya sea sobre un cineasta, un género o un tema- con su formato y diseño gráfico particular, distinto, único; cuidados todos con primor; cada uno, un emblema admirable de la Cinemateca Portuguesa. Desde hace treinta años, aprovecho cada viaje a Lisboa para llevarme alguna de esas joyitas, a veces más de una, un montoncito. A veces también me aprovecho de los viajes de otros y otras: el mes pasado Lilian y nuestro hijo me trajeron el precioso libro dedicado a João César Monteiro (dirección gráfica de Rita Azevedo Gomes, en colaboración con Jorge Magalhães), y el de as folhas da cinemateca de sus películas (concepción gráfica de Beatriz Horta Correia).


Total, que cruzamos la pasarela sobre el vestíbulo y me fui a la librería Linha de sombra (Ángeles, Carmen y Roberto se pasaron antes por el Bar 39 Degraus, un sitio estupendo para tomar un café, leer, escribir o charlar, dentro o en la terraza, donde se proyectan películas las noches de verano, y comunicada también con la librería).


Como siempre, cuesta lo suyo (lo mío) escoger qué libros llevarme.


Al final me quedé con cinco: In Alfred Hitchcock's (dirección gráfica de Rita Azevedo Gomes); Boris Barnet (dirección gráfica de José António Flores); Yervant Gianikian y Angela Ricci Lucchi (dirección gráfica de Patrícia Proença); Stanley Kubrick, de Enrico Ghezzi (dirección gráfica de Luis Miguel Castro), y el libro con as folhas da cinemateca dedicadas a las películas de Chantal Akerman (concepción gráfica de Nuno Rodrigues). Otro montoncito, acrecentado esta vez por un regalo del librero João Oliveira (siempre tiene algún detalle): Bucha e Estica [Laurel y Hardy, el Gordo y el Flaco, que tanto le gustan a Ángeles], de Josè Pantieri.


Y, claro, uno de los mayores placeres: ojear y hojear los libros en la terraza, con un café. En el bar, veo a Rita Azevedo Gomes, trabajando. No es algo que acostumbre a hacer en circunstancias similares, quizá ayudó la exaltación cinéfila que depara la propia Cinemateca; el caso es que me acerqué a saludarla y aproveché para decirle cuánto me había gustado A Portuguesa. De vuelta con el café en la terraza, nos demoramos un rato con los libros. A Carmen, hojear y ojear In Alfred Hitchcock's le despiertan las ganas de ver sus películas y el recuerdo de Marnie, que tanto la cautivó cuando era una cría. Y allí mismo -qué mejor lugar- acordamos programar para los días de agosto que pasan con nosotros unas cuantas películas de don Alfredo, Marnie incluida, faltaría más.


El sábado 18 volvimos por los pasos de António Reis a la Cinemateca Portuguesa (con un alto en la Rua Nova de São Mamede para comer en Casa Lira d'Ouro) para una estupenda sesión continua: The Misfits (1961), de John Huston, y Raging Bull (1980), de Scorsese. 


Hubo también horas memorables más allá de la Cinemateca Portuguesa. Los desayunos en aquella pastelaria (¿cómo se llamaba?) cerca del hotel; recorrer la Avenida da Liberdade, la librería Ferin en Rua Nova de Almada, el paseo del domingo por los Cais do Sodré... Pero las horas en la Cinemateca Portuguesa atesoran un aquel incomparable: era la primera vez que estábamos los cuatro juntos en un lugar que -para mí- cifra como ningún otro la felicidad cinéfila (una barricada frente a la barbarie); juntos por primera vez también en una ciudad que nos encanta. Cuando nos despedíamos en la plaza de Camões, Roberto: En cuanto sepas de otra sesión continua así, avisa... Dadlo por hecho. Volveremos.


(Las fotografías se le deben a Roberto Villar Blanco y a Ángeles García.)


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