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2/6/19

El ángel de la guarda (de Chaplin)


Tenía que contarlo. El miércoles, después de ver The Salvation Hunters (1925), la opera prima de Josef von Sternberg (lo sabéis de sobra, uno de mis cineastas preferidos), di con un texto de Guy Maddin, enlazado a cuenta de los 125 años del nacimiento del cineasta que esculpió siete de las Marlenes que había en la Dietrich. En el primer párrafo se habla de The Sea Gull (1926), una película de Sternberg que Chaplin produjo e hizo desaparecer.

Tal cual, la propició y la destruyó.

John Grierson recordaba -cuenta Maddin- que la película era posiblemente lo más hermoso que haya visto jamás, aunque añadía: tan bella como vacía. (Le contradigo ahora mismo con palabras de Rita Azevedo Gomes: La belleza nunca es gratuita.)  Fue una sorpresa:

¿Cómo no tenía uno ni idea del asunto?

Edna Purviance con Raymond Bloomer 
en The Sea Gull.

Empecé a bucear. Primero en  Diversión en una lavandería china, las memorias de Sternberg (que leí hace más de quince años), y no tardé en encontrar las referencias a The Sea Gull en las págs. 32-33, con los párrafos correspondientes marcados a lápiz en los márgenes y subrayadas las líneas que mencionan la sepultura de la película en los sótanos de Chaplin.
El título eventual de la película era La gaviota, que no tenía nada que ver con la obra de Chéjov. Estaba basada en un relato mío y centrada en la vida de los pescadores de California. Cuando acabó el rodaje, la presenté en una sala con el título A Woman of the Sea (1926). Justo después la película quedó en los sótanos  de Mr. Chaplin y nadie la volvió a ver. (...) A pesar del daño provocado, no he sentido resentimiento hacia Mr. Chaplin y siempre le he tenido afecto...
Al día siguiente encontré -en una libreta de 2007- notas sobre el eclipse de The Sea Gull/ A Woman of the Sea a partir de las memorias citadas y de un texto de Bénard da Costa sobre Anatahan (1953), la última película de Sternberg, la última que rodó con manos libres, su última maravilla (cuatro años después se estrenó Jet Pilot, que en realidad había rodado entre octubre de 1949 y febrero de 1950), también marcado al margen con un lápiz en Os filmes da minha vida/Os meus filmes da vida, que tengo dedicado de puño y letra gracias a nuestro hijo y Adelita, y subrayé donde se lee (traduzco):
Chaplin, por celos, por despecho o por mala baba, decidió suprimir esa obra una vez concluida [Guy Maddin sospecha allí las razones que Bénard da Costa aquí considera evidentes] y, hasta hoy, nadie sabe qué se hizo de ella, jamás distribuida y jamás vista, a no ser por media docena de convidados ilustres que asistieron a una preview en mayo de 1926, en Beverly Hills. Dijeron ellos y dijo Sternberg que era el filme más bello jamás hecho. Si tenían razón, es ahora una cosa imposible de saber.
Desde luego no tiene nada de extraño que lo dijera Sternberg; en palabras (justas) de Bénard da Costa, tenía un ego del tamaño de su talento. Las notas de la libreta recogían otras noticias sobre la The Sea Gull/Woman of the Sea (ya llegaremos a ellas) y acababan con un improperio contra Chaplin que prefiero no citar. A lo que vamos:

¿Cómo pudo borrarse de la memoria algo así después de lecturas, marcas, subrayados, denuestos y anotaciones?

Un olvido inverosímil. Habrá que ventilarlo, claro, pero antes debemos apuntar las razones que movieron a Chaplin para encargarle a Sternberg el único filme que produjo sin protagonizar ni dirigir. Se impone un flashback en torno a The Salvation Hunters.



La película costó cuatro perras. Se habló de ella como de la primera película independiente de Hollywood. Hay quien dice que la hizo Sternberg con sus ahorros y los del actor protagonista George K. Arthur; hay quien asegura que fue sólo el actor quien aportó el dinero. En cualquier caso, director y actor perseguían lo mismo: un sitio en la industria de Hollywood. Por entonces, Sternberg se ganaba la vida como ayudante de dirección y la protagonista, Georgia Hale, como figurante. Para el director la chica no era guapa (no podemos estar más en desacuerdo) pero tenía un melancólico atractivo y seguía sus indicaciones sin discutir, lo que -son palabras de Sternberg- tenía su mérito. Muchos años después, Georgia Hale le dirá al director en una carta que ella fue su primera admiradora.


Sternberg recuerda que la actriz (según le contó, antes de llegar a Hollywood había cantado en un local nocturno de Chicago) cobró lo mismo que ganaba como figurante, o sea, poco; eso sí, cobraba todos los días  y como figurante había trabajado como mucho dos días cada mes. Nadie ganaba más que ella; algunos, menos; Sternberg, que había escrito el guión, se había encargado de la producción y de la dirección artística, la dirigió y la montó, nada, hasta que la película encontró distribución.

Sternberg con Georgia Hale 
en el rodaje de The Salvation Hunters.
DebajoGeorge K. Arthur/el chico, Sternberg, 
Bruce Guerin/el niño y Georgia Hale/la chica.

De la fotografía se ocupó Edward Gheller (también trabajará -sin acreditar- en The Sea Gull con el gran Paul Ivano). El rodaje duró poco más de tres semanas con exteriores en localizaciones de Los Ángeles: el puerto de San Pedro, Chinatown y el valle de San Fernando; para los interiores alquilaron un estudio barato.


Digámoslo ya: The Salvation Hunters es una película preciosa sobre tres almas perdidas (el chico, la chica y el niño), pautada con un humor ingenuo que depara momentos deliciosos.


Aun con ecos de Stroheim y del mismo Chaplin (basta ver el final), cineastas que admiraba, es ya una película puro Sternberg en el uso de los elementos de las localizaciones (la draga en el muelle o la pancarta de una inmobiliaria), del atrezo mínimo de los decorados (el espejo roto donde se contempla Georgia Hale para delinear las cejas con la cabeza chamuscada de una cerilla o las marcas de tiza en una pared) y del movimiento o inmovilidad de los actores para destilar la sensibilidad de los personajes.



Claro que no podemos esperar el virtuosismo en la caligrafía de la luz logrado ya sólo dos años después en Underworld, algo materialmente imposible en su opera prima, realizada con medios poco menos que amateurs, rodando con cámara oculta en las calles de Chinatown o usando una sombra para sustituir a un actor al que no podía seguir pagando. (No tenemos la certeza absoluta, pero el testimonio de John Grierson nos inspira suficiente confianza como para sospechar que ese virtuosismo se había materializado aun antes en la desaparecida The Sea Gull.)


Al parecer fue el protagonista George K. Arthur quien consiguió llevar a los united artists Douglas Fairbanks, Mary Pickford y Charles Chaplin a ver The Salvation Hunters en un cine pequeño de Sunset Boulevard donde Sternberg había convencido al dueño para estrenarla. No sólo les gustó la película, la apadrinaron y distribuyeron. El estreno como filme United Artists se celebró en Nueva York el 1 de febrero de 1925. Pero hubo más (y aquí cerramos el flashback): Chaplin eligió a Georgia Hale para la chica de La quimera de oro que rodó ese mismo año y le encargó a Sternberg una película para Edna Purviance, la protagonista de la cardinal A Woman of Paris (1923) pero una actriz en horas bajas, y le dio carta blanca.

Edna Purviance en A Woman of the Sea.

Ya lo apuntamos: la única vez que Chaplin produce una película que él mismo ni dirige ni interpreta. Imagino que Sternberg se sintió halagado; desde luego, siempre le estuvo agradecido. Cuando vio el material rodado de la película que tenía como título de trabajo The Sea Gull, Chaplin consideró que había que volver a rodar varias escenas para darle un tono más realista. (Hay quien asegura que Chaplin, en realidad, se sentía descontento con la interpretación de Edna Purviance, pero creo más verosímiles y fundadas las discrepancias estilísticas.) Sternberg rueda otra vez esas escenas pero sin la mínima concesión: el material siguió siendo demasiado experimental para resultar comercialmente viable y reflotar la carrera de Edna Purviance. Pero probablemente lo que más le molestó a Chaplin fue que Sternberg organizara por su cuenta un pase de la película, que ahora se titulaba A Woman of the Sea, en mayo de 1926. Y menos mal que hubo ese pase, al menos la vieron unos pocos testigos.

Chaplin sepulta la película en su estudio. Nunca volvió a proyectarse. Los negativos se quemaron el 21 de junio de 1933 ante funcionarios para reducir activos y limitar la presión fiscal. Al parecer sobrevivió una copia en el estudio de Chaplin hasta finales de 1946: quién sabe si existe aún (ojalá). Lo que quedaba de la película -fotografías, material promocional, etc.- en poder de la familia Chaplin se destruyó en 1991. Lo único que sobrevivió de A Woman of the Sea son algunas imágenes que conservó Edna Purviance y luego sus herederos.

No es de extrañar que Sternberg considerara el cine como el reino de los imponderables.

Cuando le conté a Ángeles con un aquel de perplejidad la peripecia de mi desmemoria a propósito de A Woman of the Sea, puso cara de "hay que explicártelo todo". Ella: ¿Aborreciste a Chaplin por destruir la película de Sternberg? Debí poner cara de Conchita Montes en Domingo de carnaval, como de "lo aborrecí pero sólo un poquito nada más". Buena es Ángeles: Lo aborreciste. Luego, risueña, como quien explica algo de primero de psicoanálisis: Tienes a Sternberg en un altar pero a Chaplin también y te dolía odiarlo, así que tu inconsciente escondió la memoria de la destrucción de la película para que pudieras seguir admirándolo sin mácula. Debió verme cara de pánfilo porque le costó reprimir la carcajada. Bueno, la reprimió, pero un poquito nada más.

Hay que ver mi inconsciente: el ángel de la guarda de Chaplin.


12/5/13

Érase una vez...



Como un maestro de escuela, Jean Cocteau escribe tiza en mano sobre una pizarra los créditos de La Bella y la Bestia. (Figura entre las secuencias de títulos que prefiero.) Desde las primeras imágenes, el cineasta llama por el niño que aún sueña en nosotros (o por nosotros).


En el diario que llevó durante el rodaje de La Bella y la Bestia escribe: La pantalla de cine es el verdadero espejo que refleja la carne y sangre de mis sueños. Cocteau siempre insistió en que, como cineasta, era sólo un aficionado. (En portugués, aficionado se dice amador. Como en francés, amateur.) Quizá por eso resultó un cineasta decisivo para aquellos jóvenes aficionados que amaban tanto el cine que querían transfigurarlo, más que en su oficio, en su forma de vida.


Jacques Rivette ha contado que La Bella y la Bestia fue la película clave de su generación (Truffaut, Godard, Demy...) Y leyó tantas veces el diario de la película que llegó a sabérselo de memoria: Así es como descubrí lo que quería hacer con mi vida. Cocteau fue el culpable de mi vocación de cineasta... Es tan importante; en realidad, era un autor en todos los sentidos de la palabra.

Fotograma de Detective (1985) de Godard. 
En la televisión pasan La Bella y la Bestia de Cocteau.

(Cuentan que Godard se llevó de la biblioteca pública de Lausanne el diario de La Bella y la Bestia, y nunca lo devolvió. Le escuché contar a Alain Bergala que, en estos últimos años, Godard deja los libros en las cunetas durante sus paseos por los alrededores de Rolle, donde vive. Cualquier día un joven amador del cine encontrará el diario de Cocteau subrayado por Godard, como una promesa o un presagio.)

Has robado mis amadas rosas. Debes morir.

Dicen que fue el actor Jean Marais -su amante y compañero- quien le sugirió a Cocteau la adaptación del cuento de Mme. Leprince de Beaumont que reescribió el original de Mme. de Villeneuve y dio con el título ideal: La Bella y la Bestia. (Hay una buena traducción de J. A. Molina Foix en el segundo volumen de Mitos Básicos del cine de terror, editado por Nostromo en 1974.) La 2ª guerra mundial había terminado y Francia, libre ya de la Ocupación nazi, convivía con la penuria, el pan nuestro de cada día. Quizá un cuento era lo que la gente necesitaba en aquel momento. Quién sabe. Quién podía saber.

Jean Cocteau en el rodaje 
de La Bella y la Bestia.

El caso es que Cocteau vuelve al cine. Tenía 56 años años y habían pasado quince desde La sangre de un poeta (1930), su experimental opera prima -tirando del hilo fílmico de otro Jean, Epstein- y tránsito inaugural por el mito de Orfeo, tan cardinal en su obra, como los espejos, el agua y los umbrales.


En sus manos el cine deviene una herramienta para descubrir o desvelar umbrales de lo invisible, y aun de lo imposible. Una máquina de imágenes inefables. Una noche con mil ojos y manos.


Cocteau sigue muy de cerca el cuento de Mme Leprince de Beaumont -aun en los diálogos entre la Bella y la Bestia- pero introduce el personaje del gandul enamorado de la Bella y cambia los incidentes que conducen al clímax y, quizá lo más decisivo, el tono del final. Jean Marais encarna a la Bestia -con visos caninos, a sugerencia por lo visto del cineasta Marcel Pagnol (que también le recomendó a su mujer, Josette Day, para la Bella), aunque el actor prefería un aire cervino-, al personaje del gandul enamorado y al príncipe en que transfigura la Bestia gracias a la mirada de amor de la Bella.

Tengo buen corazón. Pero soy un monstruo.

Con todo, la gracia -en todos los sentidos- de La Bella y la Bestia aflora en la concepción fílmica que destila la mirada de Cocteau. El cuento deviene, por así decir, una fantasía documental o el documento de un sueño. Una alquimia milagrosa de ligereza y carnalidad, ensueño y sensualidad, delirio y austeridad. Esa atención a los detalles, ese cuidado de las cosas liminares: el anillo, el guante, la llave, el espejo... Esa teatralización de los espacios, como rituales de la mirada... Ese gesto de -artista- primitivo en la puesta en escena, esa fe en los poderes del cine, y del cuento...


Una gracia que deriva de las formas germinadas en unas condiciones precarias de producción -problemas con el suministro eléctrico y de negativo, sobre todo- trascendidas por la inventiva visual de Cocteau y de unos colaboradores exquisitos que materializaban sus sueños. La Bella y la Bestia  debe mucho al diseño de producción de Christian Bérard y a la iluminación del gran director de fotografía Henri Alekan, El rodaje de la película, amojonado por dificultades logísticas, enfermedades y accidentes empezó el 27 de agosto de 1945 y acabó durante el mes de abril de 1946.

Uno de las escenas más citadas de La Bella y la Bestia
Pongamos por caso, Roman Polanski en Repulsión 
y Raúl Ruiz en Tres vidas y una sola muerte.

Por si faltaba alguna penuria, Cocteau arrastró una penosa enfermedad de la piel durante el rodaje y tuvo que ser hospitalizado; lo sustituyó en la dirección de algunas escenas René Clement -el director de Juegos prohibidos, estrenada en 1952 (algún día habrá de venir por la escuela)-, que acababa de rodar La Bataille du rail -sobre la Resistencia francesa- y colaboraba en la película como consultor técnico del cineasta. (Uno casi se alegra, y sin casi, de tantas penurias que propiciaron hallazgos fílmicos memorables, empezando por el blanco y negro de Alekan; en condiciones de producción más holgadas La Bella y la Bestia se habría rodado en color, tal como Cocteau la había imaginado.)


Cocteau y sus colaboradores se inspiraron en los maestros flamencos como Vermeer para el mundo doméstico de la Bella y en Gustavo Doré -que ilustró los cuentos de Perrault (como Piel de Asno, que guarda ciertas similitudes con el cuento de Mme. Leprince de Beaumont y con La Cenicienta, que también deja su huella en la película)- para el castillo de la Bestia.

Ilustración de Gustavo Doré 
para Piel de Asno de Perrault.

El cineasta le pidió a Henri Alekan una fotografía con el suave resplandor de la plata antigua pulida a mano, pero insistió mucho en huir -como de la peste- de cualquier efecto que los imbéciles consideran poético y empujó al director de fotografía en dirección opuesta: para mí -escribió Cocteau en su diario- la poesía significa precisión. (En todo caso, la poesía no se busca, aflora. Es indispensable, decía, pero vete a saber por qué.) Y ya que hablamos de ascendencias o filiaciones... Nadie podrá convencerme de lo contrario: estoy seguro de que Cocteau había visto King Kong y en la vulnerabilidad -o quizá mejor: en la vulnerable humanidad- de la Bestia, herida por la mirada de la Bella (que lo arrebata), resuena la de Kong.  

Quizá el plano de La Bella y la Bestia que prefiero...

Cocteau anotó en su diario que suspiraba por hacer de la Bestia un ser tan humano que su transformación en príncipe resultara doloroso para la Bella. El final de la película, cuando la Bestia desaparece, era la prueba del nueve para el cineasta. Y nos duele (como nos duele el final de King Kong), queremos que el monstruo vuelva. (Porque en esa escena lacerante resuena otra anterior -preñada de erotismo- que se ha grabado en nuestra memoria: cuando la Bestia "se muere" de sed y la Bella le da a beber del cuenco de sus manos.)  Cuentan que Greta Garbo, llegado el momento de la transfiguración, exclamó: "Devuélveme a mi Bestia". Cuentan también que Marlene Dietrich, invitada a la primera proyección pública (para el equipo y los próximos) en los estudios de Joinville, tenía la mano de Cocteau entre las suyas y no pudo contenerse: "¿Dónde está mi bella Bestia?"


Aquella primera proyección se anunció en una pizarra. Se invitaba a los trabajadores de los estudios y se modificaron cuantas convocatorias de rodaje fueron precisas para que pudieran asistir. Para Cocteau aquella acogida fue inolvidable: Fue mi mayor recompensa. Pase lo que pase nada podrá igualar la bendición de aquella ceremonia tan sencilla con una comunidad de trabajadores cuyo oficio consiste en aviar sueños.


En el diario de La Bella y la Bestia, Cocteau escribió: No sé de nada más triste que el final de una película, la separación de un equipo que ha cultivado tantos afectos. Aun después de tantas penalidades durante el rodaje, al cineasta le costaba despedirse de su criatura: Me pregunto si estos días de trabajo duro no serán los más deliciosos de mi vida. Amistad plena, afectuosa discordia, risas, aprovechando cada momento.

La Bella alimenta a la Bestia 
en una pausa del rodaje.

La película se pasó en el festival de Cannes en septiembre de 1946 y se estrenó en salas comerciales el 29 de octubre. Casi podría decirse que se trata de un filme para cineastas. Una película seminal, basta ver Dracula, Pages from Virgin´s Diary (2002) de Guy Maddin. Rivette recordaba lo que Cocteau solía decirles a los jóvenes: Imitad cuanto podáis, y aquello que eventualmente tengáis de personal aparecerá a pesar vuestro. (Cocteau, como Bresson o Godard, un cineasta para cineastas.)


Tras los créditos iniciales de La Bella y la Bestia, aparece una claqueta anunciando un nuevo plano. Pero la voz de Cocteau interrumpe el rodaje reclamando un minuto. Y aparece un texto en la pizarra con la letra del cineasta. Y leemos:

Un niño cree todo lo que le cuentan y no lo pone en duda. Cree que por robar una rosa traerá la desdicha a la familia. Cree que las manos asesinas de una bestia humana pueden echar humo y que después esa misma bestia puede avergonzarse en presencia de una chica que vive en su casa. Cree otras mil cosas candorosas. Os pido un poco de esa inocencia y, para que la suerte nos sea venturosa, dejadme que os diga unas palabras mágicas, el verdadero "Ábrete, Sésamo" de los niños: 

Érase una vez... 

Jean Cocteau.


Sea entonces. Érase una vez... La Bella y la Bestia.