Rara vez Ángeles me sugiere que escriba sobre una película, pero lo hizo con
Down to the Sea in Ships (1949), de Henry Hathaway; aquí la titularon -a saber por qué-
El demonio del mar, aunque no estaría mal traído por el lado griego, o sea, por el
daimon: el destino, la fatalidad, la voz o llamada interior, en una palabra, vocación. Seguramente el título -en inglés- proviene de unos versos del salmo 107:
Los que a la mar se hicieron en sus naves, llevando su negocio por las muchas aguas, / vieron las obras de Yahveh, sus maravillas en el piélago...
Zanuck había empezado a preparar
Down to the Sea in Ships en 1939 (nada que ver con la película de 1922 con el mismo título) a partir de una historia de Sy Bartlett, y mandó al director de 2ª unidad Otto Brower a filmar la caza de las ballenas, pero el rodaje se retrasó por problemas con el guión de Bartlett y la reescritura de John Lee Mahin (ambos figuran acreditados como guionistas de la película), y sobre todo por la entrada de EEUU en la 2ª guerra mundial, con las restricciones que afectaron a la producción cinematográfica. Otto Brewer no llegó a ver cómo lucía en
Down to the Sea in Ships (y luce la mar de bien) el material que rodó sobre la caza de las ballenas porque murió tres años antes del estreno.
Sólo después de la guerra, el director artístico Lyle Wheeler pudo encargarse de la construcción de la réplica a tamaño natural del ballenero
Pride of Bedford, y hasta compraron auténtica grasa de ballena en Vancouver para conferirle mayor autenticidad a algunas secuencias.
Ángeles quería que le reservara un
domingo; es una película
especial y los domingos son tan escasos... Especial,
Down to the Sea in Ships, por varios motivos. Desde luego es de esas películas de padres e hijos que tanto nos gustan, pero sobre todo es una de las más bellas aventuras en el mar que hayamos visto (o leído), transfigurada en una memorable aventura pedagógica. Una de las grandes -y menos conocidas- películas de Hathaway, iluminada por Joe MacDonald, un director de fotografía que también se ocupó de las luces de
The Dark Corner,
Call Northside 777, o
Niágara.
Sobra decir que el aprendizaje (viaje interior, autoconocimiento, revelación) subyace -diríamos que de forma casi inevitable- en cualquier historia (el
guión más o menos oculto en cualquier película), pero en Hathaway se aprecia una cierta querencia por el tema y su cine teje con frecuencia motivos como la filiación, el legado o la educación, y de forma más o menos evidente aflora un elogio de la transmisión, el hilo pedagógico que pespunta buena parte de sus películas, de
Tres lanceros bengalíes (1935), una de las primeras películas de las que me habló mi padre, a
Valor de ley (1969), la primera película de Hathaway que vi -de riguroso estreno- en el cine (en el cine Yut, de Tui), pasando por
El camino del pino solitario (1936), otro de sus grandes filmes.
En
Down to the Sea in Ships ese hilo pedagógico deviene un asunto cardinal. Jed Joy (Dean Stockwell) es un chaval de doce años que, desde la muerte de sus padres, creció -y se educó- en el mar con su abuelo, Bering Joy (Lionel Barrymore), capitán del barco ballenero -el
Pride of New Bedford- donde nació (en el mar de Bering, de ahí su nombre), entonces al mando de su padre. Bering Joy es un hombre que todo lo aprendió en el mar y educa a su nieto para que un día continúe la saga familiar de orgullosos balleneros de New Bedford.
Como ya tiene una edad que aconseja la jubilación (por más que no lo admita), los armadores -presionados por la compañía aseguradora- le imponen un segundo con título de patrón que pueda ocupar su lugar en caso de necesidad, Dan Lunceford (Richard Widmark), un hombre de formación académica, que todo lo aprendió en los libros, desde náutica hasta la biología de las ballenas, y a quien el capitán Bering adjudica para sus horas libres durante la travesía (a modo de penitencia por su educación libresca) el trabajo de profesor particular de su nieto.
El triángulo (Bering-Jed-Dan) concentra los vectores emocionales de la película (un Jed huérfano encuentra en Dan una figura paterna, un vínculo comprometedor que éste trata de evitar en un primer momento, consciente de los celos que despierta en el viejo lobo de mar) y cifra una encrucijada educativa donde se confrontan escuelas, maestros, tradiciones, aprendizajes y formas de ver la vida, en definitiva, espejos en los que Jed habrá de lidiar con la imagen (modelos de conducta) que le devuelven: ciencia/experiencia, razón/sentimientos, disciplina/afectos, justicia/corazón...
Al parecer, la relación paterno-filial que se desarrolla en la película entre Richard Widmark (que venía encadenando papeles de malvado después de haber encarnado dos años antes al demoníaco Tommy Udo en
Kiss of Death, también con Hathaway) y Dean Stockwell desbordó los cauces de la ficción para contagiar el vínculo entre los actores detrás de las cámaras. Cuando rodaba la película, el chaval tenía doce años (como su personaje), estaba lejos de sus padres y encontró en Richard Widmark una figura paterna (por obra y gracia del guión), y -sobra decirlo- la relación se iba entrañando con la que encarnaban ante la cámara.
Para el capitán Bering, Dan Lunceford y no digamos Jed, la aventura marinera (la caza de las ballenas, la navegación a ciegas entre icebergs...) deviene así piedra de toque de la aventura interior (que representa todo verdadero aprendizaje). Y nada mejor que el mar como venero propicio de un viaje iniciático y revelador para un niño:
La isla del tesoro,
Capitanes intrépidos,
Viento en las velas,
Master and Commander...
Down to the Sea in Ships
Cartel de Soligó.
El mar, esa escuela...