12/2/12

Pietà(s)


El Viernes Santo en los primeros sesenta del siglo pasado, a mis siete, ocho o nueve años, llegaba una hora antes a la función del Desenclavo en la iglesia de Santo Domingo en Tui (cuando aún era Tuy). Quería asegurarme de tener un sitio en primera fila; minutos antes de empezar la función la iglesia estaría ya de bote en bote. Porque de una función se trataba, la mejor representación teatral que podía disfrutarse en todo el año. El tercer acto de la Pasión, nada menos.

Y me pasaba esa hora en compañía del Crucificado, en aquel Gólgota escenificado en el altar mayor, en una penumbra de cirios que destellaban en la piel del torso, en la sangre de la frente coronada con espinas, en las rodillas llagadas, en la lanzada del pecho, en el clavo que atravesaba los pies, uno sobre otro. Pero el deseo (del teatro) era más poderoso que el miedo (de la escena), un miedo que se iba aliviando a medida que la iglesia empezaba a llenarse, pero que el fraile (dominico o franciscano) se encargaba de avivar con esa voz que nos arrastraba desde el huerto (de los olivos) de Getsemaní por las tres caídas del Calvario hasta la Crucifixión, y nos hacía sentir cómo nuestros pecados habían martillado aquellos clavos que penetraron en la carne de Cristo. Por nuestros pecados.

Y entonces llegaba la gran escena. José de Arimatea y Nicodemo hacían su entrada llevando sendas escaleras que apoyaban en el brazo de la cruz, subían y empezaban a desenclavar al Crucificado. En la iglesia sólo se escuchaban los martillazos y la voz del fraile que nos recordaba la agonía de aquel martirio. Luego -este momento me llevaba hasta el delirio- pasaban un lienzo blanquísimo por el pecho y bajo los brazos de aquel Cristo, con los extremos sobre el brazo de la cruz, y empezaba el Descendimiento -aún escucho el roce de la tela sobre el lignum crucis-, hasta que el Crucificado llegaba al regazo de la Madre Dolorosa. Y como estaba en primera fila, ahí mismo, apenas a tres metros, aparecía la Pietà ante mis ojos como platos. Y temblaba. Y los cirios destellaban entonces en las lágrimas de la Virgen. Y hasta veía cómo alguna se deslizaba sobre el rostro del Hijo.

Aquella fue mi primera Pietà. La Pietà primordial. Años después, cuando conocí a Ángeles y nos contamos nuestras cosas, supe que también ella asistía a la función del Desenclavo año tras año. A veces regresa a la memoria con el temblor de la primera vez. Como ayer, cuando veíamos la fotografía de  Samuel Aranda en El País, una imagen de las revueltas de Yemen publicada en el The New York Times el pasado octubre, que acaba de ser premiada con el World Press Photo 2011, como símbolo de la Primavera Árabe; en el texto a la izquierda de la fotografía se apuntaba que muestra a una mujer cubierta con un niqab (el velo que deja solo los ojos libres) consolando a un familiar herido.


Esta mañana, en la radio, escuchamos contar al propio fotógrafo que hizo sus averiguaciones y se trata de una madre y su hijo. Y aunque en nada iba a menguar el aquel de Pietà (de la fotografía) que no lo fueran, se ve que la historia (primordial) se hizo imagen (una vez más) y habitó entre nosotros. Pietà, Pietà. Y la memoria empezó a pasar las cuentas de un rosario de Pietàs:

la de Giotto, en la capilla de los Scrovegni en Padua,


la de Enguerrand Quarton en Avignon,


la de Miguel Ángel en el Museo dell'Opera del Duomo en Florencia,


la de Pudovkin en La madre (1926),


la de Raoul Walsh en The Roaring Twenties (Los violentos años veinte, 1939),


la de Rossellini en Roma, città aperta (1945),



las de Nicholas Ray, en The Lusty Men (1952),


en Johnny Guitar (1954),


en Rebelde sin causa (1955),


la de John Huston en The Misfits (Vidas rebeldes, 1961),


la de Ingmar Bergman en Gritos y susurros (1972),


la de Mario Camus en Los santos inocentes (1984),


la de Kurosawa en Ran (1985),


la de Coppola en El Padrino III (1990),


la de Sokurov en Madre e hijo (1997)...



Pietàs, una poética del abrazo primordial.

3 comentarios:

  1. Llevo un rato mirándolas todas :) Tengo todo preparado para limpiar el sensor de mi cámara de fotos, pero claro no me atrevo, me tiembla el pulso y me dan los siete males; asi que estoy allí, un rato, me muerdo las uñas otro rato y luego cuando me agobio mucho, vuelvo aquí a mirar pietás :)

    Un beso, Daniel

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  2. Me he acordado de un profesor que tuve que coleccionaba "Anunciaciones" pero no iba más allá de recopilar estampitas.
    ¡Qué bien suena en ti "la experiencia del tiempo vivido, la memoria de la primera vez"!
    Gracias por compartirlo.
    Un abrazo.

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  3. Qué buena cabecica tienes para relacionar. Hoy te pongo un 10, que los alumnos también calificamos a nuestros desasnadores.
    Ninguna comparable a la fotografía de Aranda. Estremece. Parece el abrazo de la muerte.
    Un abrazo.

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