4/10/20

Memoria de un martillo

 

Mi primer juguete: un martillo de zapatero. 

No éste, pero uno así. Más pequeño de lo que parece: unos 20 cm.

El martillo de mi bisabuelo materno. No lo llegué a conocer. Murió casi veinte años antes de que yo naciera.

Mi primera herencia suya. El martillo. Mi primera memoria de su existencia.

A mis nueve o diez años ya era un lector con todas las letras. Mi madre me decía: Te gusta leer tanto como al abuelo. Como a su abuelo zapatero. Mi bisabuelo. 

Fue la segunda cosa que supe de él. Que le gustaba leer.

Pero ni rastro de los libros del bisabuelo zapatero.

Los quemamos, dijo mi madre. Con un montón de cosas viejas.

Cómo iba a entenderlo. ¿Qué tenían que ver los libros con las cosas viejas?

Ahí por los dieciséis años compré mi primer libro "político": El apoyo mutuo, de Kropotkin, editado por Zero/Zyx, de roja memoria para los de mi generación.


Un día encontré a mi madre hojeando algunos libros "políticos" en mi habitación. Entonces me contó la hoguera con los libros del bisabuelo zapatero.

Fue en 1936. Durante los últimos días de julio o los primeros de agosto, el mes de las claudias y los paseos al amanecer

Había que quemar todo cuanto tuviera pinta de rojo

Los libros del zapatero de Areas.

Aquel día entendí las razones de la hoguera. 

Quemar los libros para salvarse de la quema.

Y entendí que el bisabuelo era un rojo

Y con toda probabilidad anarquista. La CNT era la organización con mayor implantación en Tui durante la República. 

Y casi seguro: los libros del bisabuelo zapatero (diez o doce, como mucho) debían ser sobre todo literatura libertaria. 

Desde entonces imaginé que entre aquellos libros ardió un ejemplar sobado de El apoyo mutuo de Kropotkin. 

En una nota al pie de Lujo comunal. El imaginario político de la Comuna de París, un libro espléndido de Kristin Ross, editado por Akal, leo: 

Los trabajadores que sufrieron el mayor número de deportaciones tras la derrota fueron por supuesto, como siempre, los zapateros. Jacques Rougerie, Paris libre 1871.

Y añade: 

Observando la alta proporción de zapateros entre los muertos, deportados y exiliados de la Comuna, Frank Jellinek señala: Fue, curiosamente, una revolución de zapateros.

Leyendo estos días el libro de Kristin Ross y viendo La Commune (París, 1871), de Peter Watkins, verdadero memorial de aquella experiencia revolucionaria y uno de los filmes cardinales de este siglo, reverberaba la memoria de un martillo con la urgencia del ahora.

O, por decirlo con palabras de Walter Benjamin, como quien se apodera de un recuerdo que relampaguea en un instante de peligro.


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