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9/8/15

Ensayo para un adiós


Esta noche me soñé siendo niño, en el cine Aurora de una ciudad sin nombre, viendo una de las películas de mi vida. Nunca estuve en ningún cine Aurora, pero la película no la soñé. O fue el sueño verdadero en el trópico de sombras, esa línea imaginaria que, como bien sabía Roberto Arlt, sólo pasa por los cines, y apenas se puede recorrer con el dedo en los mapas de la infancia. Y encontrar un lugar perdido llamado Barranca. Y una chica llamada Bonnie Lee.  


Me gustó mucho ver en el umbral de Adiós al lenguaje, la última película de Godard, esta escena con Jean Arthur en el umbral, sonriendo feliz tras la cortina de lluvia al final de Sólo los ángeles tienen alas. Da la impresión de un último adiós al cine; nada extraño tratándose de Godard: ¿no se percibe ese sentimiento de despedida en cada una de sus películas? Quiero pensar que cobijó esa escena de Sólo los ángeles tienen alas en memoria de Langlois; en 2014; cuando se estrenó la película de Godard, se celebraba el centenario del fundador de la Cinemateca Francesa.


En 1939, Langlois cambió una docena de clásicos europeos de su colección por una sola copia de Sólo los ángeles tienen alas. Experimenta tal arrebato durante la proyección que aún le dura más de veinte años después, en 1963, cuando escribe un texto sobre Hawks...
Y de pronto, en 1939, esa noche en el [cine] Marivaux cuando se estrenó Sólo los ángeles tienen alas, renació un encantamiento, renació ese hechizo que parecía adormecido, que parecía perdido desde la llegada del sonoro. Y la magia renació en un cine de nuevo dominado...

El crítico japonés Shigehiko Hasumi cuenta que a Mizoguchi le gustaba mucho Sólo los ángeles tienen alas; y Ozu pensaba que era una película muy buena, pero demasiado bien hecha en realidad, o sea, que no le gustaba mucho aunque apreciaba la calidad de la mise en scène.


Cuando Bonnie Lee (Jean Arthur) le pregunta a Kid (Thomas Mitchell) por qué vuelan, él sólo atina a decirle que lleva veinte años haciéndolo y que no puede darle una respuesta que tenga más sentido. Cuando rueda Sólo los ángeles tienen alas en enero de 1939, Hawks llevaba veintidós años haciendo películas y si le preguntaran por qué, no encontraría una razón más atinada que Kid, quizá el personaje al que trata con más cariño de toda su filmografía.


En una entrevista reciente, a principios de 2015, Aki  Kaurismäki declaró -socarrón- que Sólo los ángeles tienen alas es...
la última obra maestra producida en Hollywood.

Dedicada a una película así, una hipérbole nunca suena exagerada, apenas la medida justa de tanta belleza hecha cine. Por películas así aún pronunciamos con respeto la palabra Hollywood. Y nos sabe a sueño.

23/11/13

Un paraíso, el infierno


Paraíso infernal. El título portugués de Sólo los ángeles tienen alas le sienta como un guante a la reseña de Bénard da Costa agavillada en ese libro suyo -y de nuestra cabecera- Os filmes da minha vida. Película de nuestra vida también, cada vez que vuelvo a verla más me asombra.


Me asombra que semejante título, advirtiendo de nuestra terrenal condición -tan precaria, tan humilde, tan desvalida (tan baja aquí abajo)- en absoluto menoscabe el vuelo del cuento (que nos transporta), la promesa de la aventura (que nos encandila), el sueño del cine (que nos cobija) con sus imágenes. Me asombra el sentimiento de paraíso que contagia una película que despliega ante nuestro ojos el infierno de Barranca.


Y ahí radica la maravilla de Hawks, en declinar un infierno existencial con los visos de un paraíso fílmico. La muerte se presenta a cada vuelo en aquel no man's land y se cobra la vida de los pilotos.


Hasta se cobra la vida de Kid (Thomas Mitchell), el amigo de Geoff (Cary Grant) -una de las más bellas historias de amor entre hombres filmada nunca-, uno de los más adorables personajes que hayan transitado por una pantalla, cuya muerte deviene uno de esos momentos perdurables de la historia del cine.


Pero es más, Barranca puede verse como un agujero negro enterrado en los Andes. De allí no sale nadie. Devora las vidas como un dios insaciable e insomne. Cabe imaginar, como sugería Bénard da Costa, un rótulo a modo de aviso a navegantes: quien entre aquí que pierda toda esperanza. Como el propio título: los ángeles tienen alas... los hombres, no. Olvídate, pues, estás perdido de todas todas. 

El set de Barranca en la secuencia inicial
de Sólo los ángeles tienen alas.

A Bonnie Lee (Jean Arthur) le lleva toda la película descubrirlo, como a nosotros (como nosotros, ella llega a Barranca cuando comienza Sólo los ángeles tienen alas).  Y quedándose (en el infierno) descubre quién es: la chica que bajó del barco es una desconocida para mí, confiesa cuando aun no sabe que ya nunca saldrá de allí. Los ángeles vuelan, los hombres mueren.


Y aprenden que la muerte es el único vuelo que otorga sentido al aquel de vivir. Eso vemos en la pantalla, eso nos pone Hawks delante de los ojos. Pero la mirada se olvida de lo que ve. ¿El infierno?, un paraíso.


Y eso que -tiene toda la razón Bénard da Costa- ese bar de Barranca donde transcurre el noventa por ciento de la película, es una metáfora infernal, y Cary Grant encarna a un Hades. (Y si no infierno, por lo menos antesala de aquel averno andino).


Ese bar -teatral e irreal (alucinantemente irrealista, escribe Bénard da Costa)- se transfigura en el corazón del filme más teatral e irrealista, iluminado por Joseph Walker, que nunca haya filmado Hawks -brumas, decorados, maquetas (otra vez Bénard da Costa abre un sugestivo pasaje: como si de un filme de Sternberg se tratara; de hecho, lo escribe Jules Furthman, el guionista de Los muelles de Nueva YorkMarruecos o El expreso de Shanghai)-. Y quizá también -aun tramando una compleja telaraña de relaciones entre los personajes- uno de los más limpios, leves -y vivos- de todos sus filmes. He ahí la alquimia: la teatralidad como condición de la transparencia. El artificio, horma de la claridad.


Pero si, además, está película -que enhebra con humor una historia de amor y aventura- impresiona nuestra mirada con el fulgor del coraje que destella sobre tan hondas negruras, entonces casi -o sin casi- podemos hablar de milagro.


O dicho de otra forma, que semejantes asuntos no se transfiguren en una película sombría -oscura como la negra sombra- habla a las claras del genio de Hawks.

17/7/10

Una chica llamada Bonnie Lee


¿Por qué será que se me llenan los ojos de lágrimas cada vez que vuelvo a ver Sólo los ángeles tienen alas de Howard Hawks? No es un melodrama, sino una película de aventuras. Pues lo mismo. Más de una vez me he preguntado por la razón de las lágrimas. Más de una vez me he respondido. Cada diez años me he dado respuestas distintas. Supongo que todas válidas y consistentes. O no. Hoy he vuelto a ver Sólo los ángeles tienen alas. Como tantas otras veces, sin querer. Simplemente la pasaban en uno de los canales. No sé cuántas veces la habré visto, entera, a trozos, incompleta, doblada, en versión original, en el cine, en televisión. Da igual. Hay tanto cine en cada corte invisible que la pantalla doméstica se ensancha y la pantalla grande alcanza la dimensión de nuestros sueños.

Rodaje de Sólo los ángeles tienen alas.
En segundo término, de izda. a dcha.,
Howard Hawks, Jean Artthur,
Thomas Mitchell y Cary Grant

Sólo los ángeles tienen alas
es tan grande como nuestra imaginación. Howard Hawks es tan grande como el cine. Es el único cineasta capaz de contar a la vez y enhebradas la historia de amor entre dos hombres y entre un hombre y una mujer. Y cuando lo logra, en realidad está haciendo la misma película, pero cada una es inolvidable, como Tener y no tener, Río Bravo o Eldorado. Mantiene la cámara a la altura de los ojos y los diálogos (de Jules Furthman) son poesía cinética. En sus mejores películas necesita muy poco para destilar mucho cine, apenas cachitos de celuloide zurcidos con miradas, cine puro digamos. Le basta –es el caso de Sólo los ángeles tienen alas- que el protagonista (Cary Grant, inmenso) nunca lleve cerillas encima -y que el amigo del protagonista (Thomas Mitchell, magnífico) siempre tenga a mano las cerillas y nunca le falte una moneda con dos caras- para perpetrar una obra maestra. Bueno, todo eso y el encanto de Jean Arthur, la maravillosa Bonnie Lee. Bonnie Lee, de Brooklyn.


Sólo los ángeles tienen alas es de esas películas que convierten el (verdadero) cine americano, no sólo en una escuela del cine, sino en una escuela de vida. O sea, en la escuela de los domingos. No sé si he contestado a la pregunta de por qué se me llenan los ojos de lágrimas cada vez que veo Sólo los ángeles tienen alas. Quizá necesitaría ser el poeta que no soy. Dejadme que sea sólo por esta madrugada el niño que fui. Y que en su memoria levante mi copa (de Lagavulin, tiene que ser). Por aquel cine y por estas lágrimas. De un niño que se soñó aviador con una chica llamada Bonnie Lee.