En los ríos del cine no quise olvidarme de Río salvaje (1960), de Elia Kazan. Desde entonces la habré visto cada año y cada vez me gusta más. Era la película favorita de Kazan. Casi estoy por asegurar que es su mejor película.
El cineasta le confesó a Michel Ciment que sudó tinta para contar con sencillez aquella historia que llevaba veinte y cinco años devanando; escribió tres versiones del guión en solitario y otras seis en compañía de otros (guionistas) como Ben Maddow, Calder Willigham y Paul Osborn (el único que aparece acreditado en Wild River, el guionista que había adaptado para Kazan Al este del Edén, la novela de Steinbeck).
De las versiones propias del guión -cuenta Kazan en sus memorias- quedó la idea primordial de la mujer que se negaba a vender y abandonar su isla, aun cuando iba a quedar sumergida por efecto de los pantanos construidos durante la administración Roosevelt para controlar las crecidas catastróficas del río Tennessee. Wild River empieza con imágenes -documentales- en blanco y negro de una crecida rodadas por Pare Lorentz para El río (1930), una película que termina contando cómo el proyecto gubernamental de la Tennessee Valley Authority quería remediar el problema, y justamente Chuck Glover (Montgomery Clift), el protagonista de la película de Kazan, es un funcionario de ese organismo encargado de convencer a la tozuda propietaria o si no sacarla de allí a la fuerza.
Tan memorable como la encarnación, por una espléndida Lee Remick, de la nieta, Carol, una joven viuda que con su deseo desatado resucita a Chuck Glover de su hibernación emocional (un letargo cuyas razones la película evita desvelar, y la propia parálisis del rostro de Montgomery Clift deviene una máscara de motivos velados, ocultos en el pasado).
Lograremos dominar el río entero, le dice Chuck a la vieja Ella. Pues a mí me gusta lo salvaje, como la naturaleza dispuso. Ya hay suficientes pantanos poniendo barreras (corte a PP de Carol), domando naturalezas, privándolas de sus deseos y necesidades naturales. (Corte a Ella). Yo me opongo a los pantanos de cualquier clase.
Luego Ella lleva a Chuck hasta el pequeño camposanto con las tumbas familiares.
Duelen esos árboles talados, esa casa ardiendo, la vieja mecedora... Duelen en el alma, las almas de las cosas inmoladas de tantas almas perdidas.
Cada plano desprende un amor por la tierra donde resuena la memoria de aquéllos que con el mismo fervor filmaron Griffith, Ford, Borzage o Vidor.
En Wild River descubrimos a Barbara Loden en un pequeño papel, como Betty Jackson, una funcionaria de la Tennessee Valley Authority. Poco después del rodaje, la actriz encuentra el germen de Wanda, una película admirable que iluminará también esta escuela cualquier domingo.