2/10/13

Una cuestión de química


El lunes vimos el final. El último episodio de la 2ª parte de la 5ª temporada. Se acabó Breaking Bad. Un capítulo definitivo que conjuga fatalidad y catarsis. Un gran final. Esa noche brindamos por Vince Gilligan -el creador de la serie- y su equipo de guionistas: Patty Lin, George Mastras, Peter Gould, J. Roberts, Sam Catlin, Moira Walley-Beckett, John Shiban, Thomas Schnauz y Gennifer Hutchison. (Podéis leer sin reparos, no revelo nada que os estrague el placer de verla.)


Hace casi un año empezamos a devorar una temporada tras otra de Breaking Bad en intensas sesiones continuas, aunque no tan exageradas como las de Vila-Matas, quien, evocando Detour de Ulmer, trajo muy a cuento ese desvío fatal del título de la obra de Vince Gilligan en aquel artículo donde comentaba La mosca, uno de los episodios magistrales -y emblemáticos- de la serie (como lo fue, pongamos por caso, La maleta en Mad Men).


Decía Rohmer que en el cine no se miente lo suficiente. Dicho de otra forma, se ningunea el poder del cine para mostrar la máscara -no otra cosa (aun etimológicamente) deviene un personaje- y para desenmascarar (o desnudar). En este sigo, la mentira se ha convertido en el motor emocional de las grandes series americanas -Los Soprano, Mad Men, Breaking Bad...-, (casi) el único gran cine americano de nuestro tiempo. (Ese gran gran cine de The Wire, esa gran gran novela por entregas de este siglo: por más que uno haya disfrutado con las series mencionadas, la obra de David Simon aún está un escalón por encima en el altar de las grandes series.)


En el primer episodio de Breaking Bad, Walter White, profesor de química en un instituto -y protagonista de la serie-, le explicaba a sus alumnos que técnicamente, la química es el estudio de la materia. Pero él prefería verla como el estudio de los cambios. Y les llamaba la atención sobre cómo los electrones cambian su nivel de energía. Y las moléculas, sus enlaces. Los elementos se combinan y se transforman en compuestos. Eso es la vida misma, ¿verdad? Es la constante, el ciclo: solución, disolución, una y otra vez. Es crecimiento, descomposición, y luego, transformación. Talmente el programa narrativo de Breaking Bad: el estudio de los cambios en la naturaleza humana sometida a presión en el curso del tiempo. Breaking Bad despliega así quizá el más poderoso -complejo y adictivo- arco de transformación de un personaje -a lo largo de un año (cardinal) en la vida de Walter White- que se haya visto en una pantalla.


Si la química es una cuestión de tiempo, también el tiempo se transfigura en un material azaroso para el espectador. Una cocina exquisita de flashforwards, saltos adelante desestabilizadores que abren abismos de anticipación, y flashbacks, saltos atrás que resitúan y recomponen, pero también abren tramas que considerábamos cerradas. Las convulsiones narrativas en Breaking Bad abocan al espectador a una frontera incierta de conjeturas, como el propio espacio de la serie, esa tierra de nadie, ese Albuquerque en la frontera de Nuevo México, en medio del desierto. El guión de la vida. La cocina del tiempo. Una cuestión de química.  

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