20/2/12

Domingo de fantasmas con sarrabulho


El sábado volví con algunos libros asilados en Tui que no había vuelto a leer desde hace veinte o treinta años. De ésos que uno quiere tener cerca por razones (o sinrazones) afectivas. El Réquiem de Antonio Tabucchi, pongamos por caso, porque te lleva de vuelta a Lisboa. Aunque no sólo a Lisboa. A la memoria de la ciudad blanca. Tabucchi escribió Réquiem en París con una memoria portuguesa, por eso no le quedó otra que escribir en portugués esta novelita de fantasmas en una Lisboa desierta durante un ardiente domingo de julio. No podía escribirla en italiano, como otras ficciones, necesitaba una lengua distinta, una lengua que fuera un lugar de afecto... Sonata y sueño, lugares de memoria y memoria de sabores, tránsito alucinado entre vivos y muertos: Réquiem. Y pasé este domingo de febrero paseando por las páginas encantadas de un domingo de julio. Y ahora me gustaría entrar en una librería de Lisboa y comprar una edición en portugués de la novelita de Tabucchi.

Antonio Tabucchi

Sé que Alain Tanner adaptó el Réquiem en 1998; uno había leído el libro cuatro años antes, cuando se publicó aquí y temía que la película le decepcionara, y no quería pasar por eso: nada debía empañar el aura de quien nos había regalado En la ciudad blanca. Con el tiempo creo voy aprendiendo a dejar a salvo las películas de mi vida de los posibles tropiezos de sus autores y si algún día me tropiezo con el Réquiem de Tanner le voy a poner los ojos encima. Como he vuelto a ponerlos otra vez en las páginas de Tabucchi, casi con el mismo placer de hace casi veinte años.


Llevo una semana enredado en la escritura de una serie y en unas clases de guión que me dejan desfondado (ni pensar en venir a esta escuela), y sólo conseguía apagar el runrún de la cabeza (que no paraba de dar vueltas) con trocitos del Libro del desasosiego de Pessoa en una magnífica traducción de Ángel Crespo: Soy los alrededores de una ciudad que no existe, el comentario prolijo a un libro que no se ha escrito. No soy nadie, nadie. No sé sentir, no sé pensar, no sé querer. Soy una figura de novela por escribir, que pasa aérea, y deshecha sin haber sido, entre los sueños de quien no supo completarme. O este otro: Si existiese en el arte el oficio de perfeccionador, yo tendría en la vida (de mi arte) una función... Tomar la obra hecha por otro, y trabajar sólo en perfeccionarla. Así, tal vez, fue hecha la Ilíada...

Pessoa por el Chiado en 1928

Trocitos, como vitaminas para el espíritu. Del espíritu de Pessoa. Que alienta en el Réquiem de Tabucchi, un pretexto para una cita a medianoche con el espíritu de un dechado de fantasmas. Una novelita con un viaje onírico por la memoria sensitiva de esa ciudad de ciudades que llamamos Lisboa y un viaje a los sabores como nidos de memoria. Y recordé que hace un año -deben ser las cosas de los trasmundos de febrero- vino por estos lares el fantasma de Pessoa y un arroz de cabidela. Volvió como una aparición (contagiosa) cuando Maria da Conceiçâo, la Mujer del Señor Casimiro, le explica al escritor -un peregrino de los espíritus- cómo se prepara un sarrabulho à moda do Douro, un plato de aspecto francamente disuasorio (como el arroz de cabidela), que nuestro personaje sólo se atreve a probar con los ojos casi cerrados -era una delicia, una comida de un sabor refinadísimo-, y, por si alguien se anima, aquí os dejo al receta en palabras de Maria da Conceiçâo, quiero decir de Tabucchi:

"El auténtico sarrabulho de mi tierra se hace con gachas de mijo, pero como hoy no tenía harina de mijo he puesto patatas, de todas formas voy a darle los ingredientes para un sarrabulho de verdad, yo nunca mido nada, lo hago siempre a ojo, pero en fin, mire, hace falta lomo de cerdo, tocino, grasa, hígado de cerdo, tripa, un cuenco de sangre cocida, una cabeza de ajo, un vaso de vino blanco, una cebolla, aceite, sal, pimienta y comino. (...) Pues bien, dijo la Mujer del Señor Casimiro, si el señor quiere hacer un buen sarrabulho tiene que preparar la carne el día anterior, corta el lomo en trozos regulares y los pone en adobo con los ajos picados, vino, sal, pimienta y comino, al día siguiente se encontrará una carnecita muy aromática, el señor coge una cacerola de barro y corta en ella el tocino entreverado, que es como se llama a la grasa de las tripas, y lo deja derretir a fuego lento, pone a sofreír los tacos de carne en la manteca de cerdo con el fuego más fuerte y después lo deja cocer muy despacio, cuando la carne esté casi cocida se riega todo con el adobo del día anterior y se deja evaporar, entretanto, el señor corta la tripa y el hígado y los sofríe en la manteca hasta que quede todo bien dorado, aparte rehoga la cebolla con el aceite y lo une con el cuenco de sangre cocida, después lo junta todo en la cazuela y el sarrabulho ya está preparadito, lo aliña con más comino si le apetece y lo acompaña con patatas, gachas o con arroz, aunque yo prefiero las gachas, como ya le he dicho, porque es así como se hace en mi tierra, pero no es obligatorio." (Traducción de Carlos Gumpert y Xavier González Rovira.)

Y bien se ve en el Réquiem de Tabucchi que no hay plegaria más atinada que un sarrabulho para invocar los fantasmas de Lisboa.

3 comentarios:

  1. Maravilloso el Réquiem de Tabucchi.
    El sarrabulho no lo he probado, pero sé que me gusta.
    Un abrazo.

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  2. Yo tampoco he probado el sarrabulho y no sé si me gustaría :D

    Te iba a mandar un mail, Daniel, pero ya te lo dejo aquí. Igual ya conoces la página pero por si es que no: CLAUDE MONET

    A mí me encantó y mientras la estaba trasteando me acordé mucho de ti y de Ángeles. Un beso

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  3. Parece un plato calórico y tan nutritivo como tus entradas que leo sabiéndome acogido por ese lugar de afecto que usáis algunos.

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