Hacemos filmes para ver si nos orientamos.
Para ver si, al fin, como dice Vanda,
conseguimos comenzar a amar algo.
Filmar y vivir debía ser parecido.
(Pedro Costa)
Fotograma de Cavalo Dinheiro.
Pero empecemos por el principio: No quarto da Vanda es la película crucial de este siglo (la que me tocó más hondo, la que me marcó, casi diría que me embargó la mirada sin remedio). No me cuesta nada decir que Pedro Costa es el cineasta más grande de este XXI; el heredero de los grandes cineastas del XX: Murnau, John Ford, Fritz Lang, Yasujiro Ozu, Jacques Tourneur, Roberto Rossellini, Nicholas Ray, Godard, Danièle Huillet y Jean-Marie Straub...
Fotograma de Casa de lava,
con resonancias de Stromboli, de Rossellini.
Pero no es, no puede ser más bella que Vanda.
En las primeras líneas de una de las entradas de los primeros meses de esta escuela -disculpad la autocita, pero no encuentro otras palabras más atinadas- escribí:
Hay películas a las que uno vuelve una y otra vez, hay películas a las que se vuelve tras haberse dado una vuelta por lo más prescindible del mundo cinematográfico, hay películas a las que uno no vuelve porque no se debe regresar a los lugares donde uno ha sido feliz, hay películas en las que uno encuentra un consuelo rápido y hay películas que te trabajan por dentro toda la vida.
Pero hay otras películas en las que hay que quedarse a vivir, más aún, que te obligan a trasladarte allí, que no te dejan ir a otro sitio durante un tiempo tras haber vivido en ellas; películas que, como la heroína, exigen dedicación exclusiva.
Una de esas películas es No quarto da Vanda.
Claro que ahora recuerdo las palabras de Bénard da Costa, que lo dice mucho mejor:
Do quarto da Vanda não se sai mais.Y ahí seguimos.
Aunque O sangue (1989) fue su opera prima, quizá todo empezó para Pedro Costa con su segunda película, cuando en 1994 fue a rodar Casa de lava en Cabo Verde. Se lo cuenta a Cyril Neyrat en una conversación recogida en un libro maravilloso, Un mirlo dorado, un ramo de flores y una cuchara de plata:
Casa de lava es una película completamente boicoteada, casi la hice en mi contra. Por un lado estaba el guión -incluso si no era muy coherente- y por otro, la situación. "Esto es lo que de verdad siento, esto es lo que hacemos". Eso da como resultado el vaivén perdido, que pega mucho con esa historia de una chica perdida que no sabe encontrar ni las palabras, ni la emoción, ni el camino... A mi alrededor veía a esas personas un poco preguntonas, los caboverdianos, que hacían de figurantes, que ayudaban, a veces se les contrataba para que prepararan la comida. Quería hacer la película con ellos y básicamente olvidar al equipo. Me sentía capaz de coger la cámara de 35 mm, el sonido, irme con el material y rodar solo. Y al final del rodaje, como todos habíamos aprendido algo de criollo. la gente del pueblo nos dio, a mí y a varios miembros del equipo, cartas, mensajes, regalos, paquetes de café, de tabaco, para las familias, para los padres, madres, hijos, niños, que habían emigrado y vivían aquí en Lisboa, sobre todo en Fontainhas, o no muy lejos. Me acerqué, pues, al barrio a hacer de cartero. Debió de resultar muy extraño ver llegar a un tipo como yo, que farfullaba un poco de criollo e iba diciendo: "Aquí tiene, señora, su hijo le envía esto, le va bien, ha participado en una película que he hecho". Por supuesto, en cada ocasión me tomaba un trago con la gente, comíamos y, claro, era necesario volver al día siguiente "porque hay una fiesta, porque tiene que conocer a mi marido y prepararemos algo extraordinario". Junto con otro colega, Joaquim Carvalho, que ha trabajado también en Juventude em marcha y que tenia un gusto particular por este tipo de cosas, empezamos a ir, a volver. Los colores, los sonidos, todo lo que era visual y sonoro me encantaba, era como estar un poco fuera de la ciudad, al margen de la sociedad. No me gustan demasiado las ciudades, no me siento bien en ellas. Eso seguramente viene del western. A menudo es en los westerns donde uno más se encierra en una cápsula de silencio y soledad. O de Straub y de Godard, en el sentido de que se puede trabajar mejor en casa de uno que fuera, se puede hacer una película con una lámpara, un sofá y un ramo de flores.
Fotograma de No quarto da Vanda.
Incluso cuando estaba en el barrio, cuando pensé que podía hacer allí una película, no me decía que iba a denunciar cómo viven. Sobre todo era, lo confieso, un shock plástico y por tanto sensible.
Fotograma de Ossos.
Fotograma de Juventude em marcha.
Nadie sabe nunca qué va a pasar cuando se coge una cámara. Nadie lo supo nunca y es por eso que el cine es grande. (...) Nadie supo nunca qué es el cine.
Fotograma de Cavalo Dinheiro.
Por eso también las películas de Pedro Costa son la gran aventura del cine de este siglo.
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