Mientras veía El hijo de Saúl (2015), la admirable y sobrecogedora película de László Nemes recordé una carta de Kafka. El filme representa un viaje al corazón del infierno de Auschwitz durante unos días de octubre de 1944. Un trabajo sobre el fuera de campo, vislumbrando lo inimaginable. Sobre el sentido del lugar de un no-lugar, aflorando la desaparición en la puesta en escena. El horror de una brega atroz y extenuante.
(A modo de prólogo de El hijo de Saúl puede verse Türelem, el cortometraje de Nemes estrenado ocho años antes. Vale la pena.)
Kafka empezó a preocuparse recelando que alguien ilustrara la cubierta de su libro sin consultarle. Y así se lo manifestó por carta a los editores (respeto el título usado en la cita):
Me escribieron ustedes últimamente que Ottomar Starke realizará la ilustración para la cubierta de La transformación. Ahora bien, por lo que conozco de este artista a través de Napoleón [obra de Carl Sternheim publicada en el volumen 19 de la misma colección en la que aparecería La transformación], me ha sobrevenido una pequeña alarma, probablemente más que innecesaria. Resulta que se me ha ocurrido, dado que Starke será realmente el ilustrador, que quizá esté en su deseo querer dibujar el mismísimo insecto. ¡Esto no por favor! No quisiera reducir su poder de influencia, sino solo exponer un deseo, debido a mi evidente mejor conocimiento de la historia. El insecto mismo no debe ser dibujado. Ni tan solo debe ser mostrado de lejos… Si yo mismo pudiera proponer algún tema para la ilustración, escogería temas como: los padres y el gerente ante la puerta cerrada, o, mejor todavía: los padres y la hermana en la habitación fuertemente iluminada, mientras la puerta hacia el sombrío cuarto contiguo se encuentra entreabierta.
Cubierta de la 1ª edición
de La metamorfosis en 1916
por Kurt Wolff con la ilustración
de Ottomar Starke.
La preocupación de Kafka estaba plenamente justificada si pensamos que La metamorfosis gestiona la desaparición de Gregor Samsa, a través del arduo trabajo del propio protagonista, pongamos por caso esas cuatro horas que invierte en ocultarse a ojos de su hermana, para ahorrarle su visión. Luego, la hermana le pide a la madre que la ayude a mover un mueble en el cuarto de Gregor, y la tranquiliza:
Ven, entra, que no se le ve.
¡Hay que ver la fervorosa porfía por consumar el fuera de campo que despliega La metamorfosis!
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