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10/11/19

Nada más que cine


En compañía de Carmen y Roberto (este año no pudieron venir en agosto), le dedicamos el pasado fin de semana a Hitchcock. Vimos Encadenados (Notorious, 1946), La ventana indiscreta (Rear Window, 1954), Vértigo (1958) y Psicosis (Psycho,1960), seguidas de sus buenas horas palabreándolas, sin olvidarnos de un libro releído los días previos (por culpa -o contagio- de Carmen), El cine según Hitchcock, de Truffaut, que hace ya más de cuarenta años me deparó una escuela de cine cuando más la necesitaba (claro, fui -soy- uno de tantos cinéfilos que le estamos agradecidos a Truffaut de por vida).


Hacía mucho tiempo (desde luego más de veinte años) que no hablaba tanto de Hitchcock. En 2005, si no recuerdo mal, me invitaron a dar una charla en el instituto de Elviña (donde había estudiado BUP nuestro hijo: o sea, en buena medida por su culpa). Me presentó Ignacio Pardo, un querido camarada en las batallas de los noventa en la Escola de Imaxe e Son y a la sazón profesor (de vuelta) en el mismo instituto (en barrios colindantes de A Coruña). Me pintó un retrato en el que no me reconocí; en pocas palabras: Hitchcock era mi dios y yo, su profeta en la Tierra. No se lo discutí, era su retrato, pero lo cierto es que nunca tuve a Hitchcock, no ya como cineasta de cabecera, ni siquiera en el altar mayor, donde figuraban ya entonces Ford, Renoir o Lang, un lugar que nunca ocupó Hitchcock, ni siquiera después de haber leído y releído el libro de Truffaut unas cuantas veces, y aprenderme de memoria Encadenados y La sombra de una duda. Y sin embargo...


Tenía su explicación. En la EIS, sobre todo en los primeros años, cuando impartía también Narrativa, además de Guión, echaba mano de ejemplos extraídos de las películas de Hitchcock cada dos por tres. El aula de Ignacio Pardo era contigua a la mía, con una puerta (eso sí, cerrada) que las comunicaba. Durante las clases, aún ahora, suelo encenderme, me caliento y acabo hablando alto, entonces aun más; Ignacio Pardo padeció mis comentarios apasionados a propósito de las dichosas escenas de Hitchcock curso tras curso: cómo extrañarse entonces del retrato, aunque hubieran transcurrido unos cuantos años desde aquellos años tan intensos que compartimos en la EIS.


El fin de semana pasado, ya en la madrugada, después de ver sus películas y haberlas evocado con fervor (como hacía tanto), recordé aquellas clases ya lejanas cuando don Alfredo devino una herramienta didáctica tan útil. Y recordé también a quien, no habiendo escrito tanto a propósito de Hitchcock como sus camaradas cahieristas Rohmer, Chabrol o Truffaut, escribió uno de los más bellos textos que se hayan dedicado al autor de Vértigo.


Me refiero (seguro que lo sospechabais) a Godard. Sólo escribió tres artículos sobre otras tantas películas de Hitchcock: Extraños en un tren (nº 10 de Cahiers du cinéma, marzo de 1952), El hombre que sabía demasiado (nº 64, noviembre de 1956) y Falso culpable (nº72, junio de 1957), a la que dedicó un gran artículo titulado El cine y su doble, el texto más largo de los tres con diferencia.


Eso sí, iluminó con frecuencia el cine de Hitchcock en sus entrevistas, como puede comprobarse en Jean-Luc Godard. Pensar entre imágenes, con una estupenda edición de Núria Aidelman y Gonzalo de Lucas, y cuidado diseño gráfico de Aina y Berta Obiols (La Japonesa), que le debemos a Intermedio.


Días después de la muerte de Hitchcock, Libération publica en mayo de 1980 una entrevista de Serge July con Godard. Dice el cineasta:
La historia del cine en la que trabajo [Histoire(s) du cinéma] será más bien la historia del descubrimiento de un continente desconocido. Y este continente es el montaje. (...) Cada uno ha descubierto pequeños principios de ese continente en el cine y creo que alguien como Hitchcock, durante veinte años, lo consiguió todo. Cuando Cahiers du cinéma dijo "eso es cine y los demás son una porquería", los Cahiers y el camarero de la esquina, de golpe, estaban de acuerdo. Y eso define una época.

Un poco más adelante, en la misma entrevista, esboza ya lo que contará de viva voz en las Histoire(s):
Cuando vemos el primer plano de una película de Hitchcock, el público sabe enseguida que está en una película de Hitchcock. (...) Basta con pedirle a la gente que cuente una película de Hitchcock. Es sistemático: responden describiendo una imagen que les ha impactado. E incluso, generalmente, un objeto
Unos zapatos, una taza de café, un vaso de leche, unas botellas de burdeos. Es realmente extraordinario, preguntas a alguien si ha visto Notorious y te responde que es la película de las botellas de Burdeos. Es como Cézanne. Se habla de las manzanas de Cézanne como de las botellas de Burdeos de Notorious.
Hitchcock es el único hombre que podía hacer temblar a mil personas, pero no como Hitler, que decía: "Os mataré a todos", sino como en Notorious, mostrando una hilera de botellas de Burdeos. Nadie ha sido capaz de hacer eso. Sólo los grandes pintores, como Tintoretto. 
Notorious es poesía pura, como Vértigo es pura pintura y The Wrong Man, pura moral.
Alfred Hitchcock es el único poeta maldito que ha tenido un inmenso éxito comercial, tenía una villa en Hollywood, no necesitó irse a Abisinia y no se le impidió hacer películas, como hizo Stalin con Eisenstein.
Efectivamente, yo, que me encuentro un poco entre Hitchcock y Rossellini, hay momentos en que me digo: está muerto. Como si el cine se hubiera acabado.

En una entrevista con Alain Bergala y Serge Daney publicada en el nº 403 de Cahiers en enero de 1988, Godard se refiere también a Hitchcock como el más grande de los técnicos. Siete años después, durante una rueda de prensa en compañía de Youssef Chahine, celebrada el 15 de febrero de 1995, Godard se refiere a sus Histoire(s), trabajadas en soporte vídeo, que sólo concluirá tres años más tarde:
Hitchcock es el único que ha conseguido controlar el universo. Eso lo digo en la penúltima Histoire(s) du cinéma [el capítulo 4a, titulado justamente El control del universo]. Tenía muchísimo público y eso se nota en la elaboración del guión y de la forma. Tuvo un periodo de diez años, la época entre Rear Window y Psycho, que podía compararse al de ciertos pintores del Renacimiento; sólo que ellos no tenían esa difusión, salvo quizá Miguel Ángel entre los cristianos.

Pues bien, a mitad del capítulo 4a. El control del universo, escuchamos, con su voz grave y a modo de letanía, el hermoso texto de Godard sobre Hitchcock, enhebrado por momentos con la propia voz de don Alfredo en la conversación con Truffaut.


Cito el texto de Godard (traducido) con los saltos de línea (/) y saltos de página (//) fijados por el cineasta en la edición de Histoire(s) du cinéma en Gallimard:
olvidamos / por qué Joan Fontaine / se inclina / al borde del acantilado //  y qué es lo que  / Joel McCrea / iba a hacer / en Holanda // olvidamos / por qué razón / Montgomery Clift guarda / un silencio eterno / y por qué Janet Leigh / acaba en el motel Bates / y por qué Teresa Wright / todavía sigue enamorada / del tío Charlie / olvidamos / de qué no es / del todo culpable / Henry Fonda / y por qué exactamente / el gobierno norteamericano / recluta a Ingrid Bergman // 
pero / nos acordamos / de un bolso / pero / nos acordamos de un autobús / en el desierto / pero, nos acordamos / de un vaso de leche / de las aspas de un molino / de un cepillo para el pelo / pero / nos acordamos / de una hilera de botellas / de unas gafas / de una partitura musical / de un manojo de llaves // 
porque con ellos / y a través de ellos / Alfred Hitchcock consiguió / allí donde fracasaron / Alejandro, Julio César / Napoleón / tener el control  del universo // quizá / diez mil personas / no olvidaron / la manzana de Cézanne / pero serán millones / de espectadores / los que se acordarán / del encendedor / del desconocido del Expreso del Norte //
y si Alfred Hitchcock / fue el único / poeta maldito / que tuvo éxito / es porque fue / el más grande / creador de formas / del siglo veinte / y porque son las formas / las que nos dicen / finalmente / qué hay en el fondo / de las cosas /
ahora bien, qué es el arte / sino aquello por lo cual / las formas devienen estilo / y qué es el estilo / sino el hombre //
 
entonces una rubia / sin sostén / seguida por un detective / que siente pánico al vacío / son quienes nos brindarán / la prueba / de que todo eso / no es más que cine / dicho de otra forma / la infancia del arte 
Nunca se le rindió a Hitchcock un homenaje más cálido ni más bello. Nadie lo palabreó mejor que Godard en sus Histoire(s).

3/11/19

La causa de un libro y el libro de una causa



Para Carmen y Roberto.


En los años 50, los críticos (y futuros cineastas) de Cahiers du cinéma enarbolaron la bandera de Hitchcok, quizá fue su gran causa. En 1957, Éric Rohmer y Claude Chabrol publican Hitchcok, el primer libro del mundo consagrado al cineasta cuando aún no había rodado Vértigo, Con la muerte en los talones o Psicosis, por mencionar sólo tres obras emblemáticas de su filmografía; Falso culpable (1956) es la última de las películas de Hitchcock que llegan a comentar en el libro. Para Chabrol y Rohmer, el director de La ventana indiscreta era mucho más que el "maestro del suspense" o un director con gran éxito de público...
es uno de los más grandes inventores de formas de toda la historia del cine. Tal vez sólo Murnau y Eisenstein pueden resistir con él la comparación en este punto.
Así, el objetivo de su libro se cifraba en (de)mostrar cómo a partir de esas formas y del rigor de su construcción, Hitchcock creaba todo un universo moral.


Para Truffaut, el más joven (¿y el más combativo?) de los cahieristas, Hitchcock representaba el emblema del director-autor y, en esa medida, una figura central y ejemplar de lo que se dio en llamar cine de autor. Durante los años 50, Truffaut le dedicó veintisiete artículos. En el que escribe en 1954 sobre La ventana indiscreta (incluido en Las películas de mi vida) describe la obra maestra de Hitchcock -donde se revela una idea del mundo que roza la misantropía- de forma desoladora:
es el filme sobre la indiscreción, sobre la intimidad violada y sorprendida en sus momentos más miserables, el filme sobre la felicidad imposible, sobre la ropa sucia lavada en el patio, el filme sobre la soledad moral, una extraordinaria sinfonía de la vida cotidiana y de los sueños arruinados.
Fotograma de La ventana indiscreta.

Por cierto, un párrafo amputado en la primera edición española de Las películas de mi vida en 1976. Truffaut remata su artículo con estas líneas:
Para iluminar La ventana indiscreta sugiero esta parábola: el patio es el mundo, el reportero-fotógrafo es el cineasta, los prismáticos representan la cámara y sus objetivos. ¿Y Hitchcock? Es el hombre por el que amamos ser odiados.
En la mencionada edición española, la última frase reza así: [Hitchcock] Es un hombre al que le gusta saberse odiado. Hay que ver, lo que hay/hubo que leer. Hace cuatro años encontré una elegante edición en portugués de Las películas de mi vida (muy bien traducido por Luís Lima) obra de la editorial Orpheu Negro.


Durante el invierno de 1955, Hitchcock trabaja en la postsincronización de Atrapa a un ladrón en unos estudios de Joinville, adonde Truffaut y Chabrol acuden a entrevistarlo armados con un magnetofón, allí tiene lugar el primer encuentro cara cara de los cahieristas con Hitchcock.

Fotograma de Atrapa a un ladrón.

Siete años después, en abril de 1962, Truffaut se encuentra en Nueva York promocionando su tercer largometraje, Jules et Jim, y empieza a hartarse de que los periodistas le pregunten una y otra vez por qué los cahieristas se tomaban tan en serio a Hitchcock. Y eso no fue lo peor: durante una comida con críticos de cine, y después de que Truffaut se despache durante una hora palabreando maravillas sobre La ventana indiscreta, uno de aquellos señores, condescendiente, le dice que, claro, le gusta la película porque, no siendo de Nueva York, no conoce bien Greenwich Village. Ante semejante estupidez, la respuesta de Truffaut  sobreviene demoledora:
La ventana indiscreta no es una película sobre la ciudad, sino, sencillamente, una película sobre el cine, y yo conozco el cine.
Fotogramas de La ventana indiscreta.

El caso es que el director de Jules et Jim, turulato y cabreado a partes iguales ante aquella pasmosa ignorancia crítica sobre la obra de Hitchcock, concibe la idea de producir un libro de entrevistas con el maestro; su objetivo, cambiar la percepción de los norteamericanos sobre sus películas. Planea la producción con su amiga Helen Scott con el objetivo de publicar el libro simultáneamente en Francia y en EEUU; ella buscará un editor en Nueva York y él en París. Y digo producir un libro, porque Truffaut va a dedicar tantos desvelos a su hitchbook como a cualquiera de sus películas.

Fotograma de Enviado especial.

Truffaut conoció a Helen Scott dos años antes, nada más llegar a Nueva York para recoger el premio de los críticos a la Mejor Película Extranjera por Los cuatrocientos golpes. Era la encargada de relaciones con la prensa del French Film Office y se dedicaba con fervor a la promoción del nuevo cine francés. Militante comunista, había colaborado con la Resistencia francesa durante la 2ª guerra mundial y le fue concedida la medalla de la Francia libre. Durante los años 50 fue incluida en la lista negra por actividades antiamericanas. Helen Scott traba enseguida amistad con Truffaut y se convierte en su confidente, corresponsal y cómplice de por vida.

Fotograma de Encadenados.

En junio de 1962 el plan del hitchbook se pone en marcha. Triffaut le escribe una carta a Hitchcock donde le explica el proyecto y le habla de Helen Scott, que ejercerá de traductora durante las entrevistas (Truffaut no habla inglés y Hitchock sólo entendía el francés). La carta acaba con un homenaje al maestro:
Todo el conjunto iría precedido de un texto que yo escribiría y cuyo espíritu puede resumirse así: si, de la noche a la mañana, el cine tuviera que prescindir de todo tipo de banda sonora y volver a ser un arte mudo, muchos directores se verían abocados al paro, pero entre los supervivientes se encontraría Alfred Hitchcock, y todos se darían cuenta al fin de que es el mejor director del mundo.
Hitchcock no tarda en mandarle un extenso telegrama en francés que empezaba así:
Querido señor Truffaut, su carta ha hecho que se me salten las lágrimas, no sabe cuánto le agradezco su homenaje.
Luego le explicaba que estaba rodando Los pájaros, pero al terminar el montaje se pondría en contacto con él para concretar un encuentro en agosto.

Fotograma de Los pájaros.

Truffaut se encierra con toda la documentación que reunió, mientras Helen Scott, en Nueva York, va acopiando artículos sobre y entrevistas con Hitchcock (como las aún manuscritas de Peter Bogdanovich) y le resume en francés el material para su amigo, quien además le encarga la elección del magnetofón más apropiado para grabar las entrevistas, teniendo en cuenta -como le señala en una carta fechada el 20 de junio- que tiene que poderse grabar durante mucho tiempo sin cambiar la cinta. A mediados de julio Truffaut viaja a Bruselas, donde el director de la Cinemateca belga, Jacques Ledoux, le organiza durante tres días las proyecciones de las películas inglesas de Hitchcock y, de vuelta en París, aprovecha los reestrenos estivales de Extraños en un tren, Yo confieso, La ventana indiscreta y La soga.

Fotograma de Extraños en un tren.

Entonces prepara un minucioso cuestionario para cada película en torno a cuatro centros de interés: orígenes del proyecto, desarrollo del guión, puesta en escena y valoración del cineasta sobre el resultado final. La cuidadosa preparación del hitchbook tiene como fin -le explica a su amiga en la carta del 20 de junio- poder hacer un retrato exacto de una de las más hermosas y más completas carreras de un director de cine. Digamos que Truffaut procuraba una reivindicación definitiva del genio de Hitchcock y, de paso (por qué no), vengar la ceguera crítica dominante en EEUU sobre su obra. Pero también algo más decisivo y, a la vez, más íntimo:
Este libro sobre Hitchcock sólo es un pretexto para ilustrarme. Me gustaría que todos los que se dedican al cine aprendieran algo de él y también todos aquéllos que aspiran a hacer cine algún día.
He ahí el propósito pedagógico del hitchbook. Sobra decir que se cumplió y aun desbordó el deseo de Truffaut. No sólo los que se dedicaron -o quisieron dedicarse- al cine, también aquellos cinéfilos que querían/quieren ver más en (ver mejor) las películas encontraron/encuentran en el hitchbook un texto (didáctico) cardinal.

Fotograma de La sombra de una duda.

El 9 de agosto de 1962, Truffaut recibe el ansiado telegrama de Hitchcock:
¿Pueden usted y miss Helen venir a Beverly Hills para empezar a trabajar el lunes 13 de agosto? Tendrán unas reservas en el Beverly Hills Hotel. Si están ustedes de acuerdo, podríamos trabajar toda la semana.
Truffaut y Helen Scott aterrizan en Los Ángeles el 13 de agosto. Hitchcock cumple 63 años. La entrevista se desarrolla en el curso de seis días desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde y ni siquiera se interrumpía durante las comidas. Cada mañana Hitchcock les manda un coche al hotel en Sunset Boulevard para recogerlos y llevarlos a un despacho en el bungalow 142 de la Universal. Muy pronto, gracias a la mediación crucial de Helen Scott, la entrevista deviene una conversación apasionada entre los cineastas sobre el asunto que más les interesa en el mundo.

Truffaut, Hitchcok y Helen Scott.
(Fotografía de Philippe Halsman.)

Hitchcock se deleitaba pespuntando las sesiones con toda suerte de anécdotas, cotilleos y bromas que divertían mucho a una mujer alegre y con gran sentido del humor como Helen Scott, pero no tanto a Truffaut que, además de no hablar inglés y perder el sentido de algunos chistes por buena que fuera la traducción de su amiga, quería aprovechar cada minuto para hablar de lo que había que hablar. Helen Scott recordaba que Hitchcock interrumpía constantemente la grabación para contarles una versión muy lasciva del cuento de Cenicienta  o alguna maldad sobre algún ex-colaborador suyo. Con todo, Truffaut vio colmada sus expectativas: Hitchcock disfrutaba al comentar cada detalle técnico o decisión de puesta en escena que le proponía, conjugando precisión, humor y ánimo jovial.

Truffaut y Hitchcock-
(Fotografía de Philippe Halsman.)

De vuelta en París, Truffaut le escribe una carta a Helen Scott el 24 de agosto; ya siente nostalgia de la semana que pasaron en Hollywood, donde cumplió un viejo sueño: hablar de cine con Hitchcock hasta saciarme, y le ruega:
No me deje tirado porque estaría perdido. Si no la tuviera a mi lado, nunca me habría planteado ni me habría atrevido a poner en marcha ni la mitad de mis actividades en EEUU ni, sobre todo, el libro sobre Hitchcock.

Aquella semana en Hollywood anuda más estrechamente la amistad de Truffaut y Helen Scott, y fortalece su complicidad. En adelante ella va a ser una íntima colaboradora del cineasta. Desde luego el hitchbook habría sido imposible sin Helen Scott, y Truffaut le reservó, además de un dinero a cuenta por la editorial Simon and Schuster, el 10% de los derechos de autor, y en la portada del libro se acreditará así la autoría: François Truffaut (con la colaboración de Helen Scott). O así, en la edición definitiva en tapa dura:

CON LA COLABORACIÓN DE HELEN SCOTT
HITCHCOCK/TRUFFAUT

Pero aún faltaban años para el libro. La transcripción de las cincuenta horas grabadas lleva mucho más tiempo del previsto y no digamos la versión definitiva del texto en francés, todo ello mientras trabaja en el guión de Farenheit 451. A mediados de julio de 1963 le escribe a Helen Scott a propósito de la versión inglesa:
En conjunto, procuro mantener el tono normal de una conversación, evitando el estilo académico. Le ruego que haga su trabajo de traducción con la misma ligereza, aunque tenga que conservar expresiones familiares o incluso groseras. Donde únicamente debe usted ser meticulosa es en los pasajes puramente técnicos (en realidad escasos) para lo que necesitará la ayuda de un cineasta como Arthur Penn o, mejor aún, de alguien que sea bilingüe como Sidney Lumet, que estarán deseando echarnos una mano.
Fotograma de Crimen perfecto.

Como el plan de producción de Farenheit 451 se retrasa, se embarca en una película rápida, La piel suave. Hacia finales del verano, pueden dar por finalizada la doble transcripción de la entrevista con Hitchcock. Pero el alivio se conjuga con la desazón. Truffaut le escribe a su amiga el 9 de septiembre (y aprovecha para mandarle el guión de La piel suave):
Mi sueño sería que este libro no saliera jamás y que cada año usted y yo nos pasáramos un mes actualizándolo, completándolo con nuevas preguntas y nuevas "charlas" con el maestro, o sea, unas cuantas semanas de vacaciones en Hollywood al año.
Fotograma de Yo confieso.

Aún quedaba mucho trabajo por delante, por ejemplo, seleccionar todo el material visual que ilustraría las distintas secuencias evocadas por Hitchcock en la conversación. Truffaut se pone en contacto con las distribuidoras, consulta los archivos de las filmotecas, pide en préstamo copias de las películas para conseguir imágenes concretas. A primeros de marzo de 1964 (en la fase final del montaje de La piel suave, necesita una copia lista en mayo para presentarla en Cannes) pasa tres días encerrado en un laboratorio fotográfico del British Film Institute revisando catorce viejas copias de películas inglesas para elegir los fotogramas que necesita. Como en Farenheit 451, Truffaut se estaba convirtiendo en un hombre-libro. El hombre-hitchbook.

Fotogramas de 39 escalones.

A finales de marzo viaja a Nueva York y trabaja con Helen Scott en las dos versiones de la conversación con el maestro. Como ya van con retraso, procuran afinar sendos textos al máximo. También se reúne varias veces con Robert Benton y David Newman para comentar el guión de Bonnie and Clyde: los guionistas quieren que Truffaut dirija la película.  Finalmente renuncia al proyecto americano cuando parece cobrar impulso Farenheit 451 pero será un proceso arduo, salvando un obstáculo tras otro y sorteando sucesivos desastres.


Fotograma de Vértigo.

Durante el mes de mayo de 1965 trabaja en el prólogo del hitchbook, que le resulta espantosamente difícil de hacer, tratándose de un libro dirigido a críticos y cinéfilos pero también a un público más amplio, tanto en Francia como en EEUU. A mediados de agosto, Hitchcock recibe la copia de la conversación en inglés mientras prepara Cortina rasgada. Truffaut, aun atareado en la peliaguda preparación de Farenheit 451, ha contratado como ayudante personal a Helen Scott. No sé ella, pero él debió morderse las uñas durante los dos meses que el maestro tardó en contestar.

Fotograma de Psicosis.

El 20 de octubre recibe una carta de Hitchcock que, maestro del suspense al fin y al cabo, se entretiene en detalles sobre su nueva película, el armazón de la trama, el casting... para rematar con una frase sucinta sobre el libro: Has hecho un trabajo maravilloso. Bastaría con dos o tres cambios para no incomodar a nadie. Todo va bien. No es completamente sincero pero, sin duda, le está agradecido. Más adelante, cuando dispone de las pruebas del libro, Truffaut se entera de que Hitchcock no quedó del todo contento con el texto en inglés, porque el estilo de la conversación no le parece lo bastante coloquial. Cabe imaginar que lamentó el retraso con el libro cuando ese año aparece otro, importante, que reivindica también el cine del maestro: Hitchcock's Films, de Robin Wood.


Fotograma de Atormentada.

Truffaut llega agotado al comienzo del rodaje de Farenheit 451 a mediados de enero de 1966 y el diario del cineasta documenta que no fue precisamente un camino de rosas. A finales de julio, Hitchcock, Truffaut y Helen Scott se reúnen en el Hotel Claridge  de Londres para una última conversación centrada en Marnie la ladrona y Cortina rasgada, y le ponen el punto final al hitchbook. En agosto, Truffaut pone en manos del editor Robert Laffont un voluminoso manuscrito de setecientos cincuenta folios y trescientas imágenes que lleva por título (traducido) El cine según Hitchcock. Truffaut se puso muy terco para que Laffont transigiera en editar el libro en gran formato y tapa dura, tal como llega a las librerías en octubre, un mes después del estreno de Farenheit 451.


La edición americana en Simon and Schuster se retrasa hasta noviembre de 1967; quizá Truffaut se viera compensado en cuanto al diseño (a mí me gusta bastante más), pero sobre todo porque aquella conversación cifró el comienzo de un hermosa amistad con su admirado maestro, que muere en 1980.


Tres años después de su muerte, Truffaut se ocupa de completar el libro donde faltan las tres últimas películas de Hitchcock que integrarán el decimosexto capítulo. A principios de septiembre le diagnostican un tumor maligno en la parte frontal derecha del cerebro. La edición definitiva se publica en noviembre de 1983. Será su última obra. Muere el 21 de octubre de 1984 a los 52 años. Quiso ser enterrado en el cementerio de Montmartre. Helen Scott murió tres años después; su tumba, queda a dos pasos de su amado Truffaut.


En 2015 se estrenó Hitchcock/Truffaut, una película de Kent Jones a propósito del libro de Truffaut sobre Hitchcock y de las sesiones de la entrevista que lo propició. En la película participan Martin Scorsese, Peter Bogdanovich, Arnaud Desplechin, Paul Schrader, Wes Anderson, James Gray, Kiyoshi Kurosawa, Richard Linklater, David Fincher y Olivier Assayas. Creo que no me olvido de ninguno. Pues bien, quizá lo más valioso de la película de Kent Jones radica en el testimonio de ardiente admiración de los cineastas por Hitchcock, que germinó y/o se nutrió en gran medida gracias a la temprana lectura -y sucesivas relecturas- del libro de Truffaut. David Fincher le confesó a Kent Jones que sólo lo había leído... doscientas veces.

Truffaut y Hitchcock.
(Fotografía de Philippe Halsman.)

Nunca un libro hizo tanto por la causa de un cineasta como el de Truffaut por Hitchcock.