22/2/15

Negro, frío y candente


Hemos visto dos películas recientes que conjugan las formas del noir que más nos gustan: filmes que van cociendo la emoción a fuego lento y visten un tejido argumental absorbente pero con sitio para cobijar las pequeñas historias, es decir, filmes donde la trama no resulta depredadora. En fin, películas que cautivan sin giros rebuscados, que preñan la atmósfera de amenaza con latidos íntimos y que arrebatan la mirada sin avasallarla, tejiendo una telaraña invisible -pero latente- que envuelve a los personajes con hilos tendidos desde el pasado. (Nadie olvida; la frágil piel de la razón envuelve el caos que acecha en el túnel del tiempo, hasta que fatalmente irrumpe en el presente: nadie se libra del pasado, reza cualquier noir que se precie.) Hablo de The Drop -aquí, La entrega-, de Michaël R. Roskam, y de Bai ri yan huo -aquí Black Coal-, de Diao Yinan, filmes que destilan tristeza y soledad, como una lluvia negra que cala hasta los huesos. Cosecha noir de 2014.

Arriba, un fotograma de La entrega
Abajo, un fotograma de Black Coal.

De Roskam nos había gustado su anterior película, Bullhead (2011), un polar belga sobre la mafia del engorde de ganado con esteroides. La entrega se centra en un bar de Brooklyn elegido de vez en cuando por la mafia chechena como caja para las entregas de dinero negro de los más variados negocios sucios.


El bar de Marv, y Marv es nada menos que el gran James Gandolfini en su último papel; no es el protagonista pero sí el personaje central.


Tampoco resulta un detalle menor el guión de Dennis Lehane: la economía dramática, la medida construcción de los personajes, lo bien que suenan los diálogos.


Le escuché a Roskam que siempre había querido rodar un noir con un toque Capra, casi como un cuento de hadas (algo así como Capra dirigiendo Taxi driver, o Qué bello es vivir dirigido por Scorsese) y esa idea del cuento de hadas rondó las primeras conversaciones con el guionista. Y sí, el epílogo (florido de amarillo) puede verse como un final de cuento de hadas, pero más traído por voluntad del director (¿y del guionista?) que decantado por la forma (y la trama) del filme; uno de los (pocos) peros que ponerle a La entrega.


Desde luego disfrutamos mucho más con Black Coal. El título original, Bai ri yan huo, se podría traducir, al parecer, como "Fuegos artificiales a la luz del dia" o "Luminosos fuegos artificiales de día". (El Daylight Fireworks Club, que viene a ser la versión inglesa del título original, es un escenario clave en la película, y tendrá sus ecos, también en el final de la película.)


En occidente se estrenó como Black Coal, Thin Ice ("Carbón negro, hielo afilado") y aquí con una versión corta de ese título. Es la tercera película de Diao Yinan (aún no pudimos ver la dos primeras), sólo lo conocía como uno de los guionistas de La ducha (1999) de Zhang Yang. Estaremos muy atentos a su próxima película.


Turbadora e hipnótica, Black Coal nos atrapa en una deriva melancólica y alucinada por un laberinto donde lo surreal se conjuga con el humor.


La luz destila la desolación y los neones derraman los colores tristes del desamparo sobre los seres que deambulan por una pequeña ciudad de un nordeste de China gélido, avecinados sin remedio con sus propios fantasmas insomnes.


Una película tan personal que las citas que la amojonan y/o las resonancias que despiertan (El halcón maltés, El sueño eternoEl tercer hombre o Chinatown) no empañan la mirada propia con que el cineasta nos arrastra por pasajes oscuros con visos oníricos. (Diao Yinan ha confesado su devoción por el cine de Buñuel, a quien considera su verdadero maestro.)


Basta contemplar la escena de la peluquería (no os imagináis el esfuerzo de callarme los detalles) para comprobar que tras la cámara hay un director merecedor de ese nombre.


No quiero destripar el argumento, sólo aludiré al túnel del tiempo, una elipsis temporal entre el verano de 1994 y el invierno de 2004  resuelta con un movimiento de 360º que desemboca en una escena donde primero se nos inquieta, luego se nos sorprende y a modo de cierre se nos arranca una carcajada.


Y mencionaré esa femme fatale de la lavandería (en seco) -cuyo misterio insondable tanto me recordó a la Jane Greer de Retorno al pasado-, que deviene el centro neurálgico (y neurótico) de la trama.


La hechicera Wu/Gwei Lun Mei. (Todo filme noir que se precie lleva dentro la semilla de un mal: o caemos en un sueño o nos caemos de un sueño; un sueño fatal en cualquier caso; un sueño que nos pierde o donde nos perdemos, en una suerte de febril embriaguez.)


Y esos travellings sonámbulos con los que Zhang/Liao Fan -el detective sin licencia (antes policía, ahora empleado de seguridad)- la sigue por la pista de hielo... (Sí, ya me callo.)


El hielo arde. La noche delira. La soledad aúlla. Más que contar una historia, Bai ri yan huo, el noir de Diao Yinan, desprende  el alma de las cosas; más que contar una acción, documenta una afección; como si los lugares mismos llevaran mucho tiempo enfermos, dolientes, contagiados por el desaliento de quienes los transitan con una vida de pena. 


Vi la película un par de veces (en tres días), así que no se trata de una primera impresión: esas cosas de los adentros son el aluvión que deja el film en la mirada, aquello que la memoria decanta. 


Algo negro, frío y candente.

15/2/15

Aquel reino de las hadas


Temos todos duas vidas: / A verdadeira, que é a que sonhamos na infância, / E que continuamos sonhando, adultos, num substrato de névoa; / A falsa, que é a que vivemos em convivência com outros, / Que é a prática, a útil, / Aquela em que acabam por nos meter num caixão. (Álvaro de Campos.)
 











El olfato es una vista extraña. Evoca paisajes sentimentales con un dibujo rápido del subconsciente. (...) De una panadería sale un olor a pan, que de tan dulzón, marea, y mi infancia se levanta desde cierto barrio lejano, y otra panadería se me aparece en aquel reino de las hadas, que es todo lo que se nos murió. Voy por una calle. Huele de repente a las frutas del mostrador inclinado de la tiendecita; y mi breve vida en el campo, no sé ya cuándo ni dónde, tiene árboles al fondo y sosiego en mi corazón, indiscutiblemente infantil. (Libro del desasosiego. Pessoa.)













Un simple bombón de chocolate me destroza a veces los nervios con el exceso de recuerdos que los estremece. ¡La infancia! Y entre mis dientes, que se clavan en la masa oscura y tierna, muerdo y saboreo mis humildes felicidades de compañero alegre de los soldaditos de plomo, de caballero congruente con el palo casual que me servía de caballo. Las lágrimas me suben a los ojos, y con el sabor del chocolate se mezcla mi felicidad pasada, mi infancia ida, y pertenezco voluptuosamente a la suavidad de mi dolor. (Libro del desasosiego. Pessoa.)












Sei muito bem que na infância de toda a gente houve um jardim, / Particular ou público, ou do vizinho. / Sei muito bem que brincarmos era o dono dele. 
Sé muy bien que en la infancia de todo el mundo hubo un jardín, / particular o público, o del vecino. / Sé muy bien que nuestro jugar era su dueño. (Álvaro de Campos.)

(Fotografías de Sibylle Bergemann, Willy Ronis, Anne Fishbein, Henri Cartier-Bresson, Thomas Hoepker, Sally Mann, Bill Brandt, Marion Post Wolcott, Susan Meiselas, Nikos Economopoulos, Jean Dieuzaide, Cristina García Rodero, Bruce Davidson, Dinu Mendrea, David Seymour, William James, Eva Besnyö, Vivian Maier, Vo Anh Kiet, Stanley Kubrick, Vsevolod Tarasevich, Strauss Helfried, Wayne Miller, Raymond DepardonSebastião Salgado, Edouard BoubatAndrey Gordasevich, William Gedney, Werner Bischof, Harry Callahan, Sabine Weiss, Albert Maysles, Dion Palinckx, Virxilio ViéitezHengki Lee, Víctor Macarol, George Krause y Walter Rosenblum.)