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16/1/09

Río de sombras



En noviembre de 1986 estrenamos este corto que representó un aprendizaje en carne viva y la ruina económica de la que no nos recuperamos hasta fin de siglo. De todas formas, constituye uno de los periodos más intensos de nuestra vida, una encrucijada del destino. Dicen que descubrí a Teté Delgado, yo creo que la empujé a un Río de sombras y ella encontró la manera de hacerse un sitio entre las luces.



Roberto Fernández -el niño protagonista- me sigue pidiendo un papel cuando nos vemos en Tui. Julio Rodríguez, el Suso del filme, anda por algún lugar de la Mancha, no me pide un papel, sólo me da un abrazo, en memoria de aquella última semana de agosto en que rodamos casi siempre de noche una película que nos hizo amigos.




Una película que contó con una ayuda de un millón de pesetas -unha cuarta parte del presupuesto total- de la Consellería de Cultura de la Xunta de Galicia y que sólo gracias a Ángeles García fue posible que llegara a las pantallas. Por conseguir hasta consiguió una luna de Xosé Luís de Dios que, lástima, no pude conservar en el montaje final.



Me gusta recordar -traer cerca del corazón- cómo evoca Esther Casal aquella tarde en que Ángeles llamó a la puerta y le espetó al maestro: "Quiero la luna". Cuando ella lo cuenta uno se siente una versión minúscula y arraiana de su adorado Kurosawa- "Gracias, luna"-. Gracias, maestro, también por los hermosos dibujos -me resisto a reducirlos a la condición de story board-, que de tu mano cobraban vida mientras te contaba la historia de Río de sombras y de los que la película no es más que un pálido y menoscabado reflejo.




La productora de Ángeles García, A serpe do caravel, desapareció en el derrumbe financiero que siguió. Algo de ella renació en 2006, pero esa historia no me toca contarla a mí.


(Sobra decir que los dibujos que ilustran este texto son una pequeña muestra de los que Xosé L. de Dios creó durante la preparación de Río de sombras.)

15/1/09

Autobiografía

En septiembre de 2006 me pidieron un texto en el que contara quién soy yo; valga este autorretrato, en el que tantas veces no se reconoce el autor, como ficción inaugural de este blog.
Nací en 1955, una noche en que mi abuelo conducía una recua de vacas piscas que había pasado de contrabando por el Miño, en la raya del sur. Treinta años después, historias como ésta que formaban parte de la novela familiar y un cuento de Méndez Ferrín alimentaron el guión de mi cortometraje Río de sombras. En 2000, otro cuento de Méndez Ferrín y el universo de la raya seca contribuyeron al tejido del guión de Arraianos que por el momento quedó en escritura y no llegó a la pantalla. En resumidas cuentas, la dramaturgia es un arte de contrabandistas. Visto así, parece que mi biografía tiene una cierta lógica narrativa. Ni por asomo. Ni lógica, ni plan. Digamos que las vueltas de la vida me encontraron en el camino con una cierta disposición a decir que sí. Y con una cierta preparación también.

Cartel de Río de sombras

Aprendí todo lo que necesitaba del arte de la dramaturgia de los cuentos de miedo y de la frontera que desgranaban narradores consumados en las moliendas, matanzas y majadas de mi infancia. Y no digamos de esa escuela de teatro que constituían los autos sacramentales de Semana Santa: el Santo Encuentro, el Desenclavo, el Santo Entierro, auténticas producciones Cecil B. DeMille, en vivo y en directo. Por lo menos así lo vivía y aprendía yo. Pero, claro, aún no sabía cuánto estaba aprendiendo. También en las sesiones continuas del Teatro Principal de Tui: ya nada fue igual después de ver Pasión de los fuertes de John Ford; o El nadador de Frank Perry, por razones bien diferentes. Estas sesiones continuas –funciones corridas, cuánto me gusta esta expresión mexicana- fueron mi escuela de los domingos, que decía Fernán-Gómez. Y uno tampoco se recupera nunca de La isla del tesoro de R. L. Setevenson. Nunca más. Mi filmoteca la encontré en los ciclos de cine clásico de TVE que devoraba en casa de Felis (de Felisindo), a la orilla del Miño: en mi casa no había televisión y, en la madrugada de los encantados días de agosto, evocaba una y otra vez las imágenes inolvidables de Stromboli de Rossellini, de Marnie la ladrona de Hitchcock o de Forajidos de Siodmak. Debía tener catorce años y estaba loco por Ingrid Bergman, Tippi Hedren y Ava Gardner. Por las tres.

Ingrid Bergman y Roberto Rossellini
en el rodaje de Stromboli.

Después vinieron los años del teatro de la Residencia de Estudiantes de Pontevedra. En realidad, si lo pienso bien, el teatro debería haber sido mi camino. Nunca dejé de hacer teatro e incluso de jugarme la vida por el teatro. Aún recuerdo como si fuera hoy cuando rapé la hermosa melena de mi hermana para que pudiera representar como es debido el personaje de Juana de Arco: aún siento escalofríos cuando evoco la expresión de mi madre al descubrir el desastre… Pero lo dicho, ni plan, ni lógica. Así que en los ochenta llegaron los cortometrajes, Río de sombras se produjo gracias a Ángeles García, sin ella no existiría –ni la película ni yo ya-. En los noventa, Manolo González me pidió que le echara una mano para poner en pie la Escola de Imaxe e Son de A Coruña, sin él tampoco existiría esa ficción que ahora soy, que diría mi querido Pessoa. De paso, en los ratos libres –es literal, no una metáfora, la EIS exigía dedicación absoluta, ahora no, claro, se nota-, escribí algunos guiones de largometraje; uno de ellos con Carlos Amil, Blanca Madison, llegó a las pantallas.
Con el nuevo siglo, Pepe Coira me pidió que escribiera para televisión y, por su culpa –se puede leer también: gracias a él-, contribuí a escribir más de doscientos episodios de las series Mareas vivas, Terra de Miranda, Miña sogra e máis eu, As leis de Celavella ou A vida por diante. Las tres cuartas partes mano a mano con Raúl Dans. Un matrimonio casi, o sin casi. Estos seis años pasaron muy rápido, huyeron más bien.
Apenas doy clase ya, algunas horas en un máster de producción. Allí conocí a Fernanda del Nido. Años después fundaría una productora, Tic-Tac, y me pidió que le escribiera un guión sobre una historia que le había contado. Así lo hicimos Daniel D. García y yo. Luego me pidió que la dirija. Pasaron veinte años desde Río de sombras. Ángeles García insistió para que aceptara. Y así estamos incubando Tan poquita cosa, un corazón. En Tic-Tac. Escribí otros guiones de largometraje en estos años: Calzados Lola, Negra sombra, Rifles perdidos o No me toques. Pero esos son otra historia.
Postal de Tan poquita cosa, un corazón
a partir de un dibujo de Xosé Luís de Dios.

Supongo que el próximo año lo pasaré poniendo en pie con Fer nuestra película, Tan poquita cosa… y eso no entraba en mi horizonte, ni siquiera hace unos meses. Sin plan ni lógica. Las vueltas de la vida han vuelto a encontrarme en el camino.