26/4/20

La olla arrocera roja


Una noche Claire Denis llevó a su madre a la Cinemateca de París para ver Banshun (1949), una de la obras sublimes de Ozu. La madre experimentó una verdadera conmoción: la película contaba su propia historia; la relación de Setsuko Hara con Chishû Ryû era un espejo de la que ella había vivido con su padre, el abuelo de Claire Denis.


Una película tan bella le había deparado otra sorpresa a la madre de la cineasta:
No sabía que se podía hacer una película con una historia tan sencilla.
Tan conmovida, empezó a contarle cosas sobre su abuelo. Claire Denis se dio cuenta del verdadero poder del sentimiento que transmitía esa historia, aun con subtítulos:
Hasta el último día de mi vida esa manzana será algo inefable para mí.

Durante diez o quince años soñó con hacerle un homenaje a Ozu, con rodar una película como Banshun para su madre, pero también sentía algo de miedo, hasta que vio Café Lumière (2003), de Hou Hsiao-sien, y pensó que acaso no fuera tan difícil, tal vez podría, quizá se atrevería...


Claire Denis se atrevió. Buena es ella. Y su madre -había cumplido 80 años- pudo ver la película que había hecho para ella: 35 rhums (2008). 35 tragos/chupitos de ron. 59 años después de Banshun.

Claire Denis en una pausa durante el rodaje de 35 rhums.

Digámoslo ya: Ozu vive en cada rincón de 35 rhums y, al tiempo, Claire Denis nunca rodó nada más personal; suyo, cada rincón de 35 rhums.


Ahora viene a cuento un flashback. El abuelo de Claire Denis quedó viudo cuando la madre de la cineasta era todavía un bebé, la crió en un suburbio parisino y se convirtió en el mejor hombre que pudo para ella. Forjaron una relación muy especial. Eran casi una pareja. Se cuidaban. La madre comparaba a todos los novios con su padre.


En alguna entrevista a propósito de 35 rhums, Claire Denis contó que para su madre, casada, con una familia, aún a los 80 años, su padre sigue siendo un príncipe, el hombre de su vida. En África, donde se crió la cineasta (nació en París pero vivió de niña en Burkina Faso, Somalia, Senegal y Camerún, donde destinaron a su padre como funcionario), su madre le contaba las películas que tanto le gustaban y había visto con su abuelo (iban al cine en París todos los miércoles a ver por lo menos dos), por ejemplo The 39 Steps, de Hitchcock.


Recuerda también que siendo adolescentes les contó a su hermana y a ella Hiroshima, mon amour: se había enamorado del actor japonés y cuando finalmente la futura cineasta vio la película de Resnais, ya la había visto: su madre se la había contado plano a plano, y hasta Emmanuelle Riva se le parecía. Claire Denis entró en el cine a través de la voz de su madre, una forma bastante freudiana de iniciación al cine, dice.


Tampoco faltaron durante la infancia evocaciones imprevistas, como trances, en que su madre de improviso y sin venir a cuento hablaba del abuelo: Oh, mi padre siempre fue... Mi padre ahora... El abuelo de la cineasta murió cuando ella tenía doce años. No se habían visto mucho; él vivía en Francia mientras Claire Denis crecía en África, además, según recuerda, su abuelo por quien realmente se preocupaba era por su hija.


La cineasta nunca entendió aquella historia, aquella relación de su madre con el abuelo. Hasta que vio Banshun. Le encantaba el cine de Ozu, que le había descubierto el poder de los rituales cotidianos para revelar los estados de ánimo, pero aquella película la estremeció. Lloró. Conocía aquella historia: Setsuko Hara y Chisû Ryû eran su madre y su abuelo. Y comprendió.


Por eso llevó a su madre a verla, y entonces ella le contó cosas de su abuelo que la cineasta nunca le había preguntado. Por eso necesitaba rodar 35 rhums donde la historia de Lionel/Alex Descas y Josephine/Mati Diop transfigura la historia de su abuelo y su madre. Por eso fue un asunto tan personal para Claire Denis, ninguna película más personal que 35 rhums. Gracias a Ozu.


Ya antes del rodaje todos los colaboradores habituales de Denis (la directora de fotografía Agnès Godard, el guionista Jean-Paul Fargeau o los actores Alex Descas y Grégoire Colin) conocían la historia de la madre y el abuelo de la cineasta que inspiraba la película.


Claire Denis desarrolló 35 rhums con Jean-Paul Fargeau a partir de una idea central: la separación entre un padre y su hija como un hecho doloroso, inevitable y hermoso. Una película sobre las despedidas, sobre decir adiós, sobre las convergencias y divergencias -las encrucijadas- que la vida nos depara, como las vías por donde discurre ese tren que conduce Lionel (un eco, claro está, de los trenes de Ozu).


Antes de trabajar con Agnès Godard, la cineasta explora la geografía de la película localizando los apartamentos, el canal, las vías del tren, el restaurante africano que cobija una escena cardinal de 35 rhums: el baile entre Josephine y Noé/Grégoire Colin bajo la mirada de Lionel, a modo de primer movimiento en la coreografía de un adiós al compás de Nightshits, de The Commodores (el restaurante tenía que ser pequeño, pero permitir suficiente circulación, apuntó la cineasta).


Luego se reúne con Agnès Godard y vuelve con ella a las localizaciones para decidir los planos con la idea de que toda imagen cifra una subjetividad: lugares transfigurados por la subjetividad de los personajes que los viven.


El cine de Denis cuenta con los cuerpos (movimientos, gestos, miradas, manos). De alguna forma las escenas se resuelven con visos de danza. Nos basta ver a Lionel y Josephine oficiando los rituales cotidianos en el pequeño apartamento para comprender la íntima afinidad de la relación paterno-filial que encuentra su cifra en la olla arrocera roja donde resuena, sobra decirlo, la tetera roja de Ozu.


Por no hablar de la escena del pequeño restaurante africano (cómo no volver a palabrearla), donde se refugian, calados por la lluvia, cuando el coche los deja tirados cuando iban a un concierto donde danzas y miradas se conjugan para contarlo todo, como si de un musical se tratara (que igual sí).


Por así decir, la intimidad aflora por vías donde las palabras no se aventuran. Como ese arrebato de Noé, mientras corre con Josephine, tirándose al canal para luego reanudar la carrera. La cámara de Denis porfía en atrapar el hecho físico de sus personajes que transita entre el arranque y arrobo, entre el pronto y el recogimiento, entre la fugacidad y la perseverancia.


Una porfía dolorosa al pespuntar las escenas con el hilo de una inevitable separación, como en esa bellísima escena en la playa de Lübeck, padre e hija en la furgoneta, las últimas horas juntos tras haber visitado la tumba de la madre de Josephine (¿hace falta decir que vemos en el retrovisor el último viaje juntos de Noriko y su padre en Banshun?). En 35 rhums asistimos desde el principio al final de una historia y la película se despliega preñada de melancolía. 


El título 35 rhums, contó Claire Denis, hace referencia a una apuesta de Lionel consigo mismo que se inventaron Jean-Paul Fargeau y ella: se tomaría 35 tragos de ron el día de la boda de su hija, sólo entonces se sentiría seguro de haber hecho un buen trabajo como padre. Por supuesto, en la película no se explica la razón, ni falta que hace.


Cuando la madre de la cineasta vio la película le dijo: ¡35 rones no son nada, mi padre se fumó cinco bolitas de opio el día de mi boda! (El abuelo de Claire Denis se trataba el asma con opio.)


(Mati Diop, la Josephine de 35 rhums, dirigió Atlantique, una de las películas que más nos gustaron de las estrenadas el año pasado con Portrait de la jeune fille en feu, de Céline Sciamma.)

25/4/20

25 de abril


A eso de las 6 de la mañana del 25 de abril de 1974 la columna de Salgueiro Maia pasaba por delante del cine Edén de Lisboa. No sé si el capitán del MFA o alguno de sus soldados le puso los ojos encima a los enormes carteles de la fachada que pregonaban el estreno de Conseje para todo, de Cantinflas.

Tropas del MFA en la plaza de Restauradores de Lisboa 
el 25 de abril de 1974; arriba y a la izquierda el cine Edén. 
(Fotografía de  Claudino Costa Madeira.)

La columna se dirigía a tomar posiciones en el Terreiro do Paço como rezaba el plan de operaciones diseñado por Otelo Saraiva de Carvalho que, como todo el mundo sabe, se detonaba con Grândola, Vila Morena, de Zeca Afonso, en Radio Renascença cinco horas y cuarenta minutos antes: Grândola, vila morena / Terra da fraternidade / O povo é quem mais ordena...


Manifestación espontánea de apoyo al MFA 
en el barrio del Rossio el 25 de abril de 1974
(Fotografía de Horácio Novais.)

La confraternización con los militares aquel 25 de abril no se limitó a los claveles. Un matrimonio se asoma al balcón y ve a tres soldados apostados en la acera en una transversal de Rua Sampaio Pina. La mujer los llama: Subid, 1º izquierda, la sopa está calentita. Un soldado: Muchas gracias, señora, iremos de de uno en uno, estamos de servicio.

A poesia está na rúa,
pintura de Vieira da Silva.

Claveles, sopita y el pueblo en la calle, que ese día hasta se olvidó de ir a trabajar. Creo que ya os recomendé el año pasado el libro de Raquel Varela, História do Povo na Revolução Portuguesa - 1974-75 (efectivamente, lo hice), 500 valiosas páginas que esculpen una derrota (la derrota más nuestra) pero alumbran memoria viva de esperanza y resistencia.

Un soldado de abril.

Porque las palabras y la música de Liberdade, la canción de Sérgio Godinho (en el álbum À Queima Roupa publicado en 1974), suenan ahora mismo tan necesarias como hace cuarenta y seis años:
Viemos com o peso do passado e da semente
Esperar tantos anos torna tudo mais urgente
e a sede de uma espera só se estanca na torrente
e a sede de uma espera só se estanca na torrente
Vivemos tantos anos a falar pela calada
Só se pode querer tudo quando não se teve nada
Só quer a vida cheia quem teve a vida parada
Só quer a vida cheia quem teve a vida parada
Só há liberdade a sério quando houver
A paz, o pão, habitação, saúde, educação,
Só há liberdade a sério quando houver
Liberdade de mudar e decidir
quando pertencer ao povo o que o povo produzir
quando pertencer ao povo o que o povo produzir.

23/4/20

Diario de lecturas (de Godard)


Godard (se/nos) susurra en Histoire(s) du cinéma:
Pero cómo ignorar / lo que comprendemos / en el instante en que esa voz desconocida / se abisma / en lo más profundo / de nuestro corazón.
Alphaville (1965)


Allemagne 90 neuf zéro (1991)

Vladimir et Rosa (1971)

Je vous salue, Marie (1985)

Godard (que buscó liberar el sonido de la tiranía de la imagen) trama una simbiosis entre el texto y lo visual, entre voces y tipografías. Citas, hilvanes de notas, tejido de borrador, pespuntes...
Pongo esas palabras para guardarlas, para que lleven a otra cosa.


Masculin féminin (1966)

Le vent d'est  (1970)


Détective (1985)

El cine de Godard -y sus Histoire(s) no digamos- documenta sus avatares de lector, sus lecturas. Un cine amojonado por citas, libros y lectores (en Nouvelle vague prácticamente no hay planos sin libros).
Creo que lo más extraordinario que uno podría filmar es gente leyendo. ¿Por qué el cine no será simplementefilmar gente leyendo bellos libros?
Vivre sa vie (1962)

Nouvelle vague (1990)

Une femme mariée (1964)

Week End (1967)

For Ever Mozart (1996)


La obra de Godard puede verse como un diario de lecturas, el diario de un hombre que ha vivido subrayando.

19/4/20

La luna


No hay nada que hacer. Así son los hombres, le asegura Lisette/Paulette Dubos a Christine/Nora Gregor que no entiende la reacción intempestiva de su amigo, el aviador, en una de las primeras escenas de La règle du jeu (1939) de Jean Renoir. Entonces...


Diecisiete años después, encontramos a Paulo/Daniel Cauchy con Anne/Isabelle Corey, una chica que lo saca de sus casillas, en Bob le flambeur (1956), de Jean-Pierre Melville:


La(s) regla(s) del juego.

Se pide la luna -nunca falta quien suspira por que se la pidan- y luego las películas acaban como acaban.

En fin, los hombres, el amor y la luna.

No aprendemos nada.

Y sin embargo...

Ángeles también la pidió. Una vez, que yo sepa. No a mí, aunque sí por mi culpa. Se la pidió al maestro. ¿A quién si no? Y, sobra decirlo, le regaló la luna.