La verdadera vida,
la vida al fin descubierta y dilucidada,
la única vida, por lo tanto, realmente vivida
es la literatura.
(Proust, El tiempo recobrado.)
Veo a Ángeles con El tiempo recobrado en las manos, apurando las páginas, y se acaba el viaje del Tiempo perdido. Un día, dos como mucho, y punto final. Desde mediados de marzo vive en la constelación de Proust. Hace un rato me leyó el pasaje que se abrocha con los verdaderos paraísos son los paraísos que hemos perdido.
Cuando terminó de leer A la sombra de las muchachas en flor, probó a darse una tregua -tan intensa resultaba la experiencia- con una novela negra (no recuerdo ya si con El exterminio de Jim Thompson o Yibuti, la última de Elmore Leonard). Imposible. No hubo forma; apenas leyó unas páginas y volvió a Proust. Atrapada en el Tiempo perdido.
Y así hasta hoy. Y así será -seguro- hasta la última línea de El tiempo recobrado. Vamos a recordar estos meses del Tiempo perdido. A mí me duró años: salía de cada libro como de una fiebre, necesitado de una larga convalecencia, y volvía al siguiente recuperado para la ardentía; y más de una vez, tras una interrupción de un par de semanas o de años, releía el anterior, y aun Por el camino de Swann, como quien recae en un vicio:
Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.
Echaré de menos sus "escucha esto" o "esto te va a gustar" o "seguro que te acuerdas de esto" o "lo que más me gusta de Proust es cuando escribe cosas como ésta"... y me leía una línea, un párrafo o una página entera.
...en nuestra memoria encontramos de todo; es una especie de farmacia, de laboratorio químico, donde tan pronto ponemos la mano en una droga calmante como en una droga peligrosa. (La prisionera.)
Ilustración de Wesley Merritt.
Creo que nunca nada (que haya leído) la exaltó tanto como algunos momentos vívidamente vividos donde germinan los más sutiles cardiogramas en la escritura del Tiempo perdido, ese tejido sensible que desprende la cualidad táctil de unas arruguitas en el alma y en la piel de las cosas, y traduce los signos trazados en el palimpsesto de la memoria, en el aquel de alumbrar la fontana primordial de la experiencia, el aprendizaje de la verdad.
Llevo casi medio año sin preocupaciones en mi responsabilidad de librero de Ángeles. Qué va a pasar cuando acabe el Tiempo perdido. Qué le voy a poner en las manos. Cómo facilitar a la cautiva una salida (sin traumas) de la constelación Proust. Ésa es una Transición , y no la otra, que tantas bocas llena (hasta la náusea). Veo a Ángeles con El tiempo recobrado en las manos. y... queda ya tan poco. ¿Y entonces qué?
Yo digo que la ley cruel del arte es que las personas mueren y también nosotros moriremos, apurando todos los padecimientos, para que crezca la hierba, no la del olvido, sino la de la vida eterna, la hierba prieta de las obras fecundas a las que las generaciones futuras acudirán, jubilosamente, sin preocupación por los que duerman debajo, a celebrar su “almuerzo en la hierba". (El tiempo recobrado.)
¿Qué almuerzo en la hierba le prepara uno ahora? Ganas me dan de dimitir de librero. Pero aun más de volver a Proust.
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