27/9/20

El bolígrafo


Cada vez que un/a guionista colabora con un/a director/a (o viceversa) en un guión se trama una relación que puede cobrar visos diferentes y ser rememorada con sentimientos marcadamente distintos por uno/a y otro/a. En todo caso, pasarse horas juntos día tras día (y semana tras semana) en un café, un despacho, la habitación de un hotel, a la sombra de un árbol o en un cuarto de trabajo puede propiciar una experiencia que oscila entre una íntima sintonía y un trance insoportable (y hasta acontece que arranque como lo primero y acabe como lo segundo, y aun viceversa, pero uno nunca lo vivió). 

Seguro que esas manchas de sangre en la guía telefónica 
no figuran en el guión de Year of the Dragon
pero llevan la firma de Michael Cimino, 
un cineasta obsesivo con los detalles; flaubertiano, diríamos.

Uno de estos días leí un artículo de Oliver Stone sobre su colaboración con Michael Cimino -el director más napoleónico con el que haya trabajado, decía- para escribir el guión de Year of the Dragon (1985), titulada aquí Manhattan sur. Recordaba que disfrutó mucho con la investigación; fueron a Chinatown y celebraron mil banquetes con mafiosos chinos. En cuanto al guión propiamente dicho, Cimino hablaba y Stone escribía. Banquetes con mafiosos chinos aparte, no era muy distinta la relación de Hitchcock con sus guionistas. 

Ernest Lehman y Alfred Hitchcoch 
a vueltas con el guión de North by Northwest (1959). 

Don Alfredo no escribía una línea jamás; si llegado el momento había que reescribir encima de la fecha -o en el curso- del rodaje siempre podía contar con Alma Reville, su script doctor de cabecera. 

Alma Reville y Alfred Hitchcok 
con el guion de Marnie (1964) mediante.

No muy distinta tampoco a la relación de Billy Wilder con Raymond Chandler. Wilder, paseando o tumbado en el sofá, hablaba y azotaba el aire o las persianas del despacho con la fusta y Chandler se subía por las paredes.

Raymond Chandler, sentado, en un plano de 
Double Indemnity (1944), que escribió con Billy Wilder.

A propósito del trabajo con Budd Schulberg en el guión de A Face in the Crowd (1957), Elia Kazan le contó a Jeff Young:

Trabajé codo con codo con él en la concepción y la ordenación de las escenas, pero jamás escribí ni una palabra. Mi contribución no tomó forma de lenguaje verbal, de diálogo, sino de lenguaje cinematográfico. (...) Trabajamos juntos en el movimiento básico de la historia; lo que se suele llamar continuidad. Luego desaparecí y Budd escribió un primer borrador completo.

Dicho de otra forma: el guionista escribe el guión y el director escribe la película, una escritura (fílmica) que cuaja a través de la puesta en escena y del montaje. Continúa Kazan:

Afortunadamente, he mantenido buenas relaciones con los autores. Los he protegido. Jamás he cogido el bolígrafo. Esto es muy importante. No emborronarles sus escritos. El director no debe restar importancia a la identidad del guionista como autor. Debes intentar sacar lo mejor de los guionistas liberándolos. Que se enfrasquen en los problemas reales, en lugar de empeñarse en gustarte a ti. Soy muy firme e insistente, de modo que tengo que ser especialmente considerado y no decir jamás: Hazlo a mi manera

(Sobra decir que las negritas son mías.) Kazan tenía presente que los guionistas están en guardia contra el director que escribe. Y no les faltan motivos. La verdad es que a uno más de una vez le entraron ganas de decirle a un/a director/a (y no precisamente de una galaxia muy lejana -y no necesariamente por guiones míos, que también-): Deja el bolígrafo, no emborrones el guión y dedícate a escribir bien la película, que bastante trabajo tienes con ocuparte de la puesta en escena. Hazle caso a Kazan

Fotograma de A Face in the Crowd.

Y hablando de bolígrafos...

¿Sabéis que la marca Bic se le debe a Raymond Savignac, el autor de espléndidos carteles de las películas de Bresson?


20/9/20

La camarada Svilova


Hace cien años tuvo lugar un encuentro crucial para la historia del cine. Bueno, hace cien no. Acabemos con los números redondos, que decía el otro. Hace ciento un años -y aun deberíamos añadir por el aquel de un toque épico: cuenta la leyenda que...- Dziga Vertov deambulaba cabizbajo y deprimido por los pasillos del departamento de cine de Narkompros (el Comisariado del Pueblo para la Instrucción Pública, que dirigía Lunacharski) en Moscú. Trabajaba en el montaje de Boi pod Tsaritsynom (La batalla de Tsaritsyn, 1920) y se llevó un tremendo disgusto con una montadora (el montaje de los filmes soviéticos estaba prácticamente en manos de mujeres, las montazhnitsy, sobre las que escribió la cineasta Esfir Shub; claro que no sólo eran mayoría en el país de los soviets). La montadora le había tirado a la basura un cesto de tiras de película -con unos pocos fotogramas cada una- como si de restos -inútiles- de tomas se tratara. ¡Tirarle a la basura aquellos trozos de película, a él, que pensaba aprovechar cada fotograma que pasara por sus ojos; ningún fotograma era inútil, si no servía para el filme que tenía entre manos, serviría para otro por venir! Muchos años después, Jonas Mekas escribe en su Diario de cine el 7 de diciembre de 1967:

Existe ahora la llamada técnica del "fotograma único", utilizada por el cine underground. Cada fotograma tiene una imagen diferente. La última vez que estuve en Europa me detuve en el Filmmuseum de Viena, donde hay una muy buena copia de El hombre de la cámara (Chevolek s kino-apparatom), la película de Vertov hecha en 1928 [y estrenada en enero de 1929]. Vi la copia, fotograma por fotograma (en una moviola). Y, claro está, Vertov utilizó fotogramas únicos en dos secuencias por lo menos. Nos llevó cuarenta años alcanzar a Dziga Vertov, aquel ruso tildado de loco, pero por fin lo hemos logrado...

Abatido andaba Dziga Vertov cuando se topó con Elizaveta Svilova, que entendió sus tribulaciones, se apiadó de él y montó la película. A diferencia de quienes lo tomaban por loco, compartía su visión: Nosotros dinamitamos el cine / para que / el cine / pueda ser visto, había escrito Vertov por entonces. Svilova tenía 19 años, pero ya era una veterana; a los 12 había empezado a trabajar como aprendiz en un laboratorio cinematográfico. A partir de aquel día, hace ciento un años, sería la montadora de casi todas las películas de Vertov, su más íntima hermana de armas y colaboradora.  

Elizaveta Svilova montando en un fotograma de 
Chevolek s kino-apparatom.

Ella, con sus manitas, tijeras y un bote de cola, montó esos fotogramas únicos que llamaron la atención de Jonas Mekas. Pero el montaje no es (sólo) un corta y pega (una mecánica que atornillaba casi siempre a casi todas las montazhnitsy). Es, por decirlo con las palabras de Godard, un pensar con las manos, unas manos que piensan. Svilova recordaba que sus películas con Vertov se montaron en gran medida a base de intuición, tanteando miles de variantes, probando el significado, la calidad visual y el ritmo de las secuencias de oído, con los dos inclinados sobre la mesa de montaje noches enteras. En 1953, un año antes de morir, Vertov escribió sobre ese trabajo de experimentación, donde todos los días había que inventar algo nuevo, donde entonces ya no se puede hablar propiamente de montaje sino de escritura cinematográfica

Mikhail Kaufman en el rodaje de Chevolek s kino-apparatom.

Svilova y Vertov alumbraron el Cine-ojo (Kino-Glaz) en compañía del operador Mikhail Kaufman (hermano de Dziga, que antes de adoptar ese nombre se llamaba Denis Kaufman) y en 1922 formaron el Soviet (o Consejo) de los tres, una suerte de Comité Central (o círculo íntimo) de los kinoki, militantes del documental poético, de los filmes cine-ojo, una de las corrientes cardinales del cine soviético. 

Gracias a este libro, que agavillaba textos de Vertov seleccionados y traducidos por Francisco Llinás, me topé por primera vez con Elizaveta Svilova. Lo compré en la feria del libro de Barcelona el 27 de mayo de 1978. (Ángeles y yo habíamos llegado a Cataluña dos meses y medio antes, el mismo día que traían a Sallent el cuerpo del anarquista Agustín Rueda, torturado y asesinado por sus carceleros en Carabanchel: uno de tantos episodios olvidados de la ejemplar transición política española.) 

Tres años después encontré en la librería Michelena estas Memorias de un cineasta bolchevique, con una selección más amplia de los textos, prologados y traducidos -del francés- por Joaquín Jordá. En la página 46 leí el primer apunte biográfico de Svilova en un texto de Vertov fechado en 1935 donde reivindicaba la obra de su compañera:

La camarada Svilova es hija de un obrero muerto en el frente durante la Guerra Civil. Lleva tras de sí veinticinco años de trabajo en el cine y varios centenares de filmes en los que ha colaborado con realizadores. Ha intervenido en la nacionalización del cine. (...) Es la mejor montadora de la Unión Soviética. Con motivo del decimoquinto aniversario del cine soviético, mientras que todos sus alumnos y colegas recibían una distinción, la camarada Svilova ha sido castigada, de manera ejemplar, con una notoria indiferencia y ni siquiera ha recibido un diploma. Sólo un crimen grave podría privarla de nuestra solicitud. No obstante, el único delito de la camarada Svilova es el de ser modesta.

Lev Kuleshov coincidía a la hora de valorar la obra de Svilova:

[Vertov] se casó [en 1923] con una montadora excelente. Era la mejor montadora rusa, incluida la época zarista.

Dziga Vertov y Elizaveta Svilova.

Chevolek s kino-apparatom (1929) se ha traducido como El hombre de la cámara, aunque chevolek significa persona; claro que, al igual que el oficio de montador era ejercido en la Unión Soviética casi siempre por mujeres, el de cámara era casi siempre cosa de hombres. Los créditos iniciales de Chevolek s kino-apparatom advierten al espectador que la película no tiene rótulos y que se trata de un experimento fílmico. No lo dicen los créditos pero se ve que es una película con estrellas: el operador Mikhail Kaufman y la montadora Elizaveta Svilova. 


Chevolek s kino-apparatom puede verse como una sinfonía urbana donde se despliegan las herramientas del cine. Los poderes del Cine-ojo. El latido de la ciudad soviética (en realidad se rodó en tres: Moscú, Odessa y Kiev) auscultado por el lenguaje cinematográfico en un documental poético, que mostraba el trabajo de captura de las imágenes y su montaje, o sea, la escritura fílmica. 


La forma de Chevolek s kino-apparatom conjuga el delante y el detrás de la cámara, el delante y detrás de la pantalla, el cine como montaje, como escritura. A la altura del minuto veintitantos, vemos a Svilova en la mesa de montaje:


Monta fragmentos de Chevolek s kino-apparatom que veremos más adelante, es decir, la película se despliega en el curso de su propia escritura. Y culmina con un segmento montado con un tempo, digamos, allegro prestissimo con fuoco, un frenesí fílmico donde las imágenes pasan por los ojos de la montadora, como si afloraran en su mirada.


En el último plano el ojo de la cámara es el ojo de Svilova. 


Como si firmara la película. Luego cierre de iris y fin. Lástima que en los créditos iniciales figure apenas como ayudante de montaje.


Tras la muerte de Vertov en 1954, Svilova dejó su trabajo en el cine, se cambio el nombre por el de Elizaveta Vertova-Svilova y se dedicó a recuperar, catalogar, archivar, preservar y divulgar la obra de su compañero. 

Dziga Vertov. Artículos, diarios, ideas
Moscú, 1966.

A la camarada Svilova le debemos el legado del Cine-ojo.

6/9/20

Ven y mira (Eva Galová-Vodrázková)

Qué más quisiera que saber muchas cosas de la gran cartelista checa Eva Galová-Vodrázková, pero apenas os puedo contar que nació en 1940, estudió en la Academia de Artes Aplicadas de Praga, diseñó un montón de carteles de películas entre 1966 y 1972 y luego, no sé por qué, dejó el cartelismo por el diseño textil. Sólo sé eso y lo más importante: hizo unos carteles preciosos. Aquí va una muestra.

Irma la Douce (1963), de Billy Wilder.

Flickorna (1968), de Mai Zetterling.

Imam dvije mame i dva tate (1968), 
de  Kresimir Golik.

Dritter Teil (1966), de John Olden 
y Claus Peter Witt. 

Anna Karenina (1968), de 
Alexandr Zarchi.

That Darn Cat! (1965), 
de Robert Stevenson.

Fantômas (1964), de 
André Hunebelle.

Gran Prix (1966), de 
John Frankenheimer.

Vrazda ing. Certa (1970), 
de  Ester Krumbachová.

Hlídac (1970), de Ivan Renc.

Le corps de Diane (1969), 
de Jean-Louis Richard.

Mary Poppins (1964), de Robert Stevenson.

Bokser (1967), de Julian Dziedzina.

Ljubavni slucaj ili tragedija 
sluzbenice P.T.T. (1967), 
de Dusan Makavejev.

Rebel Without a Cause (1955) 

¿Verdad que son preciosos? Lo que os decía.