Durante unas cuantas semanas, y por razones laborales, esta bitácora se va a ver un tanto desasistida: será, de forma literal (quizá por un par de meses), la escuela de los domingos. En fin, servicios mínimos. (Ya habréís notado la semana pasada qué literal lo de mínimos.) Valga este aviso a navegantes para un recordatorio: Nebraska, la última película de Alexander Payne.
La vimos ayer y es de las que se quedan contigo, y te siguen hablando callado y mirando a oscuras. Nada más empezar dijo Ángeles (bajito): Ésta es de las que te gustan. Y nada más terminar (con un velo en las palabras): Qué buena, esta película. De las de estreno reciente, la mejor en lo que va de año (y cuando el año acabe será uno de los recuerdos memorables de las cosas que hemos visto).
Una película de padres e hijos. Una road movie por la memoria. Por los caminos de la memoria y por la causa de la memoria. Una película en scope y hermoso blanco y negro (por empeño del cineasta) sobre perdedores que no piden compasión (sólo la compañía de la mirada). Una obra sobria, concisa, serena.
De la memoria primordial, donde se conjugan y anudan legado y filiación.
Para recordar. Nebraska.