Quizá ningún capítulo del excelente Ciudadano Welles de Bogdanovich tan conmovedor como la conversación en torno a The Magnificent Ambersons (1942), titulada aquí El cuarto mandamiento.
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Quizá la película de Welles que duele más cada vez que la vemos (Truffaut dijo una vez que si Flaubert volvía a leer el Quijote todos los años, ¿por qué no vamos a ver El cuarto mandamiento siempre que nos sea posible?), porque cada vez salta a la vista cuánto daño le hizo George Schaefer, el ejecutivo de la RKO que llevó a Welles a Hollywood y lo protegió mientras rodaba Citizen Kane pero, temeroso ante un segundo batacazo en taquilla tras una proyección de prueba (en Pomona), acabó ordenando la masacre; no merece otro nombre la amputación de unos cuarenta minutos del montaje original y la alteración sustantiva del tramo final de la película con escenas rodadas bajo su supervisión, aprovechando que Welles estaba en Río rodando It's All True y -lo que es más importante- ya no gozaba del derecho al final cut como en su opera prima. En un último intento, por teléfono, el cineasta consigue convencer a Shaefer y preservar -al menos- la magnífica escena de la cocina.
Y qué maravillosa película podría haber sido The Magnificent Ambersons; basta cotejar lo que queda de Welles en esos 88 minutos del montaje final con la "reconstrucción en papel" que puede consultarse en un apéndice del libro de Bogdanovich. Durante casi una hora aún tenemos la sensación de estar viendo una gran película, a pesar de que uno siente que hay movimientos de cámara en la secuencia del baile que debían ser -y lo eran- más prolongados y suntuosos, quizá la más deslumbrante coreografía wellesiana (el cineasta había resuelto la escena del baile en un plano secuencia de diez minutos en el que se conjugaba el trabajo de los actores y unos cien técnicos con la cámara en la grúa, fluyendo a través a través de las diversas estancias de la mansión de los Ambersons), y notamos planos en movimiento que fueron cercenados en el montaje ordenado por Schaefer.
Por decirlo con las palabras del cineasta, en los cinco o seis primeros rollos no hicieron demasiados estropicios, y luego... esa última media hora donde empieza a quebrarse el ritmo hasta convertirse en una película sin profundidad de campo, donde "cantan" esos planos que no fueron rodados por Welles: ni siquiera se tomaron el trabajo de imitarlo.
Welles -cuarto por la izda.- con los actores
en un descanso del rodaje de The Magnificent Ambersons.
Agnes Moorehead en el rodaje de la escena de la caldera.
Y no habrá restauración posible -a la manera de Sed de mal, por ejemplo (recuperando en la medida de lo posible el montaje de Welles de 131 minutos). Shaefer, quién sabe si por remordimientos, mandó conservar las copias de las versiones anteriores, pero él mismo pronto cayó en desgracia y Charles Koerner, que lo releva al frente de la RKO, mando destruir el (excelso) material desechado, tanto positivo como negativo.
Fotograma de una de las escenas amputadas
de The Magnificent Ambersons.
Orson Welles en el rodaje de The Magnificent Ambersons
con el director fotografía Stanley Cortez.
Para Welles, incluso si nunca existió el "mejor tiempo pasado", el que podamos concebir un tiempo así es, de hecho, una afirmación del espíritu humano. El que la imaginación del hombre sea capaz de crear el mito de un tiempo pasado más abierto y más generoso no es un signo de nuestra locura. Basta recordar Campanadas a medianoche para calibrar hasta qué punto destilaba en The Magnificient Ambersons un asunto cardinal en su obra. El paraíso perdido: con Proust y Borges aprendimos que no hay otro.
Orson Welles con Joseph Cotten y Dolores Costello
en el rodaje de The Magnificent Ambersons
(Una digresión. Creo que a Welles le gustaría, le gustaban las digresiones. El último día del año pasado me entero -escuchando Cuando los elefantes sueñan con la música (el programa de Carlos Galilea en Radio 3)- que Vinicius de Moraes conoció a Welles en Río y el cineasta quedó asombrado cuando el poeta le recitó palabra por palabra el texto -narración y diálogos- de Ciudadano Kane.)
El cine está hecho de proyectos inacabados, mutilados y perdidos, bien porque los productores se metieran con la tijera donde no debían, sea por la muerte del creador o por otro sinfín de razones. Esa es la razón de que a veces resulte doloroso ver una película que sabes que no es sombra de lo que pudo ser en la mente de quienes emprendieron el proyecto. Da lo mismo que sea Queen Kelly de von Stroheim, The magnificent Ambersons de Orson Welles o El sur de Víctor Erice, por citar sólo tres ejemplos. Y eso que lo que nos queda de ellos es maravilloso.
ResponderEliminarDe todas formas, esto me recuerda el cuento de Monterroso, Sinfonía acabada, donde un estudioso descubre los dos últimos movimientos de la Sinfonía inacabada de Franz Schubert. Pues bien nadie cree que sean auténticos, para empezar porque cómo lo va a descubrir un latinoamericano, acaso le va a dar lecciones a los especialistas europeos, etc. Al final, una persona confirma que lo son...y le recomienda que los destruya, porque si tan hermosos son los dos que todos conocemos, ¿ no es preferible que pensemos en lo sublimes que hubieran sido los dos últimos, en lugar de tenerlos delante de los ojos y poderlos escuchar en cada momento?
Y, por último,habría que hablar de los montajes "traidores": ¿ cómo es posible que Don Quijote de Welles fuera montado tan rematadamente mal por uno de sus colaboradores, por más que se llame Jesús Franco; es admisible el montaje de !Que viva México! Hecho por un hombre que conocía muy bien a Eisenstein, por haber trabajado con él y porque probablemente fue también su amante?