3/2/19

Ese límite


La Rubia/ Tilda Swinton en The Limits of Control (2009), 
de Jim Jarmusch

Por eso contar una buena película se parece tanto a contar un buen sueño. A soñarla (o ensoñarla). A encadenar un sueño con otro. Cuántas películas le habré contado a Ángeles en el curso de ese kilómetro que separa nuestra casa del mar. Un camino de sueños en compañía del cine por este finisterre. Ya se sabe, las películas -como los sueños- llaman por las palabras. Interpretar (analizar) una película se parece mucho a interpretar (analizar) un sueño. Por eso la crítica de cine -la crítica como arte de amar (se entiende)- viene siendo una suerte de (psico)análisis, al regresar de algo muy parecido al sueño (hipnótico) que tantas veces propicia una película. Y celebramos que tantas de las mejores películas se hayan encontrado con (o se hayan visto acompañadas por) los mejores críticos.

Nita/ Supriya Choudhury en Meghe Dhaka Tara.

Uno de estos días volví a ver Meghe Dhaka Tara (1960), del cineasta bengalí Ritwik Ghatak, y recordé el texto luminoso que le dedicó Raymond Bellour, La película que acompañamos (enlazo la versión inglesa publicada en Rouge; la versión castellana podéis leerla en Pensamientos del cine. Las películas que acompañamos. El cine que intentamos recuperar, editado por Shangrila, un libro espléndido de quinientas páginas que recoge casi cuarenta textos escritos por Bellour durante cuarenta años. Fue su amigo Serge Daney quien le animó a escribir sobre Meghe Dhaka Tara al decirle que la película de Rutwit Ghatak era...
uno de los cinco o seis grandes melodramas de la historia del cine.
Ritwik Ghatak

Entre los hilos cardinales que hilvanan Meghe Dhaka Tara encontramos una imagen primordial, la fotografía de Nita y su hermano más querido, de niños, con unas colinas de fondo. Un motivo que Ritwik Ghatak y su director de fotografía, Dinen Gupta, transfiguran mediante diversas modulaciones (el lugar en el encuadre, angulación, movimiento de cámara, iluminación, interacción con los personajes, el corte entre planos... por no hablar del tratamiento sonoro, una dimensión poderosa en el cine de Ghatak). Cada vez que aparece esa fotografía, la vemos de forma distinta -cada vez vemos más en ella-, generando una constelación de latidos que dan forma a la emoción en una clausura conmovedora. En realidad sólo hacia el final de la película se nos mostrará con claridad esa imagen; para entonces, sin haberla visto bien, la película -la puesta en escena- nos ha mostrado cuánto significa y la carga de sentido que atesora para la protagonista. La vemos por primera vez cuando Nita acaba de leer frente a la ventana una carta de amor, se vuelve, radiante, quiere volver a leerla, la desdobla, entonces tropieza sin querer con la fotografía...   


Nita, la hermana que carga con el sustento de la familia, cifra en esa imagen el paraíso de la infancia perdida y el único sostén de su esperanza. Esa fotografía ilumina su resistencia. Nita y su familia viven como refugiados en los arrabales de Calcuta tras la partición de Bengala. Como la familia de Ritwit Ghatak. El cineasta inscribió el desgarro de esa experiencia en su obra cinematográfica. 


Una cadena de infortunios va consumiendo a Nita y quebrando su resistencia. Y comienza a eclipsarse su luz (el título suele traducirse como "la estrella escondida" o "la estrella oculta por las nubes"). Apenas esa fotografía conserva su fulgor. 


Pero quizá ya no sea suficiente para alumbrar a Nita en la oscuridad. Y quizá nunca volverá a ver esas colinas que dibujan el paraíso de la infancia con su hermano, tan inaccesibles ya... 


Nita enferma de tuberculosis, pero sigue trabajando para su familia, no se cuida, se aísla en una habitación para ella sola. 


Ironía trágica. Habiéndose consumido por la familia, cada uno resuelve sus problemas al margen de ella. Ya en el tramo final de la película, Nita se va de casa. Ella sola es ya su única carga. 


Es entonces cuando se nos muestra la fotografía en un plano detalle:


Y Nita se va.  A la noche. A la lluvia. Sola, abrazando la fotografía contra su pecho. Echa a correr. Y tropieza con el hermano.


Y la fotografía cae y se astilla el cristal, cumpliendo el presagio de aquella primera vez. Por así decir, la fotografía -y todo lo que (ahora sabemos) significa para Nita- empezó a caer allí y se estrella aquí. Ghatak ha transformado nuestra mirada, a través de los avatares cardinales de esa fotografía, en depositaria de una memoria de infancia, lo único que le queda a Nita. Lo único que ahora cuenta.


El hermano venía en su busca, encontró un hospital donde pueden cuidarla.


Entonces es escuchar las colinas y Nita se gira hacia su hermano, y, como movida por un impulso que despertara un fuego interior, avanza hacia nosotros -hacia la cámara- y se apodera del plano.


Escribe Raymond Bellour con toda razón -y pasión- que el cine se reconoce en un momento así, de una fuerza absoluta...
en ese límite siempre perseguido, tan difícil de alcanzar, entre interior y exterior, imagen realista e imagen mental, percepción y alucinación...
En un momento así, donde una película linda con el sueño, se reconoce el (mejor) cine. Justo ahí, en ese límite.

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