23/8/20
La amiga de los gatos
Desde que vivimos en este finisterre, muy pronto empezaron a frecuentarnos los gatos de la aldea. En un principio venía uno o una cada día. Y guardaban las distancias. No tardaron mucho en venir de dos en dos y aun de tres en tres. Y a tomarse confianzas. Enroscándose en cualquier rincón al sol o anidándose entre los rosales cuando aprieta la calor. De cuando en cuando nos dejan un ratoncillo en un sendero, como diciéndonos que también ellas y ellos se ocupan de nosotros o que, domésticos sí, pero también felinos, un respeto. Ahora ya se enredan en los pies de Ángeles para llamar su atención, con el aquel de qué hay de lo nuestro. Y hasta nos traen las crías para que se las cuidemos. Las últimas, anteayer: un par de gatitos. Así los encontramos; uno vais a tener que buscarlo.
Y cómo no van a tomarse confianzas, si Ángeles habla con ellos y ellas. No sabemos de quién son los mininos. De los vecinos, imaginamos. O quizá son comunales y se toman muy en serio su derecho a nuestra cuota de cuidados. Me acordé de lo que contaba Fellini de la gran Anna Magnani. La veía como una criatura nocturna (le gustaba levantarse, como muy pronto, a las cinco de la tarde), un alma gemela de los hambrientos gatos perdidos de Roma, que ella alimentaba justo antes del alba. Fellini nunca tenía problemas para verla, podían encontrarse, por casualidad, en una piazza, a eso de las seis de la mañana, cuando él salía a dar un paseo y ella volvía a su casa a dormir, pero antes la Magnani había dado de comer a los gatos sin hogar. Fellini la sorprende -y nos la muestra- en su Roma como una criatura nocturna, pero ni palabra de los gatos. Fue la última película de la gran Anna Magnani; murió apenas seis meses después de su estreno.
En los restaurantes donde Anna Magnani solía cenar sabían de su querencia y le empaquetaban la comida que sobraba y se la entregaban cuando se marchaba. Ya forma parte de la leyenda de Roma la figura de la actriz, de noche, con un pañuelo en la cabeza y una cesta en el brazo dando de comer a los mininos de la ciudad.
Cuando murió Anna Magnani, decía Fellini, todos los gatos de Roma llevaron luto por ella. Era su mejor amiga.
Bueno, ella y otra que yo me sé.
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