14/5/17

Ya no batalles más...


Pasado mañana se cumplen cien años del nacimiento de Juan Rulfo en Apulco (Sayula, Jalisco, México). O por lo menos así reza en la fe de bautismo. Sin el centenario en la cabeza, hace dos domingos hablamos con Carmen y Roberto de Pedro Páramo. De vuelta de Madrid, tenía esperándome Había mucha neblina o humo o no sé qué, el ensayo de Cristina Rivera Garza sobre los trabajos y los días -los viajes- de Juan Rulfo, ese escribir entre vivir y ganarse la vida, que decía Piglia. Cómo resistirme a un libro que lleva por título esa línea espléndida en boca de Miguel Páramo en el fragmento 11 de la novela:
...Se me perdió el pueblo. Había mucha neblina o humo o no sé qué...
Y casi no pude terminarlo porque página tras página tenía que aguantarme las ganas de leer otra vez Pedro Páramo. Hasta que no me las aguanté.

Fotografía de Juan Rulfo.

Y volví a leer esa novela prodigiosa de almas en pena, construida de silencios, de hilos colgantes, de escenas cortadas, donde todo ocurre en un tiempo simultáneo que es un no tiempo, como apuntó no recuerdo quién; esas 120 páginas inagotables con 69 fragmentos deshilvanados en un milagroso montaje, esa estructura secreta (clandestina) que no podía sino convertirse, a la altura de 1955 cuando apareció Pedro Páramo, en materia legendaria, pongamos por caso aquella historia que cuenta cómo Arreola, con las cuartillas de los cachitos de la novela desplegados en su mesa de ping-pong, ayudó a su amigo a encontrar una estructura (descentrada) que funcionara. Rulfo ya tenía claro mientras escribía la novela (con la ayuda de una beca del Centro Mexicano de Escritores) que era una narración en fragmentos pero cuyo orden no es evolutivo ni determinado, tal como describe su trabajo en las memorias que debía presentar como becario. Es decir, había concebido Pedro Páramo (aunque todavía no se titulaba así) como un montaje de fragmentos sin una cronología lineal y sin trama (encadenamiento de escenas) aparente.

Primera página del mecanuscrito 
de Pedro Páramo por Rulfo 
con una Remington Rand 17, 
negra, de hierro, de 14,7 kg.

Estoy convencido de que la verdadera y más importante contribución de Arreola, y quién sabe si definitiva -su único mérito-, más allá de algunas (probables) sugerencias sobre el orden -la ubicación- de este o aquel fragmento, fue convencer a un Rulfo -atenazado por dudas estructurales (quién puede extrañarse)- de que allí, en aquellos cachitos descosidos había una novela:
Mira, ya no batalles más. Pedro Páramo es así.
A propósito de este libro se ha hablado del arte de la elipsis. Uno hablaría de la elipsis como la religión de Rulfo; desde luego, como una obsesión; como una neurosis, digamos. Cuando se le apuntaba que algunos aspectos de Pedro Páramo no quedaban suficientemente claros, el escritor explicaba (seguramente musitaba):
Es que la novela tenía trescientas páginas, tenía sus elucubraciones, tenía divagaciones, tenía explicaciones.
Rulfo poda las conexiones causales entre fragmentos y los monta por choques o resonancias emocionales, y los interlineados -y la puntuación- cobran un valor primordial: esos espacios en blanco, esos cortes que rompen cualquier desarrollo y cronología lineales, en un texto tan roto como el amor de Pedro Páramo por Susana San Juan. La ambigüedad inquieta cada página como atmósfera propicia a los fantasmas, con sus memorias de ultratumba, ánimas que deambulan por Comala en busca de un paraíso perdido,
...como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos.
Tlahuitoltepec, 1955. (Fotografía de Juan Rulfo.)

Así el texto cobra vida gracias a nuestro trabajo lector, como nunca entre líneas, un trabajo en tiempo presente, que, como señalaba Emir Rodríguez de Monegal, es la única dimensión en la que viven los personajes (los fantasmas):
Pedro Páramo construye su estructura temporal sobre la ilusión del tiempo narrativo. 
Un tiempo ilusorio, dicho sea al bies, hilvanado en una novela transfigurada en telar de ilusiones, desilusiones y aun alucinaciones de Dolores y Juan Preciado, Eduviges Dyada, Dorotea la Cuarraca, Damiana Cisneros, Susana San Juan o el propio Pedro Páramo, En palabras de Cristina Rivera Garza, Rulfo no pretende reflejar o representar una realidad,
como todo texto verdadero, se propuso algo a la vez más descabellado y más simple: producir su propia realidad. Instaurar sus propias reglas. Atender a sus propios murmullos. Honrar su propia materia. Juan Rulfo produjo así prácticas de escritura y de lectura con las que se inaugura la modernidad mexicana. Juan Rulfo es, en ese sentido, nuestro gran experimentalista.
  Campesinas de Oaxaca. (Fotografía de Juan Rulfo. )

Hace cuarenta años pudimos ver -o mejor oír- cómo el escritor, entrevistado por Joaquín Soler Serrano en el programa A fondo de TVE, se refería en voz muy bajita a la estructura de Pedro Páramo:
...está roto el tiempo y el espacio, y es que pues se trabajó con muertos. (...) Está estructurada de tal forma que llega aparentemente a no tener estructura, cuando es lo que sostiene la novela, la estructura. 
Cómo no iba a tener dudas bregando en semejante batalla.

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