Fotograma de El séptimo cielo.
Debajo, un fotograma de Lucky Star.
Probablemente sea el más olvidado de los grandes directores. Cabría hablar de Borzage como de un cineasta para cineastas. El propio Murnau, con quien Borzage aprendió tanto durante el rodaje de Amanecer (un rodaje que llegó a solaparse en las últimas semanas con el de El séptimo cielo, con Janet Gaynor -protagonista en ambas- yendo de un plató a otro, por el día en Amanecer, por la noche en El séptimo cielo), declaró tras la proyección del filme de Borzage que ésa era la película que él habría preferido hacer. En 1964, Fuller proclamó: Frank Borzage es uno de los grandes directores del cine americano de todos los tiempos. Y cinco años después, Sternberg, tan poco propenso a la admiración confesó que, de todos aquellos que trabajaron en Hollywood, Borzage fue sin duda el más digno de una admiración sin límites por su parte.
Borzage con Janet Gaynor en el rodaje de El séptimo cielo.
En su 50 años de cine americano, Tavernier y Coursodon le reservan un lugar eminente en el séptimo cielo de los grandes cineastas. Allan Dwan menciona a Borzage entre sus directores predilectos y Leo McCarey entre aquellos cineastas que más le influyeron. Dragones (que cuidaron) de los tesoros del cine como Langlois o Bénard da Costa cultivaron el asombro por el cine de Borzage y conservaron el fuego de la memoria de un cine que nunca debió olvidarse. Un cineasta que ha merecido la suerte de uno de los mejores libros (de cine) que se hayan publicado nunca, obra de Hervé Dumont; decir que se trata de un libro monumental no resulta en absoluto hiperbólico, sólo el justo tributo al cine de Frank Borzage y al estudioso de su filmografía.
El jueves 28 de septiembre de 1933, Ozu escribe en su diario: "Llamo, en mi memoria, a Diana y a Chico, la pareja de El séptimo cielo [encarnados por Janet Gaynor y Charles Farrell]. DIANE! CHICO! HEAVEN! ME AND MY SHADOW! [Ozu recuerda con mayúsculas uno de los memorables intertítulos del filme de Borzage]. En Días de juventud (Waikiki hi, 1929) de Ozu puede verse un cartel de 7th Heaven en el cuarto de uno de los personajes y alguna réplica del filme usa el título de la película de Borzage en clave de humor.
A la hora de escribir sobre el cine que ama le asalta a uno (siempre) la certeza del fracaso: ¿cómo dar cuenta de lo indescriptible, de lo inefable?, ¿como palabrear el misterio de las imágenes? Un sentimiento que se acentúa a la hora de hablar de las películas milagrosas. Milagrosas en un doble sentido: los milagros argumentales y los fílmicos. Y de los dos hay en los dos filmes de Borzage que bendicen hoy esta escuela. Fracasemos, pues, pero con la cabeza muy alta, como le enseña Chico a Diane en 7th Heaven.
Chico le enseña a mirar siempre hacia arriba.
Diane aprende la lección y, llegado el momento ,
se convierte en la maestra.
La escalera hacia el séptimo cielo:
un icono de la edad de oro del cine.
En la secuencia final de Lucky Star,
Mary contempla la milagrosa -fantasmal y onírica-
aparición de Tim (en palabras de Bénard da Costa)
como la materialización de sus deseos.
O un vestido nuevo (uno de los leitmotiv borzagianos por excelencia).
Fotograma de El séptimo cielo.
Debajo, un fotograma de Lucky Star.
Pero también en pespuntes eróticos, porque en su cine hay una conciencia táctil y luminosa de los cuerpos, cuerpos atravesados por corrientes de amor: cuando Diane le corta el pelo a Chico.
O cuando Tim le lava el pelo a Mary en Lucky Star, una de las más bellas escenas de amor de la historia del cine.
No estoy acostumbrada a ser feliz -le dice Diane a Chico en El séptimo cielo-. Es raro. Duele.
Como los grandes creadores de la historia del cine, inventan lo inolvidable con esas pequeñas cosas de la rutina doméstica. Unas manos sucias, por ejemplo.
Fotograma de Lucky Star.
El séptimo cielo y Lucky Star declinan el amor como una forma de creación. El amor transforma a los amantes. Los amantes se (re)inventan: el/la amante inventa al amado. Una idea -la del amor como acto de creación- que se encarna en una forma de luz: el amor como forma suprema de iluminación. (No podemos olvidar a Chester A. Lyons y William Cooper Smith, directores de fotografía de Lucky Star, ni a Harry Oliver, el director artístico de ambos filmes y uno de los más estrechos colaboradores de Borzage en aquellos años postreros del cine mudo.)
Borzage con Janet Gaynor y Charles Farrel
en el set de Lucky Star.
Tim y Mary
(En ambos filmes se enhebra la Primera Guerra Mundial, aunque en Lucky Star se elide y sólo vivimos las secuelas que sufre Tim.)
El abrazo, otro de los motivos predilectos de Borzage. En El séptimo cielo:
En Lucky Star:
Lo dijo muy bien Hervé Dumont: En la obra de Borzage, la redención es inseparable del abrazo. Como en la última secuencia de Lucky Star:
O esas ventanas que enmarcan las miradas y dan forma a los anhelos de los personajes; umbrales, también, de otro mundo.
Diane en el umbral de un mundo sin miedo (a las alturas),
en El séptimo cielo.
Las ventanas de Lucky Star.
Fotograma de Lucky Star.
Fotograma de Lucky Star.
Hasta las palabras -en los intertítulos- eran palabras para los ojos, para ser vistas y leídas. Por eso Godard dijo que la palabra del cine mudo era superior a la palabra del sonoro. Y algo más (decisivo): como no escuchamos las voces ni los ruidos de lo real, el cine mudo se ve liberado -por su propia condición- de algunas de las ataduras de la realidad. Su naturaleza es menos realista que el cine sonoro (de la misma forma que el cine en blanco y negro es menos realista que el cine en color). Pues bien, hubo cineastas que trabajaron por acercar el cine mudo a la realidad, por hacerlo más realista -Stroheim, por ejemplo-, pero otros cineastas porfiaron en esa naturaleza irrealista hasta lo surreal, uno de esos poetas del cine mudo fue Frank Borzage.
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