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4/12/13

Una escuela de cine para malandros


Hace unos tres o cuatro años Herzog abrió una escuela de cine en Los Ángeles -donde vive- con el formato de seminarios de fin de semana que se celebran donde cuadra: la Werner Herzog's Rogue Film School, algo así como la escuela de cine vagabunda o peregrina (o pícara o pirata) de Werner Herzog. No se imparte ningún tipo de enseñanza técnica, es una escuela para los que han viajado a pie, han mantenido el orden en un prostíbulo o han sido celadores en un asilo mental. En pocas palabras, para los que tienen un sentido poético. Para los peregrinos. Para los que pueden contar un cuento a un niño de cuatro años y mantener su atención, para los que sienten un fuego en su interior.

Herzog en el rodaje de

Werner Herzog detesta los estudios académicos sobre cine y los considera una enfermedad -una enfermedad de nuestro tiempo cabría añadir- y recomienda a los futuros cineastas que se alejen de las escuelas de cine: Hagan sus maletas y escapen, huyan lo más rápido que puedan. En lugar de estar en una escuela trabajen como conductor de un taxi o guardaespaldas en un club porno. Ganen dinero para hacer una película. Un cineasta se nutre de la sabiduría de las calles y los caminos, algo que no se aprende en las escuelas de cine. Así que les aconseja viajar a pie, porque el mundo se revela a aquellos que viajan caminando. Viajen a pie, eso tiene más valor que cuatro años en una escuela de cine, aunque nunca he estado en una. Eso sí, que lean, pero no libros sobre (hacer) cine, sino poesía o aquellos que descubran y revelen la hondura del mundo.

Con semejantes premisas, casi resulta ocioso apuntar que la Rogue Film School no se parece a ninguna escuela de cine: se parece a Herzog -y al cine de Herzog, claro-; y no tiene nada de extraño, pues, encontrar materias de estudio como Viajar a Pie, El Arte de Forzar Cerraduras, La Confección de tus Propios Permisos de Rodaje, Técnicas de Neutralización de la Burocracia, Tácticas de Guerrilla, Autosuficiencia... Recomienda algunas películas de cabecera como la trilogía de Apu de Satyajit Ray y ¿Dónde está la casa de mi amigo? de Kiarostami. Y entre las lecturas obligatorias figuran las Geórgicas de Virgilio, La breve vida feliz de Francis Macomber de Hemingway o Historia verdadera de la conquista de la nueva España de Bernal Diaz del Castillo. Se lo repito sin descanso a los estudiantes: Leed, leed, leed, leed, leed, leed... Si no leéis, jamás seréis buenos directores.

Para aquellos (jóvenes) cineastas que lleven a cuestas su carga de sueños (como llevó Herzog Aguirre o Fitzcarraldo) -y necesiten el encuentro con un maestro- no imagino nada más estimulante (ni más provechoso) que un fin de semana en la Rogue Film School, una escuela de cine para malandros.

23/9/13

El laberinto de los espejos



Sostener un espejo frente a la naturaleza... En eso consistía para Welles el oficio de director de cine: reflejar la naturaleza humana a través de una mirada. ¡Si no sabes nada de la naturaleza frente a la que sostienes el espejo, qué limitada debe resultar tu obra! Y añadía: Uno es el ángulo con el que se sostiene el espejo. Lo que finalmente resulta interesante no es el temblor romántico o el movimiento nervioso con el que se sostiene el espejo, sino la imagen que éste nos devuelve.


Podría hilvanarse la filmografía de Orson Welles con el motivo del espejo: desde su multiplicación en Ciudadano Kane, hasta Sed de mal, Míster Arkadin, Una historia inmortal y Fraude pasando por El cuarto mandamiento, El extraño La dama de Shanghai, por no hablar de los reflejos en las ventanas en todas ellas (especialmente en Sed de mal).


Hasta el cine como espejo en una escena (no rodada) de su Quijote donde Sancho y el Ingenioso Hidalgo se verían a sí mismos proyectados en la pantalla de un cine de pueblo. En la secuencia imaginada por Welles, a diferencia de lo que ocurre en la segunda parte de la novela de Cervantes, los vecinos no sólo han oído hablar de don Quijote y su escudero y saben de memoria sus aventuras, también pueden espiarlos gracias a ese invento diabólico llamado cinematógrafo.

Fotograma de una escena de Don Quijote
el caballero andante en un cine de provincias 
donde arremeterá contra la pantalla para defender 
a una dama asaltada por unos facinerosos 
(en la película que se proyecta).  

Un espejo tan caro, por otro lado, al sentido épico (y memorioso) del aquel de narrar, como nos recuerda Borges, desde ese lugar de la Ilíada en que Elena de Troya teje su tapiz con las batallas y desventuras de la guerra misma de Troya; un rasgo que debió impresionar a Virgilio, pues en la Eneida consta que Eneas, uno de los héroes de la guerra de Troya, arribó al puerto de Cartago y vio esculpidas en el mármol de un templo escenas de esa guerra y, entre tantas imágenes de guerreros, también su propia imagen. Tan lejos podemos remontarnos con el cine de los espejos, con su laberinto en La dama de Shanghai.


Un espejo, la película misma, de la relación de Orson Welles y Rita Hayworth, y de Orson Welles y Hollywood. Un espejo, también, de ese laberinto emocional que figuraba el alma de aquella neoyorquina de ancestros irlandeses y sefarditas llamada Margarita Carmen Cansino.


El laberinto de los espejos de La dama de Shanghai deviene quizá una imagen de la imposibilidad del cine por transparentar el alma de los personajes, de la condición ilusoria de lo real -y de la identidad misma- como pura telaraña de reflejos.

(Continuará.)