20/8/17

Carpintería



Un poeta debe ser capaz de hacer un árbol con unos muebles, decía Anne Sexton.


Una artesanía del birlibirloque, digamos. O, ya puestos, el poeta como hacedor de misterios (el de la transustanciación, nada menos), por no decir de milagros (el de la resurrección). Por lo visto, ella trataba de advertir sobre la mentira subyacente en toda obra poética. O sea, avisaba que todos los poetas mienten. Pero, si vamos a eso, también debería señalar que los poetas -en verdad merecedores de esas cinco letras- no saben realmente qué escriben (o lo que es lo mismo: quién les escribe, todo poeta es un cuerpo abierto). Dicho de otra forma, el poeta escribe pero no (siempre) sabe leer lo que escribe (ni siquiera es su trabajo: la obra de sus manos ya no es cosa suya). Hacer un árbol con unos muebles, tal como cifró la tarea Anne Sexton, nos dice -fuera cual fuera su intención- algo mucho más importante, algo cardinal y primordial: un poeta nos recuerda de dónde venimos, nos devuelve a los orígenes. Un poeta nos anida. Ahí es nada.

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