12/6/16

57 segundos


Cuando yo era niño, con cierta frecuencia venía por casa alguien de la parroquia (o de parroquias vecinas) para que mi abuelo le levantara la paletilla, o sea, para que le devolviera a su sitio el cartílago donde confina el esternón en la boca del estómago, que se le había caído (hundido) por dar un paso en falso u otro movimiento brusco. Mi abuelo reconocía al paciente, le pedía que se sentara en ángulo recto y le tomaba los brazos para realizar una serie (ritual) de estiramientos con los brazos y contracciones del tronco, hasta que la paletilla se levantaba y volvía a su sitio. Luego, cuando aquel hombre o aquella mujer se iba, le daba una última recomendación: Mira ben de non dar pasos en van (ten cuidado de no dar pasos en falso). Sobra decir que nunca cobraba, lo suyo era un ejercicio gracioso de la medicina popular. A mis ojos, el abuelo tenía algo de curandero o de brujo, porque aquellos pacientes no venían tanto a remediar un malestar físico cuanto por un malestar anímico, una desazón, un decaimiento que se derivaba de la paletilla caída. Mi abuelo les levantaba la paletilla, pero sobre todo les levantaba el ánimo. Hay días (no sé si tengo la paletilla caída) que me levanto mustio o me encuentro decaído, y el abuelo ya no está, así que me receto algunos minutos (rituales) de cine. Como el número The Shorty George de Fred Astaire y Rita Hayworth en Bailando nace el amor (1942), de William A. Seiter. (Uno diría que Rita Hayworth nació para bailar, aunque duele saber que su padre la explotó bailando desde niña, pero quizá el baile la bendijo con la gracia del arte y esta escena desprende algo muy parecido a la felicidad. Era la pareja de baile preferida por Fred Astaire.)


O esta escena deliciosa de Ginger Rogers en una película del mismo año, Roxie Hart, de William A. Wellman, (Hay que reconocerle a YouTube cuánto facilitó estos remedios, y la automedicación.)



Hay días que bastan 57 segundos de cine para levantarme la paletilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario