Ayer cenamos en O pequeno de Corrubedo. En el toldo reza el lema del local: Do que hai non falta de nada. Pulpo con cachelos y mejillones al vapor, por ejemplo. Pasamos un par de horas hablando de Ingrid Bergman. Era lo que había y no faltó de nada a la hora de evocar todo el asombro y desasosiego de algunas películas cardinales que uno vio por ella sin saber que lo que veía era para siempre. Sin saber aún que ella tampoco sabía que aquellas películas habían cambiado el devenir del cine; que iba a morir sin comprender hasta qué punto ella había encarnado uno de los viajes fundacionales del cine moderno.
Para quienes visitan esta escuela ya no hace falta contar cuánto significó Ingrid Bergman. Casi me atrevería a asegurar que sin ella esta escuela no existiría. Sin la conmoción que representó Stromboli (compruebo que la pasaron por TVE el 29 de febrero de 1972 en un ciclo dedicado a la actriz), antes de que Rossellini significara tanto (también gracias a ella), antes de que comprendiera -a mis dieciséis años- lo que acababa de ver (hasta aquella Karin del volcán, era sobre todo Ilsa Lundt, la chica de Casablanca). Stromboli fue como si viera a Ingrid Bergman por primera vez.
Por no hablar de Te querré siempre (con ese título vimos Viaggio in Italia, antes de saber lo que había escrito Rivette después de verla: todas las películas habían envejecido de golpe diez años).
Y desde luego Elena y los hombres , esa maravilla que vi primero en blanco y negro (la pasaron por TVE el 2 de abril de 1972 en un ciclo dedicado a Jean Renoir).
Ingrid Bergman con Renoir y Rossellini
en los días del rodaje de Elena y los hombres.
En apenas un mes le había puesto los ojos encima a dos películas en las que Ingrid Bergman -sin que uno fuera aún consciente- encarnaba experiencias primordiales del cine moderno, dos de esas películas que te trabajan por dentro hasta en sueños.
Renoir con Ingrid Bergman en el rodaje
de Elena y los hombres.
Debajo, un fotograma de la película
Ingrid Bergman durante el rodaje de Ingrid Bergman.
Y qué decir de Encadenados; qué puedo añadir a cuanto ya dije (quizá más de la cuenta) sobre uno de mis hitchcocks de cabecera.
Este 29 de agosto se cumple su centenario (y 33 años de su muerte; murió el día de su cumpleaños, como Chris Marker). El festival de Cannes le rindió un merecido tributo en el cartel de la edición de este año, a partir de una de las fotografías que le hizo David Seymour en 1952.
Creo que no hubo en la historia del cine una actriz más valiente que ella. Valiente hasta el final. Hasta su última película. Cuando se proyectó Gritos y susurros (1972) en Cannes, le metió una carta en el bolsillo a Ingmar Bergman, para recordarle que el cineasta le había prometido hacer una película juntos. Hicieron Sonata de otoño (1978). Esta noche la veremos en su memoria. En la de los dos.
Ingrid Bergman se atrevió a subir al volcán. Y a arder en otro cine.
Le bastó un viaje a Italia. Y nos regaló una de las más bellas historias (de amor) que en el cine han sido.
A Ingrid Bergman le gustaba filmar películas caseras de 8 mm, también en los rodajes.
Ingrid Bergman con su cámara de 8 mm.
Abajo, en el rodaje de Saratoga Trunk (1945).
Con la cámara de la película
durante el rodaje del episodio
de Siamo donne.
Os dejo estos minutos con metraje que filmó durante la producción de Stromboli; también aparece ella misma en algunos momentos (cuando le dejaba la cámara a alguien del equipo).