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28/12/12
La niña, el gato y el lío en la sábana
Pasé unas horas estos días en Tui revolviendo papeles viejos. En un cuaderno de hace veinte años encontré el fragmento de una conversación de Rohmer con Renoir a propósito del cine de los Lumiêre (tomada de un libro, una revista o un programa de televisión, o vete a saber de dónde) y pensé que traerlo a esta escuela sería una buena forma de celebrar el 117 cumpleaños del cine -del cinematógrafo- este día de los inocentes, porque nadie -salvo Langlois, quizá- ha hablado con tanta pasión de los filmes de los Lumiêre como Renoir: El cine tiene algo genial. Es muy difícil definir ese genio. hay muchas definiciones. Yo mismo me despierto con una definición nueva cada mañana. A veces me digo que sólo es un signo extraordinario de la vida de nuestra época. Otras veces pienso que es un medio para expresar lo que tenemos en nuestra imaginación. En realidad, creo que el cinematógrafo es un poco de todo. Y Rohmer apunta que Renoir acaba de definir las dos tendencias del cine: la tendencia Lumière, como expresión del presente inmediato, y la tendencia del cine de ficción, que intenta expresar nuestros sentimientos y lo que tenemos en nuestro ser (otros la llamarían tendencia Méliès). Entonces Renoir nos regala el mejor momento de aquella entrevista, donde digamos que alumbra el genio del cinematógrafo: Sí, pero lo que me parece interesante es que la tendencia Lumière, aunque motivada por el simple deseo de reproducir la realidad, representa una puerta abierta a la imaginación más loca. Veo más fantasía en algunas imágenes que acabamos de ver en la pantalla que en algunos cuadros que pretenden ser fantásticos. Creo que hay en estas imágenes de Lumière algo que me recuerda un poco a lo que hacía Rousseau [el pintor Henri Rousseau, claro]. Es decir, que hay un deseo muy sincero de copiar la realidad sin añadir ni quitar nada, pero el resultado es la creación de un mundo, de un mundo que existe en la realidad, pero que existe también, y tal vez con una fuerza superior, en la imaginación del aduanero Rousseau, o en la imaginación del cámara que filmaba a la niña con el gato.
La niña y su gato de los Lumière. Un filme de 40 segundos en un solo plano que data de 1899 o 1900, que transmite la maravillosa tensión entre el azar y la planificación del cinematógrafo de los orígenes, y plantea la pregunta fundadora que todo cineasta debe afrontar, cómo relacionarse con los accidentes:
Y cómo no traer un gato (¿o será un tigre?) del aduanero Rousseau:
De la tendencia del cine de ficción no he encontrado mejor definición que la de aquella mujer napolitana -y en napolitano- evocada en Montedidio por Erri de Luca: 'o mbruoglio int'o lenzulo... El lío en la sábana es la película, el cinematógrafo. Qué mejor fiesta de los inocentes que celebrar la niña. el gato y el lío en la sábana.
19/9/11
Pecios
Dícese de pecio, fragmento o pedazo de la nave que ha naufragado. También podría decirse, forma literaria practicada por Rafael Sánchez Ferlosio con arte singular. Pero el propio Ferlosio nos advierte -ojo conmigo- sobre el autor de pecios; los textos breves resultan pintiparados para vender "profundidad", ese fetiche de los necios, envuelta con oficio en palabras de charol. Lo "profundo" encuentra insuperable acomodo en el enigma cifrado en fragmentos de una sola frase, porque, al cabo, lo inventa la necesidad de refugiarse en algo indiscutible, y lo indiscutible inviste a las palabras con el carisma de lo sagrado. Pero la palabra es lo profano por excelencia. La sacralizan quienes quieren ampararse en ella, o sea -y aunque a primera vista parezca lo contrario-, defenderse de ella.
La escritura de Ferlosio se tensa en la encrucijada del lenguaje con el mundo, en el trabajo de las palabras como herramientas de iluminación del mundo contra el mundo creado por el uso de las palabras como herramientas de alienación. Leer a Ferlosio despierta. Pero también encanta, como en El testimonio de Yarfoz. Y a veces, como prueban estos pecios entresacados de La hija de la guerra y la madre de la patria, también hace milagros, como dar con las palabras para nombrar lo inefable sin dañar su misterio. Un arte de naufragios.
(Ante el retrato de Juan de Pareja) Tal vez me alegraría si me enterase de que quería a su criado y lo trataba con dulzura, pero, con todo, me conformo con ver hasta qué punto la incorruptible lealtad de sus pinceles no supo negarse a emanciparlo de toda servidumbre imaginable, reconociendo y fijando para siempre, en esa levitante inteligencia y seriedad de la mirada, el aura de la más alta condición humana.
(El Aduanero) La insípida naïveté de aquel pintor sencillo, Le Douanier Rousseau, estalló de pronto en verdadero genio cuando pintó la guerra como una niña descalza, despeinada, con una camisa blanca hecha jirones y de ojos jubilosos y feroces, bajo el azul de un cielo luminoso y en medio de un campo verde cubierto de cadáveres.
La escritura de Ferlosio se tensa en la encrucijada del lenguaje con el mundo, en el trabajo de las palabras como herramientas de iluminación del mundo contra el mundo creado por el uso de las palabras como herramientas de alienación. Leer a Ferlosio despierta. Pero también encanta, como en El testimonio de Yarfoz. Y a veces, como prueban estos pecios entresacados de La hija de la guerra y la madre de la patria, también hace milagros, como dar con las palabras para nombrar lo inefable sin dañar su misterio. Un arte de naufragios.
(Ante el retrato de Juan de Pareja) Tal vez me alegraría si me enterase de que quería a su criado y lo trataba con dulzura, pero, con todo, me conformo con ver hasta qué punto la incorruptible lealtad de sus pinceles no supo negarse a emanciparlo de toda servidumbre imaginable, reconociendo y fijando para siempre, en esa levitante inteligencia y seriedad de la mirada, el aura de la más alta condición humana.
(El Aduanero) La insípida naïveté de aquel pintor sencillo, Le Douanier Rousseau, estalló de pronto en verdadero genio cuando pintó la guerra como una niña descalza, despeinada, con una camisa blanca hecha jirones y de ojos jubilosos y feroces, bajo el azul de un cielo luminoso y en medio de un campo verde cubierto de cadáveres.
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