De los filmes-Marlene de Sternberg, gustándome todos, siento una especial debilidad -
ya lo sabéis- por el tercero,
Fatalidad (1931). Será por eso que cuando Marlene se me presenta en algún que otro sueño parece recién llegada de una imagen de esa película. De noche, en una calle bajo la lluvia, arreglándose las medias, iluminada por Lee Garmes (me pregunto cómo se sentiría trabajando a las órdenes de un calígrafo de las luces como Sternberg).
Al cineasta no le gustaba nada el título elegido por la Paramount,
Dishonored; prefería desde luego el de su historia original,
X-27, el nombre en clave de la espía que encarna Marlene Dietrich, el título elegido en algunos países europeos, como en Suecia, por ejemplo.
En sus memorias, el cineasta despacha la película en menos de veinte líneas, frente a unas cuantas páginas que les dedica a
Marruecos (1930) o a
El expreso de Shanghái (1932), iluminados también por Lee Garmes.
Por primera vez, Marlene encabezó unos títulos de crédito en
Fatalidad. Sternberg la había encumbrado como estrella en sólo dos películas. La actriz contará más adelante que el cineasta se había impuesto como misión...
...fotografiarme, hacerme reír, vestirme, confortarme, aconsejarme, guiarme, mimarme, explicarme cosas.
Y quizá nunca hubo nadie como ella tan dispuesta a aprender. Los filmes-Marlene de Sternberg devienen sucesivos retratos de la mujer, todo lo que aquella mujer podía ser, todas las
Marlenes que había en la Dietrich. Sólo que cuando la filmaba -esculpida en sombras y veladuras- necesitaba ensoñarla, transfigurarla en objeto de deseo.
Y en el espejo de Marlene afloraba entonces la mirada de Sternberg (la mirada de un maniático delineante del encuadre y coreógrafo obstinado del movimiento, como Max Ophüls o Marcel Carné, pongamos por caso). Bénard da Costa cuenta
Fatalidad entre
Os filmes da minha vida, y en el texto que le dedica escribe a propósito de Marlene Dietrich:
Con ella [Sternberg] hizo 7 filmes, en que la imagen animada de una mujer es la imagen del anima de su creador.
7 filmes donde los papeles de Marlene consistían en interpretar un papel, o mejor, dos papeles, el de una mujer
real (más o menos presente, o más o menos oculta en el pasado) y el de la mujer
fantasía (masculina, sobra decir), la máscara (objeto de deseo) para sobrevivir en un mundo (patriarcal) tramado según las reglas de los hombres. Esa doble figuración de los filmes (la mujer que debe interpretar un papel) puede verse como una versión expandida de la doble condición de Marlene, mujer y actriz (una actriz creada -esculpida- por Sternberg).
En
Fatalidad encarna a María Kolverer, una viuda de guerra que ejerce la prostitución en las calles de Viena para pagar las facturas, y a la agente X-27 tras ser reclutada como espía al servicio del Imperio Austriaco, que sólo merecerá el reconocimiento de un saludo militar (eso sí, de tapadillo) tras su inmolación en el altar de la patria, o sea, de la (suprema) ficción.
No se habla mucho de
Fatalidad; probablemente, el filme-Marlene menos conocido de Sternberg. No falta quien lo tilda de flojo, el más flojo de la serie, por culpa de un guión endeble (como si Sternberg contara alguna vez con un guión de hierro o como si su cine necesitara de algo semejante); o quien lo ve como el más frío y distanciado, quizá porque desdeña todo efecto de suspense, mantiene a raya todo lo melodramático y represa todo sentimentalismo.
¿Por qué nos gusta tanto
Fatalidad? Porque destila puro cine en una construcción con visos de partitura musical, con rimas y modulaciones -pespuntes de (ha de valer la redundancia) fatalidad- en torno a elementos -el piano, el gato, el sable, el vestuario, diálogos...- que se van preñando de significado -en metonimias a modo de ondas de sentido- para liberar toda la potencia acumulada en las últimas escenas del filme, esos últimos siete minutos inolvidables, que (al tiempo que le rinden tributo fílmico) hacen justicia a las palabras de la protagonista :
Un perfecto final para una vida imperfecta.
Esa rima con Marlene arreglándose las medias que hilvana principio y final para componer el círculo de un destino inevitable. Fatal.
O esas ventanas que se abren a un paisaje... sonoro. Un espacio -un desfile militar, un aeródromo...- que vemos con los oídos.
Por no hablar del virtuosismo de esos fundidos encadenados que se suspenden en su curso en una significativa sobreimpresión...
Como ese fundido encadenado que acaba con la figura coronel Kranau (Victor McLaglen) en uno de los planos, alejándose mientras camina con muletas hasta desaparecer -fundido literalmente- en el corazón de X-27, en el plano siguiente: por así decir, el coronel -sin que sea realmente consciente- se le ha metido dentro. Pocas veces -me viene a la memoria
Elogio del amor, de Godard- se nos ha mostrado de forma tan visual y vívida el amor anidando, o si se quiere, la infección amorosa.
O esa escena en el casino, donde todas las mujeres de la barra (compañeras de oficio) saludan a X-27 llamándola por su nombre (y es la primera y única vez que lo escuchamos en la película): María, María, María..., mientras ella se encamina hacia el coronel Kranau y hacia su destino.
El destino que culmina en la condena a ser fusilada al amanecer por haber permitido la huida de un enemigo, el hombre que ama, y en esos últimos siete minutos de
Fatalidad, que comienzan con la visita del fraile al que X-27 le pide si podría ocuparse del uniforme que quiere llevar en la última ceremonia a la que estaba invitada:
Cualquiera de los vestidos con los que serví a mis compatriotas [cuando era una prostituta llamada María] antes que a su patria.
Eso y un piano para aliviar las últimas horas.
Un episodio del espléndido texto de Mark Rappaport,
Vida y muerte de un extra de Hollywood, publicado en el número del pasado abril de
Caimán, pasa las cuentas de esos minutos inolvidables, desde el punto de vista de Barry Norton (el
extra del título; viene muy al caso recordar la admiración que Sternberg profesaba a los
extras de Hollywood), el actor que encarna al teniente que manda el pelotón de fusilamiento, aquel teniente con quien María se encontró al principio de la película (otra rima fatal de
Fatalidad) y la acompaña a la cita con el jefe de los servicios secretos.
Caminaría con usted toda la vida...
...le dice el teniente antes de que ella cruce el umbral para convertirse en X-27.
¿Volvemos a caminar juntos?...
...le pregunta María cuando el teniente se presenta en la celda para conducirla al patíbulo. Os dejo, entonces, con las palabras de Mark Rappaport:
JUNTO A MARLENE DIETRICH
Y entonces surgió mi gran oportunidad… Conseguí un papel en una película de Josef von Sternberg con Marlene Dietrich. Por supuesto, no era un protagonista. El único papel protagonista es siempre el de Dietrich, y los papeles masculinos son satélites que giran a su alrededor. Atrezo, podría decirse. Yo era el que le daba el pie a Dietrich. ¿Pero, acaso no era lo que hacían todos los hombres? Fatalidad (Dishonored). 1931. Justo después de Marruecos, justo antes de El expreso de Shanghai. Dos veces le preparé el terreno para ofrecerle algunas de las más célebres imágenes Dietrich/Sternberg. Cuando voy a recogerla a su celda de la cárcel para llevarla al pelotón de fusilamiento, me pregunta si tengo un espejo. Quiere comprobar su aspecto una última vez antes de irse. Quiere verse de la mejor forma posible, la mujer más atractiva que jamás haya sido ejecutada. Saco mi espada para que la pueda utilizar como espejo. Ella ajusta su sombrero y su velo mientras mira su reflejo en mi espada.
Pensáis que no se puede superar eso, ¿verdad? Esperad. También estoy en la ejecución. Le ofrezco, en un plano abierto, una venda para los ojos. Ella no la acepta, pero la coge de mis manos para limpiar mis invisibles lágrimas. [Serán invisibles, pero existen en la mirada del espectador, o sea, donde cuentan, gracias al ángulo elegido por Sternberg.]
Eclipsa mi gesto sencillo y altruista. Justo antes de la ejecución, interrumpo el redoble de tambores y al pelotón de fusilamiento y tengo mi gran momento. Digo: “¡No mataré a una mujer! ¡Y tampoco a más hombres! ¿Llamáis a esto guerra? ¡Yo lo llamo carnicería! ¡Llamáis a esto servir a vuestro país! ¿Llamáis a esto patriotismo? ¡Yo lo llamo asesinato!”
Consigo mi primer plano, que está intercalado con planos incluso más cercanos de Marlene. Estamos unidos en el nexo hollywoodense del plano/contraplano. Incluso si sus planos son más grandes que los míos, es casi como si hubiéramos hecho el amor en pantalla, y ciertamente, en el lenguaje propio del montaje cinematográfico, lo hicimos.
¡Por fin soy una estrella de cine! ¡Nunca volveré a no ser una estrella de cine! Y fue un discurso de Oscar, además. Mi momento de brillar. Pero esperad. Dietrich y Sternberg me eclipsan una vez más. La pausa en la ejecución, mientras estoy con mi diatriba, le da a Marlene una oportunidad de retocar la pintura de sus labios y colocarse las medias. No es divertido ser actor en una película de Dietrich: da igual lo que hagas, ella siempre tiene el momento clave. Mi pequeño estallido es un momento propicio para acuñar más iconografía Marlene/Sternberg o, si lo preferís, más pose camp y kitsch, depende de cuál sea vuestra postura sobre el tema. En los pocos segundos más de vida que le permite mi interrupción, ella se aplica el pintalabios y se sube las medias, y nos exhibe esas piernas de millones de dólares. ¡No puedes morir con las costuras torcidas! ¿Qué dirían tus fans? La única sorpresa es que no haya un primer plano de ella al hacerlo. Quizá lo rodaron pero lo dejaron en la sala de montaje. Demasiado exceso.
Pero, a pesar de todo, salí bien. Seré inmortal para siempre.
En 1970, Henri Langlois llevó al festival de Cannes la última bobina de
Fatalidad, en homenaje a Sternberg en el primer aniversario de su muerte.
Seguro que también en homenaje a Marlene Dietrich. A María y a X-27.