5/1/20

Gorriones y barricadas


Rosa Luxemburgo pasó tres años y cuatro meses en la cárcel durante la primera guerra mundial.


Un año en la cárcel de mujeres de Berlín (de febrero de 1915 a febrero de 1916) por un discurso sobre el maltrato a los soldados; allí escribe un famoso panfleto antibélico que aviva -y activa- la expresión socialismo o barbarie. Y dos años y cuatro meses más en las cárceles de Berlín, Wronke (donde cultivó un pequeño jardín) y Breslavia (del 10 de julio de 1916 al 10 de noviembre de 1918) en régimen de prisión protectora, que el gobierno alemán podía ordenar sin control judicial contra aquellas personas que desarrollaran actividades consideradas perjudiciales para la guerra.


De su correspondencia en prisión me gustan mucho las cartas a Sophie Liebknecht, historiadora del arte y segunda mujer de Karl Liebknecht. Rosa Luxemburg se dirige a ella con distintos diminutivos rusos que la edición aúna como Sonia.


El 2 de mayo de 1917 le escribe a Sophie desde la cárcel de Wronke:
Interiormente siento que en un trocito de jardín (como aquí) o en el campo, rodeada de hierba y abejorros, estoy mucho más a gusto que en un congreso del partido. A usted se lo puedo decir, porque no pensará que estoy traicionando al socialismo. Usted sabe que tengo la esperanza de morir en mi puesto: luchando en las calles o en la cárcel. Pero mi yo íntimo pertenece más a los gorriones que a mis camaradas.
Escuchamos también estas palabras (con alguna que otra variante) en la voz de Barbara Sukowa a la altura del minuto 75 (más o menos) en Rosa Luxemburg (1986), de Margarethe von Trotta.


Y a finales de ese mayo desde la misma cárcel (esta carta también le gusta mucho a Ángeles):
Sonia, ¿sabe usted dónde estoy?, ¿dónde le escribo esta carta? ¡Estoy en el jardín! He sacado una mesita y me he sentado, escondida, entre unos arbustos verdes. A mi derecha está el grosellero amarillo, que huele a clavo, y a mi izquierda hay una alheña. Por encima de mí, un arce y un castaño joven y esbelto entrelazan sus grandes manos verdes, y delante de mí el gran álamo blanco, serio y tranquilo, agita lentamente sus hojas blancas. En el papel en el que estoy escribiendo, las sombras ligeras de las hojas bailan con los círculos de la luz de sol, y desde el follaje mojado por la lluvia cae de vez en cuando una gota sobre mi rostro y mis manos...

Rosa Luxemburg vio cumplido su deseo. Murió en su puesto. Nunca está de más recordar que, en plena insurrección espartaquista, la detuvieron con Karl Liebknecht, los humillaron, torturaron y asesinaron. Era la noche del 15 de enero de 1919. Echaron el cuerpo de Rosa Luxembug al canal Landwehr en el río Spree de Berlín. Hacía dos meses que había salido de la cárcel. No había cumplido 48 años. El gobierno del socialdemócrata Ebert acababa así con la líder de la Liga Espartaquista (Walter Benjamin le rinde tributo en la tesis XII de Sobre el concepto de historia), eliminaba a la fundadora del Partido Comunista alemán y antigua militante del SPD, el Partido Socialdemócrata alemán (desde el mismo órgano de prensa del SPD, donde años atrás había publicado Rosa Luxemburg, se promovía su asesinato).

Monumento a Rosa Luxemburg 
a orillas del canal donde fue arrojado su cuerpo.
 
Tanto Margarethe von Trotta como Barbara Sukowa habían trabajado con Fassbinder, que murió mientras tomaba notas para un guión sobre Rosa Luxemburg, quien, mira por donde, los acabó reuniendo en su jardín, entre gorriones y barricadas.

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